2. Fausto

28 5 5
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Al otro día nos habíamos despertado temprano, primero porque moríamos de frio y segundo porque llegaba el camión de la mudanza y, además, vendría el arquitecto que trabajó anteriormente en la casa de Eleanor para ver las reformas que queríamos hacerle a la misma. 

Belén, como era típico en ella, había preparo un desayuno sustancioso. Una de las hermosas ventajas de vivir con una repostera es que te garantizabas un freezer lleno de delicias listas para llevar al horno.

Mis fachas esa mañana no eran las mejores, pero teniendo en cuenta que tenía que sacar muebles viejos para poner los que traeríamos de Buenos Aires, eran las fachas indicadas.

El timbre sonó dos veces seguidas, casi como si fuera un código. Abandone mi café por la mitad y salí corriendo, ansiosa, pensando que el camión de la mudanzas finalmente había llegado. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí a Fausto al otro lado de la puerta. Fausto era el único martillero público del pueblo, si el único. Era dueño de la única inmobiliaria en Los Bendecidos y era un buen ¿amigo? De mi tía.

Él era un chico joven, debería tener un par de años más que yo en ese momento ¿29 tal vez? y acompañó a mi tía hasta su último día con vida, algo por lo que siempre le estaré agradecida. Cuando lo conocí pensé que era un oportunista que pensaba que Eleanor era una mujer sola y que podría hacerse con sus cosas, que no son pocas, cuando esta muriera. Pero después lo conocí, un poco, mejor y me di cuenta lo mucho que mi tía lo quería y él siempre decía que Eleanor había sido como la abuela que él nunca había tenido y el día que ella murió, movió cielo y tierra para que pudiera llegar a despedirme.

— Hola— lo salude nerviosa intentando acomodar mi cabello.

El chico era guapo, muy guapo, no lo voy a negar y siempre había algo en su mirada que me ponía nerviosa, pero no de una mala manera. Tenía una forma de mirarte tan intensa que me hacía sentir una presa y él mi cazador, pero en el buen sentido. En un sentido sexy y siempre me preguntaba si todo el mundo se sentía igual con su mirada.

Fausto sonrío al notar mi gesto incómodo y me enseña un grupo de carpetas que traía en sus manos.

— Espero no molestarte— Comento casi con picardía— pero me pareció que era mejor traerte los papeles para que revises las otras propiedades de tu tía, que hacerte pasar por la inmobiliaria...

— Ah...— Rogué que en mi rostro no se hiciera evidente la desilusión que sentía en ese momento— Gracias, pasa...— lo invité haciéndome a un lado — Lamento el desorden, llegamos ayer y aun no tuvimos tiempo de limpiar lo suficiente.

— Tranquila, es una mudanza... — Sonrió entrando a la cocina— que bien huele.

— ¡Hola!— exclamó mi amiga bajando despacio la taza de café, claramente sorprendida por el chico que acababa de entrar a la cocina.

Los BendecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora