"... No disminuyas
tu luz,
para que
alguien más
se sienta
cómodo..."
Fue la mañana siguiente, cuando San despertó por las suaves caricias de Yuta sobre su rostro, con algunos besos intercalados entre el roce de sus dedos.
-Buenos días, bonito- susurró el japonés sobre sus labios, dejando un casto besito en sus belfos.
Una enorme sonrisa de hoyuelos fue la respuesta, acompañada de una mano posada sobre la del contrario para acentuar el toque sobre el lateral de su mandíbula.
-La fiebre ha bajado, dice el doctor que en unos días podrás irte a casa- dijo observándole fijo, mientras acercaba la bandeja con el desayuno que minutos antes le había traído la enfermera y dejado sobre la mesita a un costado de su cama.
Con un uso extraordinario de sus fuerzas y tosiendo el coreano se incorporó un poco sobre las almohadas, lo suficiente para poder comer algo sin atragantarse.
Con toda la paciencia del mundo Yuta abrió el bote de cristal que contenía el yogurt de fresa, hundiendo la cucharita en él para luego acercarla a la boca del enfermo que esperaba quieto.
-Puedo comer solo- gruñó tragando la primera cucharada.
-Sé que puedes, pero quiero cuidarte, ¿me dejas hacerlo?- preguntó con su semblante tranquilo, volviendo a enterrar la cuchara en el espeso contenido del frasco.
San miraba comiendo en silencio cada movimiento que daba el contrario, pensando una y otra vez en lo bonito que sería poder estar así cada día, desayunar juntos, despertar bajo el mismo amanecer abrazados, sintiéndose la persona más afortunada del mundo porque le tenía a él entre sus brazos.
Fue tras la última cucharada, cuando Yuta se levantó a dejar la bandeja en su sitio que llevó rápidamente la mano hasta apoyarla por completo en el pecho del contrario.
-Yuta, vámonos de aquí, escapémonos juntos donde nadie nos encuentre- pidió San con un enorme puchero, a lo que el otro lo miró con gracia.
-Te has despertado gracioso hoy- respondió riendo en voz baja, para luego darse cuenta de que San no se reía.
-Lo digo en serio, podemos irnos muy lejos, a mí siempre me están ofreciendo trabajos y podemos vivir de eso hasta que tú consigas algo, nadie tiene porque saberlo, Yuta te quiero como no he querido a nadie en mi vida, por favor, escapémonos y vivamos felices- rogó con semblante triste, ya que antes de acabar de decir las últimas palabras Yuta ya había quitado la mano de su pecho y se ponía en pie para dar pequeñas vueltas dentro de la habitación, pasándose la mano por el cabello nervioso sin saber qué decir.
-¿Estás hablando en serio?- preguntó sin siquiera girarse ni apartar la vista del cristal de la ventana.
-Claro que hablo en serio, Yuta, hay mucho territorio al Sur donde casi no vive gente, campos en medio de la nada, nos esconderemos hasta que algún día esto no sea una monstruosidad- respondió clavando la mirada en su espalda.
-Estamos bien así, con la situación que tenemos, ¿porque quieres cambiarla?- cuestionó un poco exaltado.
-¿Qué estamos bien así, cuando ni siquiera podemos mirarnos delante de la gente, donde yo tengo que soportar que vayas del brazo de tu mujer y aguantar que ni seas capaz de responderme un te quiero?- replicó enfadado, intentando no gritar para no ser oído por los demás.
-¿Hasta cuando crees que estaré aquí echado a tus pies, recibiendo las migajas del cariño que no ha querido darte tu mujer?, el amor tiene un límite, el corazón tiene un tiempo y a veces todo tu cuerpo y alma te dice basta, hasta aquí has llegado, es hora de continuar, ¿eso es lo que estás esperando? ¿Quieres llevarme a ese punto para no sentirte culpable por no haber dado nada a cambio de mi vida?- dijo recostándose de nuevo sobre la almohada, cerrando los ojos cansado y a su vez para contener las terribles ganas de llorar que lo estaban abrumando.
-San, tú lo ves muy fácil, es sencillo desde tu punto de vista, ¿pero has pensado en mis hijos?, crecerán sin su padre, señalados en la calle como bastardos por haber sido abandonados, además de que pasaran miserias y nadie querrá siquiera ayudarlos con la granja, no puedo dejar mi familia desprotegida por algo que ni siquiera es una relación, aun si fuera otra mujer quizá podría planteármelo, pero con otro hombre eso es un sueño imposible San, no hay ni una sola manera de hacer que esto tenga algún tipo de futuro- explicó sentándose sobre el lateral de la cama, cogiendo la mano de San entre la suya y suspirando pesado.
-Está bien, jugaremos con tus reglas- afirmó el coreano volviendo a abrir los ojos rojos y cristalizados acariciando la palma de su mano con el pulgar.
Yuta quiso añadir algo más, pero el brazo del contrario lo apresó pasando alrededor de su cuello, tomándolo de la nuca para acercarlo hasta él y besarlo con exigencia, demandante, con cierto punto de enojo que se notaba en lo agresivo que se había tornado aquel beso.
-Solo te pondré una condición- dijo separándose apenas unos milímetros de sus labios.
-¿Cuál?- preguntó Yuta un poco asustado.
-Cuando yo te diga que el juego ha terminado, no te quiero de vuelta- clavó aquella mirada intensa en sus ojos que por increíble que parezca ahora era él quien quería llorar.
Yuta tragó duro, sintiendo el miedo recorrer todo su sistema nervioso, para levemente asentir con la cabeza, deseando con todas sus fuerzas que aquella conversación quedara en la nada como otras tantas que habían tenido.
La puerta fue tocada y Lisa apareció sonriente, dejando su bolso sobre la silla, acercándose a besar la mejilla de San ante la mirada asesina que Yuta intentaba disimular.
-Me toca- dijo ella, empujando al japonés hacia la puerta, sin siquiera dejarlo despedirse.
Ninguno dijo nada más.
Saliendo del hospital, decidió ir a su trabajo a pie, caminar un poco y pensar.
Necesitaba aclarar su mente, dejar de soñar con ideas de adolescentes y de amor eterno.
El tenía una responsabilidad que había adquirido en cuanto nació Hitomi, sin embargo San era un alma libre, que podía dejarse llevar sin resentimientos hacia donde el aire decidiera soplar, y por un segundo envidió aquello que tantas veces antes había envidiado, la libertad de atreverse a amar, admiró la valentía que tenía San de atreverse a luchar por algo tan imposible como lo que ellos tenían, deseó ser un poquito menos cobarde y que de algún sitio saliera una solución mágica para lo que ahora mismo atormentaba su corazón.
Se detuvo sobre uno de los puentes que cruzaban el río Paraná, observando los barcos ir y venir llenos de gente, pequeños botes que estaban anclados mientras sus propietarios pescaban y recordó aquel cuadro que vio en casa de su vecino, aquel velero que se dejaba llevar hacia la libertad.
Allí de pie pidió a Dios y al cielo que le dieran una esperanza, ya sea dejar de amar a San o atreverse a irse con él.
Cerró los ojos sintiendo el viento frío y húmedo sobre su rostro y dejó algunas lágrimas traviesas fluir.
Le dolía el alma, le dolía el corazón, le dolía la realidad en la que vivía.
Había tantas cosas por hacer, tantos besos por dar, tantas noches de hacer el amor con San, que no hubo ni una parte de todo su ser que se arrepintiera de lo que había hecho, porque estaba seguro de que si en otra vida volviese a conocer a San volvería a enamorarse de él otra vez, porque haría lo que fuera para que al menos en otra vida pudiesen estar juntos, como se merecen dos personas que no tuvieron la oportunidad en esta.
"... Tenía todo
perfectamente planeado,
para que yo estuviera
jodidamente enamorado de él,
sin vuelta atrás..."

ESTÁS LEYENDO
Indecentes San / Yuta
FanficSan y Yuta, año 1940, una guerra, una pasión oscura en una sociedad donde el amor entre personas del mismo sexo esta prohibido. Una lucha permanente donde ninguno quiere aceptar la realidad que les rodea. Gracias a @raquel_styles2 por la hermosa por...