La tempestad más cruel y los recuerdos más manchados

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- Oli, mi amor, se te ve la ropa interior de tanto inclinarte –murmuró Alba a su hija, tirando hacia abajo la falda de su vestido rosa bebé.

- Ya acabo, mami, que si Aura me lo hubiese pedido antes hubiese sido más fácil –se quejó la pequeña, continuando con su labor.

- Lo siento, lo siento, es que no sabía que me iba a molestar tanto el flequillo –se disculpó Aura, mientras sentía los últimos tirones de su pelo siendo trenzado por su hermana.

Una vez acabada la trenza francesa que la pequeña Reche le hizo a su hermana con cuidado y prolijidad, esta volvió a sentarse en su lugar, balanceando sus pequeñas piernitas en la gran silla de aquel restaurante. Observó su enorme planto, vacío, y sintió que el estómago le rugía.

- Mami, tengo hambre –anunció, mirando con sus enormes ojos verdosos a su madre. Esta le sonrió ligeramente.

- Ya no tardan, mi amor, pronto podremos comer –respondió, acariciándole el cabello.

- Pues más les vale que en serio no tarden mucho más porque este cuerpo tiene que generar alimento para este otro –soltó María, señalando a su ya no tan pequeño bebé que estaba firmemente agarrado de su seno, alimentándose.

- Calma, shavalas, que pedimos hace quince minutos, no podemos que esperar que hagan magia –rio Julia, que sostenía la mano de Sabela por encima de la mesa, y luego le dio un trago a su mojito.

- Estoy nerviosa –murmuró Aura, mordiéndose la uña del pulgar, gesto que había adoptado de Alba.

- Y yo, cariño –asintió Alba-. Pero verás como todo sale muy guay –la tranquilizó con una de sus sonrisas características. La niña asintió, un poco ausente.

- De verdad espero que todo.

Alba notó un gesto extraño en la pequeña, pero no le dio suma importancia. La observó unos segundos más, con su nuevo flequillo, el cual la misma rubia había cortado aquella mañana, y pensó que no podía parecerse más a Natalia. Se le hinchó un poco el corazón.

Todas estaban nerviosas, pero en especial las dos rubias mayores. Natalia, que no se encontraba en la mesa, al igual que Marta, había conseguido gracias al novio de una amiga de la Mari, un pequeño curro los fines de semana cantando en un restaurante bastante prestigioso en Madrid. Aquella era la primera noche que se presentaba, y sería acompañada en el piano por su amiga la malagueña.

- Ay, Mari, es que no puedo dejar de mirar a Benja, es precioso –murmuró Sabela con su gastado acento gallego y unos ojos de enamorada impresionantes-. Si es que encima es como una mezcla perfecta de Marta y tú.

- Muchas gracias, Sabeliña, lo mío me costó cocinarlo –bromeó la Mari, arrancando una risa por parte de las mayores.

- Pues vaya plos tui este, cuando íbamos al insti ni me imaginaba que fueseis a acabar juntas –comentó Julia.

- Ni yo, créeme, si estaba encoñadísima de Pablo y hasta pensaba que me iba a quedar con él pa toda la vida –aseguró María, con una sonrisa ligeramente nostálgica. El rompimiento con Pablo, su novio desde casi inicios del instituto, había sido en buenos términos, pero no por eso menos doloroso.

- Qué de cosas pasan, ¿no? –rio la trigueña.

- Ya, miraros a vosotras –habló Alba, señalando a la pareja de maestras-. Las dos más heteras del insti, casadas.

- ¿Sabéis que yo pensaba que eran amigas? –agregó Aura, queriendo ser partícipe de la conversación de las mayores-. Y pensaba que el bebé de la tía Mari era de un señor que le había dejado, como el papá de mi amiga Abril –aseguró.

La Pequeña Familia || ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora