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"... La guerra,

no hace a los niños hombres,

hace a los hombres muertos..."

Junio de 1942, islas Midway

Yuta apretaba con todas sus fuerzas la chapa con su nombre que le colgaba del cuello, casi hasta hacerle sangrar la palma de la mano.

Sentado allí, en la proa de aquel buque que les llevaría mar adentro, hacia una batalla suicida, prácticamente a ciegas.

Las instrucciones eran sencillas, serían desembarcados por la noche en la costa sur del atolón y debían permanecer escondidos hasta que recibieran la orden de salir de las trincheras, cuando los aviones hubiesen debilitado al enemigo e ir directamente a tomar el almacén de armamento del ejército estadounidense.

Aquello parecía como si explicaran una jugada de ajedrez, o al menos así fue como a él se le grabó en la memoria cada movimiento que deberían hacer.

Buscando segundo tras segundo la mirada de Shotaro para que le tranquilizara, quien se veía increíblemente entusiasmado con aquel ataque.

Ese tipo estaba loco, Yuta lo sabía, pero se aferró a él cómo un alcohólico a su botella de whisky barato.

Cada molécula de su cuerpo estaba inundada de temor, que fue reemplazado por el pánico que quedó opacado por la adrenalina cuando la verdadera batalla comenzó sin previo aviso.

Cuando sintió el agua mojarle los pies y llegarle hasta la cintura, apenas pudo pensar en sostener en alto su fusil, mientras corría hacia la playa, en lo que era una carrera contra reloj en la que debía conservar su ropa lo más seca posible, su arma limpia y no hacer ruido.

Demasiadas cosas para alguien que apenas se las apañaba para respirar sin tener un ataque de ansiedad.

En el frío húmedo de aquella trinchera, donde el sonido de la noche era solo roto por el sonido de las olas y de algunos susurros bajos de sus compañeros, solo podía mirar al cielo y pedir a dios que fuera como fuera le sacara de allí con vida, porque él quería al menos ver otro amanecer detrás de los hoyuelos de San.

Ni siquiera el alba se había presentado en el cielo cuando las cegadoras luces del primer bombardeo lo dejaron en shock.

El sonido de las bombas impactando sobre el suelo era aterrador, los disparos de las metralletas parecían golpearle la cabeza y cuando Shotaro soltó el primer disparo reaccionó.

-¡Yuta, mierda, nos están disparando!- le sacudió este para que se activara y desbloqueara el seguro del fusil.

-¡Yuta! joder... ¡dispara tío que nos van matar!- le gritó otra vez enfadado.

Con las manos temblando, sin ver más que fuego y humo delante de él, cerró los ojos y apretó el gatillo, tan fuerte que gastó el primer cartucho de cinco balas en segundos.

Antes de colocar un cartucho nuevo, imito a los demás y acopló la bayoneta a la punta del fusil.

Escuchó como el sargento les indicaba que cuando cesará la primera ola ellos avanzarían, corriendo hacia adelante en columnas de cuatro.

-¡Ponte el Hachimaki!- le ordenó el cabo que tenía en su otro lado.

Yuta sacó de su bolsa aquella cinta blanca, con un sol rojo pintado en medio, el símbolo del ejército del imperio japonés.

En el momento que colocaba aquella cinta sobre su frente y anudaba esta detrás de su cabeza, supo que había llegado el momento en el que no habría más opciones que matar o morir.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora