CAPITULO 2 ( ¿QUE QUIERES DE MI? )

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Después de ese momento tan incómodo, Isabela terminó de cambiarse y preparó sus cosas para el día siguiente, sin imaginar lo que estaba a punto de suceder.

"Así que vives al lado... debería ir a darte una visita de bienvenida", pensó Paula en voz alta. Paula caminó hasta la casa de su nueva "amiga" y tocó la puerta. Después de unos momentos, salió una señora.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó la mamá de Isabela.

—Sí, su hija y yo somos compañeras de clase y acabo de darme cuenta de que somos vecinas —respondió Paula.

—Ya veo, así que ya ha hecho amigos. Eso es bueno.

—Sí, somos amigas —mintió descaradamente Paula.

—Si quieres hablar con ella, está en su habitación.

—Si no es mucha molestia... con su permiso.

Paula subió cuidadosamente las escaleras, tratando de no hacer ruido para que Isabela no notara su presencia. Al llegar a la puerta, se quedó observándola. Isabela estaba sentada en su escritorio, marcando sus cuadernos. Paula dio unos pasos más hasta quedar justo detrás de ella. Rápidamente, extendió sus brazos y le tapó los ojos a Isabela, susurrándole al oído:

—¿Adivina quién soy?

Isabela casi sufrió un infarto.

—Esto tiene que ser una puta broma —murmuró.

—¿Quién soy? —insistió Paula.

—Eres una puta zorra —respondió Isabela con rabia.

—Cuidado con cómo me hablas, o tendrás serios problemas —amenazó Paula.

—¿Ah, sí? Pues no están tus amigas para defenderte.

—No me hagas reír. No las necesito, y menos contigo.

Isabela se levantó rápidamente e intentó golpear a Paula en la cara, pero falló. Paula esquivó con facilidad y la empujó contra la pared, sujetándola del cuello con una mano para que no pudiera escapar.

—¿Estás segura de que quieres hacer tanto ruido? Tu madre podría subir —dijo Paula.

—Está bien, solo lárgate —pidió Isabela.

—Oh, creo que me quedaré un poco más.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó Isabela, frustrada.

—Nada en especial. Tampoco es como si pudieras darme algo.

—Vale, pero ¿puedes soltarme?

—Claro —respondió Paula, soltándola finalmente.

—Entonces, ¿a qué has venido?

—A saludarte.

—Hola, ya te puedes ir.

—Jajaja, pues no, mi ciela.

—¡Cómo chingas!

—Eres muy graciosa. Creo que me agradas.

—¿Así tratas a las personas que te agradan? —dijo Isabela, señalando su cara golpeada.

—Eso fue para que entiendas quién manda aquí. Nada personal.

—Claro, claro. Entendido, su alteza —dijo Isabela con sarcasmo.

Paula se acercó rápidamente.

—¿Qué haces? —preguntó Isabela, sorprendida.

—¿Tienes miedo?

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