22. El diario de la tía Eleanor

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Cuando conseguí calmarme, Fausto se quedó en el baño conmigo mientras terminaba de bañarme y luego pasamos un buen rato en la cocina con los chicos, mientras le contábamos a Pablo todo lo que nos estaba pasando, y yo le contaba a Fausto lo que había pasado mientras él no estaba. Fuimos al estudio, les mostré el vidrio roto y, aunque suene raro, contárselo me hacía sentir más tranquila, sentía que si él estaba conmigo, y me creía, yo era mucho más fuerte.

Entrada la madrugada, serian cerca de las dos, nos fuimos a dormir. Fausto se esforzó por que olvidara todo lo feo que había pasado esos días y, en especial, lo que había pasado esa noche y créanme, ese chico sabe muy bien cómo hacerme olvidar hasta de mi propio nombre.

Cuando nos relajamos, me recosté sobre su pecho y el acariciaba mi espalda desnuda. Esos pequeños silencios luego de hacer el amor, eran perfectos. Nuestros silencios eran perfectos, pero fue interrumpido cuando las zapatillas comenzaron a escucharse en el pasillo. Esas malditas zapatillas. Me tensione sobre su pecho y levante la cabeza para saber si él también las oía. Fausto me miro y coloco un dedo en sus labios para indicarme que el también las oía y que hiciera silencio.

Se separó de mi cuerpo, se puso de pie y se colocó los pantalones. Camino despacio por el cuarto, mientras escuchábamos las zapatillas moverse de un lado a otro del pasillo. Cuando se acercó más a la puerta se detuvo al notar como algo intentaba girar el pomo, camine acercándome a él, pero me detuvo con su mano indicándome que me quede detrás y eso hice.

Mi respiración se volvió pesada, busque con la mirada a Odín que dormía plácidamente, entonces note algo moverse en un rincón oscuro del cuarto.

— Fausto...— Murmure tomando su mano y señalando el rincón oscuro junto al vestidor.

Era un rincón en el que no se veía absolutamente nada, pero yo podía sentir algo viéndome con odio desde ese punto y en el momento en el que ambos miramos el mismo rincón la puerta del nuestro cuarto se agito con violencia, como si alguien intentara abrirla del otro lado.

En ese momento, Odín despertó y comenzó a ladrar, todos los pelos de su lomo se erizaron y enseñaba los dientes con furia, se acercó  y en ese momento la puerta detuvo su movimiento. Nuestro perro se calmó y se acercó a nosotros moviendo la cola.

Fausto se agacho y dejo un beso en su cabeza — Buen chico— acaricio su lomo para acomodar su pelo — ¿Qué mierda fue eso?— pregunto clavando sus ojos claros en los míos.

— No tengo idea...— respondí con la respiración agitada.

— Tienes que hacer algo Mora...— Fausto sujeto mis mejillas y me obligo a mirarlo, no parecía asustado— no puedes seguir con esto— acaricio con sus pulgares mis ojeras, él también las había notado— no duermes bien y estas emociones, acabaran afectando tu salud.

— ¿Cómo hacia mi tía?— pregunte con los ojos llenos de lágrimas.

— Nunca me hablo de esto...

— Creo que tu tía— la voz de Pablo, acompañado por Belén nos tomó de sorpresa— tenía todo esto bajo control, pero al morir algo se liberó...

— ¿Cómo lo sabes?— pregunte con el entrecejo fruncido.

— Recuerdas que te pregunte si podía leer algo de lo que tu tía tenia allí— Mi amiga señala en dirección al estudio y yo asentí calmadamente— esto estaba leyendo— me entrega un cuaderno con tapas forradas en terciopelo, como todos los diarios que ella y mi abuela llevaban — es un diario, ahí habla de lo importante que es mantener todo lo que expulsa bajo control— mi amiga toma el libro y busca una página especifica entonces me lo devuelve.

Fausto se acerca abrazando mi cintura y ambos comenzamos a leer una entrada del diario fechada el 06 de noviembre de 1995:

"Maribel llegó esta mañana desesperada. Su hija, Hipólita, hacía meses no salía de su cama. Los médicos habían diagnosticado una depresión profunda, pero no veían mejorías. Me rogo que fuera a verla y lo hice.

En el camino la mujer me explico que su hija estaba por casarse, eso lo sabíamos, todos en el pueblo hablaban de la boda de Hipólita con el hijo del Doctor Echazarreta. Pero, también todos, sabíamos que esta nunca se había llevado a cabo puesto que el desgraciado abandono a la joven a una semana de la boda escapándose con una mujer que había conocido en no sé dónde. Los rumores en el pueblo corren más rápido que agua del rio (nunca olvidar esto, no se puede confiar en muchos)

Al parecer, y como es lógico, esto habría provocado en la joven una depresión que le impedía comer, todo lo poco que ingería salía sin ser digerido de su cuerpo. Con el pasar de las semanas y los meses, esto la dejo tan delgada que apenas podía moverse. Los médicos no encontraban una solución, los tratamientos psiquiátricos parecían no funcionar, la joven parecía querer morir...

Apenas poner un pie en su hogar una energía pesada y oscura choco mi cuerpo, era como si esta quisiera poner una barrera que me impida entrar. Estaba claro que esta cosa no sabía lo terca que podía llegar a ser [...]"

— Pobre chica...— comente en voz baja dejando de leer.

— Horrible— dijo Pablo que señalo un punto específico del diario— lee eso— me indico.

"[...] Esa tarde insistí en que debían traer a Hipólita a mi casa, no podía arriesgarme a extraer lo que la joven tenía allí, el riesgo de la trasmutación era enorme...

Esa noche Hipólita llego a casa asistida por su familia. [...]"

— ¿Dónde está el resto?— pregunte al ver que faltaban hojas.

— Estaba así...— comenta mi amiga— pero lee lo que sigue...

"[...]Hipólita fue despojada de aquello que la arrastraba a su propio infierno. Esa cosa esta encerrada con los otros y ya no podrá molestar a nadie, al menos mientras pueda evitarlo.[...]"

Eso era todo lo que el diario contenía.

— ¿Quién es Hipólita?— pregunte mirando a mi novio.

Fausto pensó y finalmente tocándose el cabello hablo: — Solo se me viene a la cabeza la hermana Hipólita— levanto sus ojos para que conectaran con los de Pablo.

— ¿Hermana? ¿Cómo una monja?— pregunto mi amiga

— Trabaja en el asilo donde internaron a Eleanor...— respondió mi novio asintiendo a la pregunta de mi amiga— No conozco a nadie más...

Asentí y mire la cama — Necesito intentar dormir...— dije de pronto más como un deseo que otra cosa, realmente no sabía si sería capaz.

Todos asintieron, los chicos volvieron a su cuarto, Fausto y yo a la cama, a intentar dormir un poco.

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Mar-Tinez

Los BendecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora