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"... Amar es como

ir a la guerra,

jamás se regresa

siendo la misma persona..."





San sentía el corazón apretujándose en un rincón de su pecho cuando abandono la cocina de la casa de Yuta, dejándolo a solas con su familia y en manos de la incompetente de su mujer, quien parecía que vivía en un cuento de hadas con unicornios y princesas.

Ingresó a su propia casa estampando la puerta al abrirla, arrojando el abrigo sobre el sofá de la sala y los zapatos a quien sabe que parte de la casa, gruñendo como un perro.

Estaba enfurecido, triste y enrabiado, se sentía tremendamente impotente por una vez más no poder hacer lo que su ser le pedía y tener que reprimirse lo que sentía.

Quería consolar a Yuta, hablar con él, escucharlo, mimarlo, pero tuvo que marcharse con aquel picor en los dedos por tocarlo y aquellas ansias de sentirlo.

Después de dar unas diez vueltas por la casa para tranquilizarse, pasándose las manos con fuerza sobre el cabello, tirando de este con rabia, decidió servirse un vaso de Whisky y arrojarse sobre su cama, mirando el reflejo de la lámpara de noche haciendo un círculo de luz tenue en el techo.

Pensaba y pensaba entre sorbos e intentaba asimilar la nueva situación, que Yuta había regresado y aunque le pareciera mentira la espera había terminado.

Estaba tan cerca que podría tocarlo, pero a la vez seguía tan lejos como cuando estaba aún en la guerra.

Sabía perfectamente que eso era lo que pasaría, no le sorprendía que las cosas se dieran así, sin embargo, dolía y no era algo que fuera fácil asimilar.

Unas dos horas pasaron y el vaso ya estaba casi vacío cuando unos pasos resonaron en la escalera y sintió como la puerta de su cuarto era abierta despacio.

Buscó con la mirada a quien había entrado, permaneciendo inmóvil al ver a Yuta en pijama, con el cabello revuelto y los ojos aguados observándolo sin decir una palabra.

Por unos segundos el coreano analizó de arriba a abajo al japonés, apenas incorporándose para apoyar la espalda sobre el respaldo de la cama sin saber que es lo que esperaba Yuta que hiciera.

-¿Estás bien?- le preguntó bajito extendiendo la mano para que esté la tomara y se acercara.

Yuta no mencionó nada, pero dirigió la mirada hacia la mano extendida hacia él y volvió a subirla para analizar el rostro de San.

-¿Quieres hablar de ello?- volvió a preguntar notando que el otro parecía ausente de la realidad de ese momento.

Yuta avanzó despacio, colocando muy lentamente su palma sobre la del contrario, mirando cómo encajaba cada dedo mientras los entrelazaba e involuntariamente empezó a temblar, junto a un pequeño vaivén del cuerpo del que no era consciente que hacía.

Silencio.

Solo se oía la respiración forzada del japonés y el crujido de la cama cuando San se movió hacia un lateral para hacerle espacio.

Yuta pasó la mano libre suavemente por el cubrecama y se arrodilló sobre esta, llevando la que tenía agarrada a San hacia su rostro y escondiéndose con ellas, oliendo la piel ajena con desespero en el proceso.

-Ven aquí- le dijo el coreano, acariciando su cabello y dándole un pequeño tirón para atraerlo hacia él.

No era besarlo ni mucho menos lo que buscaba, y Yuta en cierta manera agradeció aquella actitud, porque realmente no sabía siquiera lo que él mismo quería.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora