41. ¿Volvemos a empezar?

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Era una bonita noche de verano, los chicos estaban dormidos y Fausto se había sentado en el patio, por lo que tome dos cervezas y fui a hacerle compañía.

Nos quedamos en silencio, entre nosotros los silencios eran placenteros y eso me encantaba. Me quede un minuto observando la casa, la vieja casa de soltero de Fausto, ese chico por el que muchas chicas del pueblo suspiraban, se había trasformado en la casa de la familia Relish. Ya quedaba poco de su antigua fachada, la habíamos modificado porque ahora debía mantener a una familia de cinco, pero seguía siendo hermosa.

— ¿En qué piensas?— preguntó mientras acariciaba la cabeza de Odín que estaba acostado entre nosotros.

— Soy feliz...— respondí.

Escuche el aire salir por su nariz cuando sonrió — Yo también cariño ¿Sigues pensando en Tomas?— me pregunto por un niño que era compañero de Mimí en la escuela, falleció hace dos meses cuando nada en la pileta de su casa.

— No me lo puedo sacar de la cabeza, el dolor de esa madre. ¿Sabes? Antes podía sentirlo, el dolor...— aclaré—  Pero desde que llegaron los chicos, es peor. Quema, arde y asfixia.

— Supongo que ahora los dos lo vemos desde otro lugar— entrelazo sus dedos con los míos y dejo un delicado beso en mi mano — ¿Qué te parece si aprovechamos que los niños están dormidos— se puso de pie y tiro de mi mano con una pícara sonrisa.

— ¿Qué tenes en mente Relish?

— Muchas cosas Morana...

****

El lunes era festivo por lo que Fausto no trabajaba, yo había decidido no escribir aunque estaba bastante atrasada, pero quería pasar el día con mi familia. Habíamos ido a Triwe, un pueblo lindero a pasear al centro comercial y comprar algo de ropa para los chicos.

Cuando volvíamos a Los Bendecidos decidimos ir al centro a por un helado cuando nos llamó la atención la cantidad de gente que estaba acumulada frente a la parroquia. Desde que el Padre Miguel había sido arrestado la iglesia había estado cerrada. La gente del pueblo no entendía porque la iglesia no traía a otro sacerdote, sentían que Los Bendecidos no podía no tener un párroco. Pero lo que la gente no sabía, es que la iglesia nunca mandaría a un párroco, porque esta no era una iglesia católica, era simplemente una fachada con la que pretendían hacerse con el alma de las personas. Almas entregadas voluntariamente por la fe a un falso profeta.

Estacionamos y bajamos los cuatro, caminando hacia la multitud. Entre la gente divise a Isi y me acerque con Octavio en brazos.

— Abuela— la llamo mi hijo y esta sonrió, pero no era una sonrisa agradable.

— ¿Qué pasa?— pregunte dejando un beso en su mejilla.

— Hubo misa...— respondió con voz seria.

En ese momento, un hombre muy joven con traje párroco se nos acercó.

— Buenas tardes— sonrió, parecía un hombre sumamente amable— Soy el padre Laureano, el nuevo párroco de la iglesia.

En ese momento me limite a levantar la comisura de mis labios y asentir en silencio.

— Soy Isidora y esta es mi familia— Isi se puso delante nuestro y extendió la mano del hombre— Pero no somos creyentes— agrego con firmeza.

Fausto sostenía a Mimí con una mano y la otra estaba clavada en mi cintura. Cuando la gente se dispersó Isi se paró frente a nosotros, pero ninguno decía nada. Supongo que estábamos tratando de procesar la información. Pero una voz familiar nos interrumpió.

— Fausto, Mora— la madre de Tomas se había acercado a saludarnos.

Siempre nos abrazábamos, aunque se sentía horrible su dolor, no podía dejar de hacerlo cada vez que la veía, sabia que mis abrazos llevaban algo de calma al alma desgarrada de esa madre. Pero esta vez se sintió diferente. Su dolor estaba atenuado, seguía allí pero era como si algo lo hubiese bloqueado. Sentí un cosquilleo en los brazos y finalmente la solté.

— ¿Cómo estás Isabella?— pregunto mi marido.

— Mejor— llevo una mano a su pecho— Comprendiendo que Tomi está en un mejor lugar — Miro hacia atrás, donde estaba el párroco hablando con una pareja y volvió a vernos con una bonita sonrisa— El Padre Laureano es encantador, pareciera que obrara milagros, me hizo sentir mejor con solo una conversación.

Hablamos con Isabella unos minutos más y cuando esta se alejó, todos sabíamos que las cosas volverían a ponerse feas y fue Fausto el primero en hablar:

— ¿Volvemos a empezar?— pregunto en tono serio mirando la edificación antigua.

— Así parece hijo...— respondió Isi asintiendo despacio — Así parece..

****

Mar-Tinez.


FIN. 



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