11. El tercer secreto

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Andrómeda Lupin jugaba con su comida, moviendo el tenedor alrededor del plato, mientras sus compañeros aprovechaban su hora de desayuno para ponerse al día. Estaba en el borde más alejado de la mesa, sin nadie a su lado.

—No creo que tu desayuno se vaya a comer solo —Gideon se sentó junto a ella, pasándole un brazo alrededor de los hombros.

—No tengo hambre —respondió ella, con la mirada clavada en su plato lleno.

—Ya se les pasará el enojo —le dijo él—, solo están algo... confundidos.

—No tienen derecho a estarlo —espetó ella, girándose por fin a mirarlo—, no tiene nada que ver con ellos, ni con nadie, solo es asunto mío —suspiró con enojo—; de Timothy, John y mío.

—No creo que Mcgonagall los expulse, por más que los padres la presionen.

—Eso no me preocupa —respondió encogiéndose de hombros.

—¿Entonces?

—Teddy se fue a un lugar seguro con Victoire —comenzó a explicar—, ya sabes, por el bebé y todo eso, aunque Mcgonagall ya aumentó la seguridad aquí, esperemos que sea suficiente.

—Estoy seguro de que sí —dijo Gideon, sonriéndole, al tiempo que Lysander se acercaba a ellos; su amigo le dio un beso rápido en la cabeza antes de alejarse para darles privacidad.

—¿Está todo bien? —le preguntó Andrómeda cuando el muchacho se sentó a su lado.

—Eso debería preguntártelo a ti —respondió él, dándole un beso en la mejilla, ella sonrió—. No he visto a John ni Timothy por aquí.

—Timothy se fue con su madre unos días —explicó ella—, y John debe estar dando vueltas por ahí, evitando a sus amigos para evadir los problemas.

—¿Y tú?

—Yo estoy bien —se acercó a él para darle un ligero beso en los labios—. No deberías juntarte conmigo —bromeó—, le hará mal a tu reputación.

—Oh, pero a mí me encanta tomar riesgos —respondió él, besándola de nuevo.


*****

John Lupin caminaba por los pasillos más desiertos del castillo, esperando no tener que encontrarse con nadie. Sabía que Mcgonagall hablaba en serio cuando le dijo que estaba a prueba, pero no podía concentrarse lo suficiente como para entrar a una clase, no en ese momento.

—¿John? —una voz conocida lo sacó de sus pensamientos. Connor Diggory caminaba hacia él con indecisión.

—¿No deberías estar en clase? —preguntó él a la defensiva, no había hablado con él desde que su secreto salió a la luz, y aunque Tobías había comentado que el joven Diggory no estaba molesto, aún no se atrevía a acercarse a él.

—No hemos hablado en mucho tiempo —respondió él, ignorando la pregunta. Se sentó en una banca cercana, esperando que su amigo hiciera lo mismo, pero John solo se quedó de pie frente a él—. Escuché lo que pasó con Tobías.

—Entonces sabrás que no necesito problemas ahora —le espetó, a la defensiva, Connor levantó las manos para mostrarle que no quería pelear.

—Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti —dijo. John se quedó en silencio un momento y por fin se sentó junto a su amigo.

—Paul ya lo sabía —comenzó John, suspirando—. Andrómeda se lo dijo a Gideon y yo se lo dije a Paul, supongo que era algo de gemelos, o de familia, no lo sé, éramos unos niños —Connor no decía nada, quería limitarse a escuchar, sabía que John no le estaba pidiendo su opinión—. Nunca se los dije porque, a pesar de que ella y yo ya no habláramos, había un trato implícito en cuanto a eso, sobre todo por lo de Timothy —John se restregó las manos contra la cara, cansado, ya no sabía qué podía decirle a los demás ni qué debería ser un secreto. Después de ver a Shania morir frente a él, todo parecía trivial—. Gracias por no explotar igual que Tobías.

Andrómeda Lupin y la tercera generaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora