26. El primer recuerdo

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Teddy Lupin caminaba por los pasillos de Hogwarts con desgano. Su abuela, igual que cada año, lo había acompañado a la estación del tren, y lo dejó irse sin mucha ceremonia. Después de todo, ya era su tercer año en aquella escuela. Cuando subió al tren se dio cuenta de que Victoire Weasley comenzaba su primer año, pero aún no se atrevía a saludarla, pues no se separaba de su prima Molly II.

—Teddy, ¿cómo estás? —Harry Potter le puso una mano en el hombro, haciendo que se detuviera.

—Bien, bien —respondió él, distraído—. ¿Qué haces aquí?

—Una pequeña conferencia para su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras —Harry señaló un portafolio que traía en la mano y le sonrió a su ahijado—. Tu padre me dio esa clase cuando estaba en tercer curso, igual que tú.

—¿En serio? —preguntó él, emocionado. Harry jamás se negaba a hablar de sus padres cuando se lo pedía, pero nunca sabía qué preguntar.

No los había conocido, Ted Lupin era un huérfano de la guerra y nadie más lo entendía, solo Harry. Sabía que había muerto mucha más gente de la que podía imaginar, pero los únicos que le importaban eran sus padres, inmortalizados en fotos, pero no sabía qué pensaban, cómo eran, cómo habían sido sus vidas antes de morir.

—El mejor maestro que tuvimos —asintió Harry, sonriéndole—, espero que seas igual de bueno que él cuando crezcas.

—¿Crees que me parezco a él?

—Eres más como tu madre —respondió, observándolo con detenimiento—, ya sabes, Tonks era metamorfomaga, pero definitivamente me recuerdas a él.

—Quisiera poder dejar de extrañarlos —se lamentó.

—Lo sé —Harry le dio un ligero abrazo—. Tengo que irme, te veo en unas horas —le apretó el hombro con cariño—. Siempre están con nosotros, Teddy, todos ellos.

Él asintió con la cabeza, "todos ellos". Sabía que Harry había perdido a su padrino, Sirius Black, así como a su profesor Severus Snape, su amigo Cedric Diggory, Fred Weasley, y quien sabe cuántos más en aquella guerra trece años atrás.

Se preguntó a sí mismo qué sería de su vida si sus padres no hubiesen muerto, si tendría una familia, otros hermanos, si se llevarían bien o no tendrían absolutamente nada en común. Amaba a su abuela, claro, Andrómeda Tonks era una mujer muy bondadosa y lo trataba con mucho cariño, pero nunca dejaba de divagar sobre lo feliz que lo haría conocer a sus padres.

Se quedó con esa idea durante varias semanas, investigando cada noche en la biblioteca sobre algo que pudiese ayudarlo. Harry le había contado la historia de las reliquias de la muerte, pero no creía que la piedra pudiese serle útil, no para lo que quería.

Cuando casi era hora de las vacaciones de navidad, Teddy creyó que su plan estaba listo. No era muy simple, pero tenía la teoría de que, si combinaba el poder de volver en el tiempo del giratiempo con el hechizo potenciador, sería suficiente para que él pudiera regresar al pasado.

Hizo su primera prueba con algo que sabía que no modificaría nada.

Con su túnica de Hufflepuff puesta, se quedó al fondo del aula mientras los demás alumnos cumplían con el ejercicio del profesor. Estaba en 1993, Hogwarts, aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, con Remus Lupin al frente de la sala, enseñando el hechizo riddikulus. Teddy sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, e intentó disiparlas lo más rápido que pudo. No se atrevió a decir nada, únicamente esperó a que la clase concluyera y se escabulló a un baño para poder regresar a su tiempo.

Lo había conseguido. Había viajado al pasado. No estaba seguro de cuál sería su siguiente movimiento, tenía que pensarlo bien, no podía arriesgarse a hacer algo estúpido y apresurado y arruinar el futuro. Quería saber qué consecuencia tendría evitar que alguien muriera, pero no sabía quién podría provocar el menos daño o cambio posible. No se atrevía a ir a la batalla de Hogwarts, tenía que escoger otro momento.

Andrómeda Lupin y la tercera generaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora