Mi padre es casi famoso. Pudo ser famoso. Trató de serlo, no sé. A veces mi madre se acuerda de él y dice que pintaba tan bien, o dice pinta tan bien o dice que no sirve para nada. Un cuadro suyo está en mi pieza. Mirando su cuadro me pinché los brazos. Una vez. Como si esperase que la pintura me hablara. Que saliera él del cuadro (es su retrato conmigo, yo tengo cinco años y me abraza sentado en una silla mientras yo me siento en su muslo y me cuelgan los pies desnudos, chorreados, como son sus retratos) y me dijera: ¿Qué estás haciendo, Mayra? Y yo pudiera decirle: me estoy muriendo de dolor y nadie me entiende.
Y yo pudiera decirle: me estoy muriendo de dolor y nadie me entiende y no es un capricho, no es una pataleta, 110 es una cabriola infantil, no es dolor por dolor, no es la angustia común y corriente, la di lodo el mundo que me decía al comienzo Anastasia, es un dolor que me atraviesa como a ti la pintura o como a mamá la prisa por llegar al trabajo o como a Gonzalo la responsabilidad de hacer I r. losas bien o como a mi hermana las ganas de ganarle al mundo en todo. Esta es mi sangre, papá, quería decirle, es tu sangre, papá famoso o casi famoso o medio famoso. A veces sale en las revistas, a veces me lleva a la inauguración de sus muestras y un montón de gente le dice que es un genio y yo lo miro y está con trago y me dice que soy lo más lindo del mundo y Dalia no quiere acompañarlo porque dice que no entiende sus cuadros y yo los entiendo porque sé que los cuadros no se entienden, son sangre, son venas abiertas, son puertas entre la vida y la muerte, y la fama no es más que una puerta falsa: eso me lo dijo él una vez, lúcido como un farol y me dijo: no leas tanta poesía, te hace mal, conozco ‘muchos poetas y están todos con la cabeza abierta como los personajes en mis cuadros. En los cuadros de mi padre la gente tiene ventanas en la cabeza, se les ven los muebles del alma, eso dice él, se les ven las escaleras, la cocina, el baño, las parejas haciendo el amor. Y hay siempre un paisaje de París que es donde mi padre fue casi famoso, pudo ser famoso, quizá no quiso ser famoso. Vivió en París, ahí conoció a mamá. Ella estudiaba para aprender más y él pintaba queriendo ser Picasso o Matisse o Derain o Soutine. Sus colores eran furiosos y ella lo convenció de irse juntos a Nueva York y ahí decidieron vivir como pareja y él trató de ser Willem de Kooning o seguir a ingleses como Lucían Freud, siempre me habla de él, me muestra sus libros, sus gordos, sus caras manchadas, los monstruos de Francis Bacon. Anoto los nombres porque me los enseñó mi padre que todo lo habla como si tuviera la cabeza con todas las ventanas abiertas de par en par. Mi padre era el mismo de ahora. Quizá se vestía igual pero era joven y de joven un padre ya no puede oler mal o fumar marihuana o dormirse de día y pintar de noche. Picasso lo hacía, me dice. No sé si era buen padre ni buena pareja. Yo escribo que hay algo hermoso en mi padre que da pena. Es como ver un sol que no alcanzó a brillar, como el sol de un invierno que nunca pudo lucirse esplendoroso como es el sol del verano, ufano, vanidoso. La pintura de mi padre es con manchas, lienzos enormes, pasa rachas de tiempo sin hacer nada, ha puesto una tiendecita de marcos, hace sus famosas clases donde dice mi madre que se enredaba con sus alumnas. Sus manos son hábiles, limpia la madera, engarza precisos los moldes, tiene novias que se enamoran de su mirada árabe, la misma mía, la que a mí no me trae novios sino su vagancia, su pereza triste. No sé qué me pasa, Mayra. No puedo pintar. Esos días apenas me habla. No sé si puedo ser un buen padre, soy apenas lo que puedo. Pinto y eso qué importancia tiene, reclama. No lo he visto llorar. Antes de la clínica nunca lo había visto llorar. Dice que mi muerte lo atraviesa como un barco a un iceberg, como un iceberg a un barco. Yo le digo que yo me he sentido así de frágil, de madera, que no quería herir a nadie o quizá herir a todo el mundo y que me pongo triste. Me pongo muy triste. Tristeza de piedra, tristeza roca, tristeza lápida. Quiero rezar y no puedo. Dios mío, digo, y el dolor sigue en mi pecho. El doctor me dice que no es la sordera de Dios sino la mudez del cuerpo que cuando se enferma así no lo oye nadie. A mí me duele pensar que Dios nos creó mudos, que no le podemos hablar desde un dolor de este tamaño. Solamente nos dio esos ríos de plástico, esas gotas que entran en mi cuerpo, los auxiliares que me vienen a buscar y me llevan a la habitación blanca donde está la camilla y me dicen, respira tranquila, esto no te va a doler y no sé cómo cuento hasta diez y me sumerjo en un mar tibio, así será el Caribe, así será la bañera que nos hacía mamá de niñas y éramos felices. Tantas cosas que no quiero olvidar nunca. Esta es la Cura del Olvido. Sí, me dice el doctor Simone, te vas a olvidar de algunas cosas. Tiene cara de pena. Como mi padre, me mira afligido. Como Gonzalo que le toma la mano a mamá y ella se la quita porque es una bruta. Tiene la tonta idea de que me dolerá su amor por Gonzalo, que me influyó la separación. Como si todo fuera simple, una flecha y un blanco, una fórmula en una pizarra. Madre, odio tu aritmética precisa. I le despertado en sueños llamándola. Que no se vaya a dormir pensando que soy mala. Me siento mala, la asesina, la que trató de matarla en mi propio cuerpo. Esto no te va a doler, me dicen. Y yo me voy del mundo y cuando vuelvo estoy en mi cuarto y me mira Mary porque siempre es de día.
Y cuando despierto aún hay sol, a veces llueve, como hoy y la tristeza se va diluyendo pero siento, Anastasia lo sabe, que he perdido algo. Junto con extraer la piedra de la locura se va algo de mí en el olvido y le digo: Mary, dame mi cuaderno y si puedo escribo, si puedo dibujo. No quiero que nadie me pregunte qué voy a estudiar en la universidad. Hoy, no sé por qué, quiero abrazar a mi hermana. Que le diga a Iván que venga. Que se lo diga ella. No es maldad. Es como la derrota del amor. Si algo he aprendido del amor es que es una derrota. Es la más bella derrota, Dalia, me dan ganas de decirle. Y yo la perdí.
ESTÁS LEYENDO
El cuaderno de Mayra
Teen Fiction«Yo lo que quería era morirme. Demasiadas poesías, quizá. Quizá eso me enredó el corazón, eso me hizo andar sollozando por los rincones. Perdí el eje, las ganas de vivir, vivir no más se volvió un lastre. El corazón se me convirtió en una piedra que...