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"... Dejaste un vacío completo en mi ser

y mi corazón hecho trizas.

Dejé de existir para ti,

siendo solo un náufrago

en tu mirada,

en tu vida..."

Era ya la novena vez en esos cinco meses que Yuta pasaba la noche en un frío y oscuro calabozo.

Últimamente todo el mundo había intentado hablar con él para entender un poco lo que le pasaba, pero se negaba a pronunciar nada sobre lo que sentía en su corazón y lo que tanto le agobiaba.

Aquella mañana vio como caía como un pájaro muerto la última esperanza que tenía de encontrar a San.

La carta que había enviado Jongho cayó en sus manos temblorosas, negando saber el paradero del coreano ni tener ninguna información de él.

Aquello fue suficiente para que la poca paciencia que tenía se perdiera en manos de un brasilero tan borracho como él que buscaba pelea insistentemente.

Ya nada le importaba, pasar la noche en la fría celda o dormir al lado de su mujer era igual de tedioso para él, cerrando los ojos y añorando un perfume y una risa que ya no volverá.

Nunca se imaginó llegar a este punto, donde exactamente todo le daba igual, donde apenas se conmovía cuando Hitomi corría hacia él llorando al verlo llegar lleno de golpes y morados.

No quedaba nada de la persona que antes había sido, de aquel marido cariñoso y el padre juguetón que era, porque San realmente y en contra de su voluntad se lo había llevado absolutamente todo.

Los días y los meses se iban sumando, el trabajo se acumulaba y todo dentro de él se desmoronaba.

La granja comenzaba a pasar factura por la falta de dedicación y Sana tenía miedo.

Ella sabía que algo estaba pasando, pero realmente tenía demasiado temor de preguntar, quizá porque en el fondo de su corazón sabía que su marido había dejado de amarla hace tiempo ya.

A través de los barrotes de aquella oscura habitación lloraba observando la luna, en silencio, como solo lo hacen quienes tienen un gran secreto que llevaran a la tumba.

Le echaba terriblemente de menos, le amaba y le dolía hasta desgarrarle el alma saber que realmente le había perdido.

Quizá San estaba haciendo lo mismo que él, sentado en la oscuridad observando aquel astro luminoso con tristeza.

Quería creer que donde estuviera seguía pensando en él, añorándolo y esperándolo.

Mientras tanto, el coreano tiraba una y otra vez la línea de pesca sobre aquel mar tranquilo, recostado en aquella pequeña barca esperando que algo picara en la punta de su anzuelo.

No pudo evitarlo y casi sin quererlo, el nombre de Yuta una vez más acabó escapando de sus labios con un suspiro profundo.

Dolía.

Cada vez que lo recordaba, dolía.

Cada vez que repasaba sus facciones en su memoria para no olvidar ningún detalle de su rostro y su cuerpo, dolía.

A veces, le parecía ver a Yuta caminando por la calle y se debatía entre huir o salir corriendo para asegurarse de que es él, pero siempre era la misma respuesta, Yuta no se encontraba allí, lo había imaginado.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora