9. Cartas y secretos

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Los días seguían pasando y Los Bendecidos había recuperado su alegría habitual tras el brutal suceso de las semanas anteriores. Finalmente mi amiga haría la inauguración de su pastelería, y tanto Fausto como los chicos habían colaborado invitando a todo el pueblo e inclusive había llegado gente de pueblos linderos.

El local estaba repleto, Fausto y yo habíamos llegado más tarde y nos quedamos muy sorprendidos al ver la cantidad de gente que hacía cola dentro y fuera de la tienda para comprar alguna de las delicadezas que mi amiga había preparado para la ocasión. Del otro lado del mostrador mi amiga y dos de las chicas, que había contratado para que la ayudaran en la inauguración, estaban al límite de su capacidad, pero B se negó en rotundo a que la ayudáramos, por lo que buscamos una de las mesas del salón y nos sentamos con un café que nos habíamos preparado nosotros mismos.

Mientras esperábamos que el cúmulo de gente disminuya, habíamos tenido tiempo para hablar de muchas cosas, entre ellas sobre mi ansiedad por entregar las primeras ideas de mi nuevo libro, del que nadie sabía absolutamente nada. Fausto insistió en que le contara algo, aunque sea un mínimo detalle, pero entre en pánico ante la idea de confesar que estaba escribiendo mi primera novela de romance, motivada por todos estos sentimientos que el hacía remover en mi interior y es que aunque, oficialmente, éramos novios admitir que tenía sentimientos tan fuertes por él era un asunto mucho más complejo.

Esa noche B estaba agotada, por lo que decidimos dejar la celebración del éxito de la pastelería para el fin de semana y descansar, puesto que al día siguiente mi amiga se levantaría a las cinco de la mañana para ir a trabajar.

Había decidido deleitar a B con su plato favorito, tortilla de papas a la española. Cenamos y nos sentamos en la sala con una copa de vino para poder ver una película antes de irnos a dormir.

— Entre al estudio de tu tía— comentó de pronto.

— ¿Y?

— ¿No fuiste?— preguntó casi indignada.

— No, es raro— suspire y deje mi copa en la mesa de centro— no es la imagen que tendría de ella.

— No se Mora, creo que le estas dando demasiada importancia— Se acomodó en el sofá y me miró de frente— Tu abuela también tenía muchas creencias raras ¡tu mamá ni hablar!— suspira— No entiendo porque te molesta tanto que tu tía fuera la ¿Curandera? Del pueblo.

— Mi abuela no tenía creencias raras— sentía la necesidad de defenderla— mi abuela creía en las energías, creía que la gente podía desearte tanto el mal que eso terminaba repercutiendo en tu vida— suspiró— y mamá, no lo sé... creo que ella estaba un poco loca— las dos reímos— Pero una loca linda...— agregue finalmente.

— Una loca linda...— repitió mi amiga levantando la copa hacia el cielo.

En el momento en que imite el gesto de B un fuerte portazo se escuchó proveniente del pasillo de los cuartos. Ambas dimos un respingo que provoco que la copa de mi amiga vertiera vino sobre la alfombra, detalle que en otro momento nos hubiera preocupado esta vez nos parecía de menor importancia.

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