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"... Todos estamos rotos,

pero hasta la parte

más rota de una crayola

sigue pintando..."

Tranquilidad.

Eso era lo que necesitaba San en aquel momento, donde el volumen de sus pensamientos podría aturdir a cualquiera que estuviera cerca.

Apenas la luz del amanecer se coló por la ventana sus ojos se abrieron despacio, trayendo a su cabeza una oleada de colores, levantándose rápido de la cama para dirigirse a su estudio de pintura, ponerse la bata manchada de colores y rebuscar entre sus cosas el lienzo extraño que usaba para pintar.

Si, usaba una rara técnica poco conocida en esa época, por eso sus cuadros tenían tanto renombre.

Él pintaba sobre vidrio, acrílico o cualquier objeto transparente, pero no como las clásicas pinturas de ventana, sino que él hacía un cuadro casi real que luego iluminaba por detrás, dando un efecto óptico increíble prácticamente como si lo pudieras palpar.

Se colocó a modo de bandana un pañuelo rojo en la cabeza.

Con uno de los pinceles atrapado entre sus dientes, buscó aquellos botes de pinturas muy gastados y torpemente acomodados sobre una de las repisas del armario.

Toda la gama de los amarillos, naranjas y rojo fue lo que él llevo hasta la pequeña paleta que usaba para hacer sus mezclas.

El aire que entraba por la ventana movía despacio los cabellos, que sobre la bandana caían por su frente desordenándolos y dándole un aire desenfadado.

Fue ahí cuando antes de dar la primera pincelada, cerró los ojos.

Pensó muchas cosas... Miles de cosas... Millones de cosas y comprendió que tal vez, era momento de decir adiós.

Estaba seguro de que el hecho de que su esposa no quedara embarazada era su culpa, él no quería lastimarla, pero no sabía como hacer para recuperar aquel amor que le tenía. Tampoco quería arruinar la vida de Yuta ni partirle el corazón a Sana, ni menos dañar a los dos pequeños que quedarían destrozados por una mala jugada de ellos.

Es lo mejor, se repitió en voz alta, quitarme de en medio es lo mejor.

La primera mancha de pintura estalló en el duro cristal, marcando la línea del horizonte que dividiría el cielo del mar.

A medida que una emoción lo embargaba cambiaba de color, o simplemente añadía algo más duro o más suave al trazo que había hecho.

La rabia se vio reflejada en el momento que pintó el agua, bañada de colores rojos y naranjas, reflejando la luz de la mañana.

Aquel sentimiento de verse atrapado se presentó con fuerza cuando dibujaba quizá, uno de los últimos detalles de aquel mar tranquilo... un velero.
Una pequeña embarcación donde al remarcarla cerró los ojos y soñó, deseó en cada línea la libertad de ser quien ahora mismo estaba deseando ser.

Expresó en un sencillo boceto aquel anhelo de escapar de allí, de todo aquello que lo estaba ahogando.

Cuando resaltó las últimas pinceladas del sangriento cielo, una lágrima espesa rodaba por su mejilla, y fue entonces, que con sus cuatro dedos, esparció la pintura dejando un efecto de rayos del sol suicidándose sobre el mar.

Horas pasaron mientras él estaba allí, perdido en su momento donde nadie le molestaba, porque ni siquiera Nancy entraba.

Cuando acabó, con el pincel otra vez atrapado entre los dientes se sentó en el suelo, dejando la espalda apoyada en la pared y contempló su obra, además de todas las anteriores que estaban apoyados sobre algunos caballetes, junto a la otra pared.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora