Día seis, quizá

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Iván. Me descubro escribiendo tu nombre como si fuera un poema completo. Te dibujo mal y rompo los papeles donde rehago tu rostro. Fuiste mi primer hombre, quiero decir que contigo fui por primera vez mujer. Te quise mucho y pienso que estuve enamorada de ti porque si algo debe ser estar enamorada es querer estar tan cerca de la muerte. ¿Amaste igual a Dalia? ¿Por qué fuiste con rila a mi fiesta? ¿Por qué si sabías que andaba detrás luyo no la dejaste atrás? Engreído, vanidoso, como todos los hombres, lo dice mi madre hasta delante de Gonzalo, no resististe la tentación de ser el sueño de las dos, no pudiste elegir. Maldito, malo, no puedo siquiera maldecirte bien, no puedo matarte dentro mío, no puedo perdonarte y sin embargo te perdono, que te hayas ido, que te hayas complicado, que te hayas metido con Dalia, cualquier cosa para que aparecieses en la puerta de mi casa y me dijeses que me quieres, que no me has podido olvidar, que a veces escribes mi nombre como si fuera un poema o lo pronuncias como si fuese una canción de moda o que intentas vanamente con tu mano torpe dibujarme y quieres que seamos novios, pareja, nos abracemos como esa vez, esa vez, esa vez, Iván, mi corazón, mi corazón lindo y terrible y tonto y terco. Qué saben los doctores, los psicólogos, tú eras mi sanación, mi remedio, mi alivio, tú calmabas mi alma, o mi cuerpo, o eras la salvación o el pecado, yo me confieso, padre, de haber sabido lo que era el amor. ¿Qué tiene de malo si es tan bello? Iván me amó, yo lo amé, yo lo amo, tal vez todavía lo ame. Pongo un acento distinto, una letra distinta y el amor es distinto y ya somos distintos los dos, dos extraños. Me da miedo volver a verlo por eso, por su cara que será la de otro cuando era la de mi vida y mi cuerpo era el suyo. Iván, ¿dónde te metiste? ¿Qué hiciste con nuestro amor? Odio las canciones en la radio hablando del mismo tema, mi madre me trajo un televisor y odio encenderlo. No es una telenovela mi vida, no, es una historia de vida y muerte. Iván entró en mi vida y con él entró también la muerte. Tiene sus ojos la muerte. Anastasia me mira y me dice que le cuente una vez más la historia de Iván. Todo. ¿Todo? Todo. No sé si me gusta acordarme de Iván. Pero no me gusta tampoco que se me borre todo. Anastasia, le digo, ¿me contarás todo lo que he olvidado? No olvidarás nada, me dice y me calma. Es como si su memoria fuese la mía. Como si necesitara su cariño como una memoria agregada. Su cabeza que no podrá jamás saber lo que he sentido, porque no hay palabras para contar lo que uno ha sentido y nadie puede soñar el sueño de otro ni sentir el amor de otro y al final todos estamos tan solos, tan solos. No, no es bueno seguir así. Dentro mío a veces siento destellos de luz o, mejor dicho, menos oscuridad, menos de esa terrible oscuridad de las cosas. Iván. Era alto como un junco y gracioso, contaba chistes y era bueno como un pan. Este es Iván, dijo el padre Rubén, y yo lo amé.

El cuaderno de MayraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora