26. Garras

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No vi o hable con Fausto por los siguientes días. La realidad es que apenas podía caminar, esa herida me dolía horrores y la única que sabía era Belén, no podía explicarle a Patricia como había sucedido y mucho menos tener una conversación adulta con Fausto.

Belén había traído a Odín todos esos días, pero como las cosas en la casa no estaban ni cerca de estar calma, no podía arriesgarme a dejarlo dormir con nosotras.

Viernes por la mañana, eran los últimos minutos de Patri en casa y mi herida ya casi no dolía.

— Estoy preocupada...— Patricia me abrazo y apoyo su cuerpo en el vehículo de mi amiga que la llevaría hasta el micro.

— Está bien mamá...— mi amiga me defendió— es anemia, deja de torturarla. Mora se siente bastante mal con sus ojeras para que se las recuerdes todo el tiempo.

Gesticule un gracias que Patricia no alcanzo a ver.

Las chicas se fueron y, como pude, corrí hacia adentro tome mi bolso y las llaves de mi auto y de la casa de Fausto y salí lo más rápido que pude a ver a Odín.

La casa de Fausto estaba ordenada como siempre, es increíble como a pesar de vivir con Odín siempre tenía todo su desorden en orden. Jugué con Odín un buen rato, hasta que sus enormes patas rasgaron mi herida y no pude seguir.

Tenía que hablar con Fausto, lo necesitaba. Lo extrañaba demasiado. Note que Odín estaba sediento y aunque tenía agua en su recipiente decidí recargarlo, fui a la cocina y allí me quede tildada al encontrar en el lavabo, dos copas de vino ¿Cuale era el problema? La mancha de labial que había en una de ellas. Me quede tildada intentando pensar, tal vez podría ser de Érica. Después de todo ellos son amigos...

Con manos temblorosas recargue el recipiente de agua de Odín, me despedí y salí hacia el local de Fausto.

Estacione mi auto con la pierna dolorida, ya no usaba vendajes, por lo que moví mi short y note que con el roce de Odín la herida se había abierto un poco. Acomode el pantalón y baje del auto. Había empezado a doler bastante, por lo que camine despacio.

Cuando entre los empleados de Fausto no estaban y dirigí mi mirada hacia su despacho y allí lo encontré riendo con Isla, la nieta de Eusebio. La misma que no había dejado de mirarlo cuando cenamos con mis suegros y la misma que me generaba una sensación de malestar e incomodidad impresionante. Cuando Fausto me vio, su sonrisa se apagó. Por un momento sentí que era un chico atrapado con las manos en la masa.

Me di la vuelta dispuesta a salir del lugar. Me sentía dolida, aunque no sé si era por celos o por el infernal dolor de mi pierna. Pero, claro está, cada vez me costaba más caminar.

— Mora...— Fausto que se podía mover mas rápido que yo me tomo del brazo — Hola nena...— me saludo con su típica sonrisa, como si aquí no pasara nada.

Los BendecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora