Hoy lloré todo el día. El doctor Simone me contó todo. Todo. Si hubiera consultado antes. Si al primer pinchazo del punzón, si al primer vómito hubiera hablado, no serían necesarios los electroshocks. Casi no puedo escribir. Hasta a él se le llenaron los ojos de lágrimas. No es frío como otros doctores que veo pasar, los de las otras presas, las otras enfermas. Yo no estoy presa pero es igual que estar presa. Lo aguanto porque afuera estaría más presa todavía, mucho más prisionera de esta locura del corazón negro. Mi locura del corazón negro. Se me puso negro y las rabias y las penas lo pusieron más negro todavía. Echan sueros en mi sangre para quitarle lo negro. Simone me dice la verdad, está haciendo lo que hay que hacer, me dice. Dice que se me va a olvidar y me lo va a volver a decir. Incluso no sé si hubiera preferido que me mintiera. Dice que ya me hicieron varios, que basta. Que ahora solo el goteo. Lloré toda la tarde. Hubiera necesitado un beso y estoy llena de electricidad, sacudida por dentro, vapuleada. Yo quise ser pura, yo quise estar limpia de pecado, yo quise solamente ser una buena mujer. Yo no quería ser correcta, mediocre, arribista como Dalia, quería ser casi una santa, quería llegar virgen al matrimonio, quería navegar contra la corriente de toda la gente parecida a la Reina Isabel, los malos que se volvieron buenos, los locos que se volvieron cuerdos, los desordenados que se volvieron comunes y corrientes, yo no quería ser mediocre, quería dar un salto más allá. Hubiera debido ser totalmente loca, emborracharme como la Fanny o la Karen o la Ana o todas las locas del curso, debiera haber perdido la virginidad en un paseo de curso como cualquiera con cualquiera en cualquier parte de cualquier manera. Con Sebastián, por ejemplo, que quería manosearme en las fiestas y yo no quería dar ni un beso porque en el cuerpo se me iba la vida. Anastasia dice que siempre sentí eso, que eso quizá ya era la depresión, el deseo de que el mundo se limpiara dentro mío, en mi cuerpo pudiera mi alma alcanzar la belleza terrible de los ángeles. Leí poesía porque era el más puro estado del idioma, las palabras robadas, las palabras que he vivido robando. Me he pasado robando el dolor de los artistas que no me pudieron salvar de ser chamuscada por el electroshock viendo a Bernardita como se va de alta y transmite a todos que se va de alta y no le permiten salir definitivamente, loca para siempre, no quiero quedar loca para siempre. El doctor me explica mil veces que estaré mejor, que debo cuidarme y que si me cuido no seré loca y yo lo que no quiero es ser cuerda. ¿Ha visto cómo están los cuerdos? ¿Iván es cuerdo? ¿Dalia es cuerda? ¿Gonzalo y sus aburridos muñequitos religiosos, sus santones de madera de todo el mundo con que llena la casa? ¿Quién está cuerdo? No quiero ver a mi madre, ella debe haber convencido a papá. Odio a papá. No tuvo carácter, no tuvo conmigo el coraje de salvarme de los electroshocks. Era tu vida, me dice el doctor. Yo lloro a gritos. Yo solamente quería salvarme del mundo. Eres el mundo, eres parte del mundo, me dice Anastasia, eres alguien importante en el mundo, el mundo no sería nada sin ti. Mentira. No le importo a nadie. ¿Cuántos electroshocks más? ¿Cuántos me han hecho? No hacen el daño que dicen, repite el doctor. Dice que me lo repite porque lo he olvidado. Yo le digo que me lo repita porque la causa del olvido es su famoso tratamiento. Me explica otras mil veces más que el dolor estaba clavado en mi propio cerebro, en mis células, que había que arrancarlo brutalmente, que la idea loca de la muerte es materia viva, que he creído tener emociones que no son mías, son materia dañada, son desechos. Yo pienso, ¿y un beso? ¿No me habría salvado un beso? Y le pregunto si rescataré la memoria. Me dice que sí pero olvidaré esto, así que mejor lo anoto. Sí, rescataré la memoria. Una memoria limpia donde igual Iván se habrá ido, me habrá traicionado, habré querido ser locamente sana y terminaré aburridamente mediocre. No quiero eso. No te irrites, me dice Anastasia. ¿Por qué no has venido a verme?, le chillo a mi madre. Y ella se molesta y me repite que viene todos los días y que revise mi cuaderno. Reviso mi cuaderno. Escribo tan poco sobre ella. Tan poco. Es mi madre y la odio. ¿Dónde está mi padre? Padre, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué? ¿Qué hace Gonzalo en la cama con mi madre? Dalia, ¿estás ahí? Esta tarde le tomé la mano a Dalia. Todos los días, todos los crepúsculos, los áridos crepúsculos de la clínica, en medio del ruidoso tráfico emocional de las tardes, necesito dormirme de la mano de alguien. Hasta que llega Olga, la vigilanta de noche y se van las visitas. Hoy voy a necesitar algo para dormirme. Me ponen bajo la lengua una píldora. Olga, yo quería ser pura. Anote, escriba, alguien que escriba lo que yo siento. Alguien que lo diga por mí. ¿Iván no sabe nada? Preguntó por ti, me dijo alguien. O lo soñé. No distingo los sueños de lo vivido. Mi cerebro flota, mi cabeza es una pecera. Es muy peligroso ahogarse en este acuario. Dentro de mi alma puedo sentir el ruido de la vida como los intestinos intoxicados de un gigante. Rujo, gruño, Olga dice que aprieto los dientes. Mi Dios, mi Dios ¿cuál es el santo de las locas, de los depresivos, de los suicidas frustrados? ¿A quién le rezo? Mayra, la María mal hecha. Mamá, papá, tengo miedo. Dalia, hermanita. May, mi niña May. ¿Quién nos quitó el amor del sur donde empezaba el mundo? Yo lavaba mis manos, lavaba mis ropas, mis sábanas, lavaba el mundo creyendo que así podía lavar mi alma. Yo era buena, yo me confesaba con el padre Rubén. Me siento algo mejor con las pastillas. Me desespera tener que usarlas. El doctor dice que así estaré mejor. Cada golpe de angustia me daña más, me dice. Es un tiempo con píldoras y después podré estar mejor en la vida. Volver a la vida. Yo le tomo la mano. Viene esta noche. Le habla la enfermera, le habla la vigilanta. Se rasca la coronilla mientras escucha. Estoy algo mejor. Tengo pánico de volver a vivir lo que he vivido. ¿Podré ser libre de elegir lo que yo quiero? ¿Qué piedra de la locura es esta que tengo en la cabeza? No quiero morir. Hoy es el primer día que no quiero morir. ¿Me oye, doctor? Hace un gesto. Pasa la mano por mi pelo. Como si fuese mi papá.
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El cuaderno de Mayra
Teen Fiction«Yo lo que quería era morirme. Demasiadas poesías, quizá. Quizá eso me enredó el corazón, eso me hizo andar sollozando por los rincones. Perdí el eje, las ganas de vivir, vivir no más se volvió un lastre. El corazón se me convirtió en una piedra que...