💛 63 💛

49 8 14
                                    

"... La gente piensa que la paciencia

es la capacidad de esperar,

pero no es así.

La paciencia es

como nos comportamos

mientras esperamos..."

Aquella tarde calurosa cuando el sol se alzaba imponente en el cielo los dos caminaban tranquilamente por la costanera del lago, con la idea de llegar hasta aquella cueva donde tenían su refugio, aquel lugar sagrado que Yuta no había pisado desde que había regresado quizá por miedo o quizá porque ya no era la misma persona, pero fuera por la razón que fuera, ninguno de los dos había hablado nada de ello hasta que una de aquellas mañanas Yuta le preguntó si había vuelto ahí alguna vez.

-Solía venir aquí cada tarde al principio, luego solo cuando te extrañaba demasiado, cuando perdía las fuerzas y me dejaba vencer por el desánimo, era muy doloroso estar allí sin ti- mientras decía aquello tocaba con suavidad la mejilla de su compañero quien perezoso aún descansaba la cabeza sobre la almohada y aunque era bastante tarde no querían levantarse.

Realmente no les importaba, habían pasado una mala noche y estaban realmente agotados.

Caminaron un largo rato en silencio, disfrutando de la compañía, apenas mirándose cuando algún ave pasaba delante de ellos y sonreían señalándola.

San sin mediar palabras atrapó la mano del japonés mirando embelesado como aún a pesar de los años sus dedos encajaban a la perfección.

-Sigues siendo maravilloso- soltó sin darse cuenta.

Aunque Yuta fuera ahora bastante más pequeño que él, para San aquella persona era el máximo de todo lo que podía querer, pedir y necesitar de alguien.

No había palabras para definir cómo se amaban, cuánto se admiraban y todo lo que estaban dispuestos a hacer el uno por el otro con tal de llegar juntos hasta el final de sus días.

Cruzaron de un salto la cortina de agua que bloqueaba la entrada de aquella cueva y Yuta repaso con la mirada cada pared, arrodillándose y pasando la mano con cuidado sobre los cojines que San había mantenido allí, limpios y acomodados todo este tiempo.

-Siéntate aquí conmigo- le pidió San palmeando levemente el espacio que había en la manta entre sus piernas abiertas.

Ni siquiera lo pensó demasiado y se sentó, cerrando los ojos para disfrutar del tacto de los dedos de San en su pelo y el movimiento de su pecho pegado en su espalda.

El coreano también cerró los ojos e inconscientemente sus labios tarareaban una canción que ni él mismo conocía, pero que le recordaba las veces que había estado allí, llorando por Yuta, preguntándose si aún estaba vivo y sobre todo si volvería alguna vez a abrazarlo como ahora estaba haciendo, aspirando con fuerza el perfume de su pelo.

Ahora todo era diferente, le tenía entre sus brazos, quizá no estaba tan sano como él esperaba, pero lo tenía allí, apoyado en aquel momento en su pecho, con su cabello enredándose en sus dedos y soltando aquel aroma a vainilla que tanto le gustaba.

El japonés giró el rostro hasta dejar pegada su nariz sobre el cuello contrario, rozándola, sintiendo la suavidad de esa piel que era solamente para él.

Si supiera cuanto le había echado de menos, si supiera cuantas veces soltó el seguro de su granada a punto de liberarla porque en su cabeza la voz de San le decía que aún no era momento de renunciar.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora