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"... Sé dé lo que soy capaz;

Ahora soy un soldado,

un guerrero.

Soy alguien a quien temer..."

Sana entró tranquila al granero, donde los dos hombres preparaban y cargaban las carretillas de heno para dar de comer a los animales, riendo a carcajadas por las monerías de Haruto, quien intentaba mover un fardo de paja más grande que el mismo y fracasando en el intento.

-San, necesito hablar contigo- le dijo ella seria, paseando la vista desde su marido hasta el niño para terminar en la figura de San.

-Te espero en la cocina- soltó girándose para marcharse de allí, escuchando a sus espaldas como dejaba el rastrillo que llevaba en las manos apoyado sobre una de las paredes del granero.

Ambos hombres se miraron y Yuta asintió con la cabeza, realmente se conocían tanto que a estas alturas sobraban las palabras entre ellos.

-¿A qué viene tanto misterio?- le preguntó San recargándose cruzado de brazos en un lateral de la mesa.

-Siéntate- ordenó ella, sentándose también con una taza llena en las manos.

-Sana ¡suéltalo ya!- demandó ya empezando a ponerse nervioso al observar el temblor en las manos de ella.

-Me voy San, me voy de aquí- apenas pudo levantar la mirada para observar al coreano pensativo frente a ella.

-¿Cómo que te vas?, ¿adónde?- preguntó confundido.

-Nos vamos, los niños y yo, lejos, dónde vive mi familia- explicó alisando la falda de su vestido.

San se puso de pie pasándose la mano por el cabello con fastidio.

-No puedes llevarte a los niños, no puedes alejarlos de él- chilló intentando mantener la calma de manera terrible.

-San lo amo, pero él no está bien, y no lo quiero cerca de mis hijos, es lo mejor para todos- afirmó levantándose también para seguir a San que daba vueltas en la cocina como un león enjaulado.

-Contacte con un buen psiquiatra que llegara aquí el mes que viene, lo de él tiene cura Sana, solo necesita amor y paciencia, se pondrá bien, pero tenemos que ayudarlo, no le hagas esto, por favor- pidió él tomándola de las manos, rogándole con la mirada.

-Lo matarás si le quitas a sus hijos- susurró con la voz rota, con el alma en un puño, lleno de tristeza.

-Le tengo miedo San, no puedo dormir en la misma casa que él, temo que nos haga daño a los niños o a mí- dijo convencida pero con dolor.

-Nunca le haría daño a los niños- agregó seguro de sus palabras.

-Antes lo mato que dejarle a mis hijos- amenazó ella mirándolo con una expresión de odio.

La fulminó con la mirada acercándose a ella con el ceño fruncido y levantando la voz.

-Si hubiera sabido años atrás que eras así de sádica hubiese dejado que te m...- fue interrumpido por la gruesa voz de Yuta que se oyó desde la puerta.

-Me iré a vivir con San, no tienes que irte de aquí- afirmó con una sonrisa fingida y la mirada llena de rabia hacia la mujer que decía amarle.

San dentro de todo sintió como si miles de mariposas volaran libres sobre su torrente sanguíneo, llevando alegría a cada centímetro de toda su anatomía.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora