Anastasia dice que ordene mis pensamientos, que no debe asustarme el orden. Dice que temo parecerme a mi madre si me vuelvo cuerda y entonces perder para siempre a mi padre. Dice que tengo esas dos partes dentro luchando. Mi madre viene todos los días y se cruzan con mi padre en la puerta y se saludan tan distantes que me da pena. No son ni amigos, son menos que amigos, son apenas personas y yo soy el amor que se tuvieron. Cuando Dalia viene le digo: ¿te das cuenta qué poco queda de mis padres? ¿No se dan cuenta que eran mucho más cuando se querían? ¿No se dan cuenta que me hieren, que nos hieren, cuando sencillamente se tratan distantes como si jamás se hubiesen tratado? Hay cosas que no le digo a Dalia. Yo que conocí el amor con Iván, el amor del cuerpo y la piel, y ella también lo besó, estoy segura que lo besó, no me mientan, no me traten como si fuera idiota, a mí no me hacen tonta. A ella menos que a nadie le diría que no entiendo cómo se pudieron amar mis padres hasta tenernos a nosotros y después el olvido. ¿Por qué el olvido? Y tengo la rabia y la duda, las ganas de preguntarle a Dalia si ha visto a Iván, si sigue con Claudio, su novio universitario, si salen además de repente con Iván y hablan de mí, si cuando me autoricen las visitas podré verlo y 110 me dará la sensación de estar atravesada de arriba abajo hasta por el filo de las hojas de los árboles, los múltiples verdes de los limoneros. ¿Dalia? ¿Has visto a Iván? ¿Ves a los papás que se quisieron tanto, que hicieron tantas cosas juntos, que fueron tan capaces de tener nuestra casa de ladrillos blancos tan bonita y la chimenea encendida en la playa y nosotras corriendo de la mano de ellos gritando que el tiempo era hermoso y el mundo empezaba en el sur y seríamos hermosísimos para siempre juntos? No, no le cuento eso a Dalia. Hablamos poco, jugamos un poco de ping pong y ella se deja ganar a pesar de que estoy muy mareada. Anastasia me dice que ordene las cosas. Me dice que no importa que me repita. Estoy cansada, quiero irme. Tengo un molesto buen humor. Bernardita ya se va de alta, acelerada como está, y me da su teléfono. Verónica, la ninfa hacendosa, dice que las curas de sueno dejan la memoria como un trapo. Y el cuerpo también, digo yo. Es otoño y debo ordenar las cosas. Hace un año conocí a Iván. Mi madre dice a veces, fumando siempre, que eso me hizo mal. ¿Por qué no le hizo mal a Dalia? Te bajó las notas, me dice ¿Por qué no se las bajó a Dalia? Anastasia, por favor, me duele ver a mi madre, me saca de quicio, me duele. Yo no soy mala, no soy mala. Yo quería a Ivan. Dalia es mala. Mi papá, papá, ven a verme. Ordénate me dice Anastasia. Estamos sentados en la habitación de la clínica. Por la ventana entra el mal sol del otoño. Todo se borronea como esa luz y no sé qué hora es. Le tengo que preguntar a ella el día de la semana. ¿Voy a estar mucho tiempo encerrada? Quiero salir. ¿Con quién quieres salir?, me dice. Y yo no sé con quién saldría. Me da risa pero pensé: con Gonzalo. Es tranquilo, es mi padre y es mi madre al mismo tiempo, un poco los dos, aunque a él le gusten las antigüedades y pintores más normales. El mismo me lo ha dicho, tu padre pinta bien, si se ordenara le iría mejor. Me ordeno, Anastasia. El doctor Simone, ¿cómo será con sus hijos?, ¿querrá más a unos que a otros? Le pregunto a Anastasia si es casada, cuántas veces se ha casado. ¿Cree en Dios, Anastasia? No me contesta esas cosas. Me devuelve las preguntas, me dice que me ordene. Quiere que le cuente de Iván. ¿Más? Iván me duele. Hicimos las cosas de la parroquia, el invierno, ir a ayudar a la gente más pobre, la desesperada, la que no tiene ni tiempo para deprimirse, digo yo, con el agua hasta el cuello, yo me moriría, esas casas donde sabemos que pasan cosas terribles, yo le digo, las mismas que después sabemos suceden en las casas de la gente más rica. Una amiga que está desesperada porque un tío la manoseó, la niña del lado que la violó el propio papá, jugaba con ella como una muñeca y la descubrió la mamá en plena faena, esas cosas que yo no entiendo por qué no enferman más todavía. Háblame de Iván, te duele como una violación, te duele como un abuso, háblame de tu niñita interior maltratada, me dice Anastasia. Iván y yo enganchamos enseguida. Yo también le gusté, me lo dijo. Dalia no iba a la parroquia, era menos creyente, es menos creyente. A mí no se me ha aparecido la Virgen ni nada por el estilo, pero creo en ayudar a la gente y creo en Dios hasta en medio de mi dolor y de mi muerte, hasta cuando sangro creo en Dios y espero encontrarme con él en el cielo alguna vez, Dios mío, sé que he pecado, vomitar, herirme, hacerme pedazos, mi cuerpo es Su regalo, lo sé y cuando Iván me hizo sentir todo eso, sentí que era un regalo de Dios. Le vuelvo a preguntar a Anastasia si cree en Dios, si puede entender qué significa esa sensación de Dios en el cuerpo, si es pecado o estado de gracia. Me dice, ordenemos. Iván me invitó a salir, dar vueltas. De mi edad, alto, más alto que yo. Divertido, fuimos al cine, me invitó él, hablamos mucho, me enseñó a jugar billar y me tomaba las manos poniéndose detrás mío y ahí yo creí que me iba a morir de felicidad. Esto lo escribo pero no se lo cuento a Anastasia. Yo me tocaba. Desde antes de conocer a Iván me tocaba. No me imaginaba nada pero yo ya sabía tocarme entre las piernas suavecito, y movía los muslos colocándome un cojín entre las piernas y sabía llegar a algo parecido a un orgasmo que no sabía cómo se llamaba pero lo hacía desde chica y mucho y no lo he confesado a nadie. El doctor Simone parece que se dio cuenta. Me preguntó si yo me masturbaba con tono de absolutamente normal, como cortarse las uñas o si me lavaba el pelo muy seguido y yo le dije que sí y él preguntó desde cuándo y yo le dije que de niña y él se quedó tan campante que supongo que no es pecado. El padre Rubén nunca supo y menos Miguel. Yo lo hacía para dormirme tranquila. Lo hacía de niña. Mis papás peleaban y yo me tocaba y me dormía tranquila. Cuento esto no por desorden, lo cuento porque cuando Iván me tocaba era como que yo me tocara. No, mucho más. Lo digo porque Iván me rozaba la mano y era como que me tocara en el mismo centro de la vida, entre las piernas, como si se me incendiara, me daban escalofríos y la primera vez que me tomó la mano después de la película yo sentí el vapor, el volcán, la fiebre mínima de vivir, eso que es tan distinto de la muerte, eso que es el mal de la vida o el bien de la muerte, póngalo como quiera, el máximo y el mínimo al mismo tiempo, la promesa de una vida exquisita y medio loca, ya le dije que sí, que fuéramos al pool y jugáramos al billar y me dijo si sabía y le dije que no sabía y me dijo yo te enseño y me tomó desde atrás y me abrazó a medias y yo juro que casi me desmayo, yo sentí todo lo de Miguel multiplicado por mil y suspiró en mi oído, se rió, estaba igual de incómodo que yo, igual de corto de genio, igual de sensible, yo leía poemas con él, le leía mis poemas copiados, mi libro de versos robados, no anotaba nunca el nombre de los poetas, los versos son de todos, eso mismo le leí a uno de los poetas, róbame los versos, decía, llévatelos si te dan vida, arrójalos si te dan muerte. Qué sabe mi padre cuánto me salvaron los versos más oscuros. A cuántos poetas salvaron de la muerte. Habría venido ella mucho antes a buscarlos, se los habría llevado como el agua de los temporales se lleva las piedras, grises, anodinos, inútiles, se los habría llevado como peces muertos, como papeles, como basura. Sus versos eran la raíz a la vida, el lazo al sol. Leía con Iván y me tomó de la mano bien tomada una vez y me dijo que yo era
muy bonita y, es divertido, pero yo no me sentía tan bonita. Cuando él me lo dijo creo que me puse colorada y yo nunca había besado a un hombre. Besos tontos, compañeros, pero sin lengua, sin toda la boca, besos casi besos. Nunca el beso bien besado de la boca loca. Practicaba con la mano. Hacía una boca con mi pulgar y el índice y me besaba la boca de esa mano. Sabía que era con lengua y lo hacía lentamente, como lo veía en las películas, como lo cantaban las canciones. No era una caliente. Yo buscaba el amor. El amor que es más que la calentura, mucho más, es sentirse convertida en cuerpo grito, en cuerpo alma, en cuerpo vida. Nunca en sus besos quise morirme. Nunca. Yo sentí todo por Iván y por eso lo besé. Fue raro, sentí sus dientes, sentí su lengua. Nadie nunca había entrado en mí de esa manera. Ninguna lengua antes había jugado con la mía, recorrido así mis labios paso a paso. Lo áspero de su piel me rozó y me hizo daño la poca barba que tenía, pero no importaba. Lo besé de vuelta, abrí mi boca como si abriera mi mundo entero. En un beso de verdad se juega la vida, se puede terminar perdiéndola, se puede terminar siendo otra persona. Y yo quería que Iván me abriera como una nuez, me rompiese con su beso. Yo quería el temporal de su saliva. Ningún asco, ningún miedo. Era besar a un arcángel, un rostro hermoso. Me emocionó su mano en mi pelo. Lo usaba largo entonces, casi hasta la cintura. Cuando hacía calor me lo levantaba en un moño. En las noches a veces me lo peinaba mi madre. Pocas veces, de niña. A mí, a mi hermana. Me lo corté a tijeretazos cuando se metió con Dalia. El metió su mano
en mi nuca y yo tomé su cara guiando su boca, bebiéndolo todo, su memoria, su vida, como si besar fuese una manera única y última de saber de él hasta su médula. Bello Iván, lo quise tanto. Cómo no entiende un hombre que una mujer ama tanto cuando besa. ¿Besan así los hombres? Le preguntaré a Anastasia, al doctor, a mi padre, a Gonzalo. No me atrevo. ¿Cómo besa un hombre? No puedo creer que solamente se calienten. Yo sentía el cuerpo tibio, sentía abrirse el deseo de estar mucho más tiempo juntos, infinito. Le di muchos besos. Me dio muchos besos. Eso a lo mejor aburre a cualquiera que me lea, a cualquiera que me oiga. Pero los besos eran el minuto más importante de la vida. Sé que con besos me hubiera curado. Esta enfermedad infernal me quitó los besos, me los arrancó de la memoria, me dejó desbesada, me dejó desamada, descreída, destrozada, los besos me abrigaban, me dejaban quieta, me permitían esperar que viniese otro día, convertían el amanecer en una maravilla: podía haber otros besos. E Iván era la boca, la boca única que me besaría. No era a cualquiera. No era de cualquiera. El beso es más que el beso, el beso era yo misma mirándome, abrazándome, reconstruyendo el amor perdido de cada segundo de mi vida. Daba lo mismo todo. A mí me daba lo mismo todo. Por esos besos dejaba el mundo atrás, los estudios. ¿Puede compararse un beso con las matemáticas? La única lengua que me interesaba era la del beso. Le pregunto de verdad: ¿por qué en el colegio no enseñan a besar? ¿Por qué no enseñan que el amor es así, más desvaído, por qué no enseñan a tolerar la ilusión, el desconcierto, por qué no nos dicen que el beso es total y sin embargo tan sutil, se desvanece? El beso es hambriento e insaciable. ¿Por qué no nos explican que uno puede amar tanto y olvidarse sin embargo? ¿Qué se ama cuando se ama? Ni los poetas lo saben. Deberían enseñarnos eso. Quizá Iván hubiese dolido menos. Pobre madre mía. Cuánto habrá sufrido cuando mi padre le quitó sus besos. Por muy fría que haya sido, por muy compuesta. Por muy ordenada. Mi padre jamás debió besar a otra mujer. Jamás, a ninguna. No se besa porque sí. Yo no he besado así. Y entiendo que el beso es como una oración, un gesto devoto. Yo beso y me beso y te beso. Iván, nos besamos tanto. Y ahí apareció mi cuerpo y su cuerpo. Nos juntábamos en el patio trasero de mi casa. Iba a verme y sabíamos que ya no queríamos hablar, que no queríamos ver televisión ni jugar naipes ni escuchar música. Queríamos besarnos. Nos íbamos al patio de atrás donde estaba la escalera apoyada en el piso y nos sentábamos en ella y nos besábamos y mi cuerpo se mojaba, me mojaba toda. Su humedad, la de su boca, florecía en todas las bocas que yo pudiera tener. La boca de mis piernas, entre ellas, sonreía y yo sabía que eso era el amor, sé que eso es el amor, Anastasia, por qué me pregunta esto, lo sabe, lo amé a Iván, lo amé. Tanto, tanto. Nos besamos tanto. Nos besábamos tanto. Iván, mi querido Iván.
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El cuaderno de Mayra
Teen Fiction«Yo lo que quería era morirme. Demasiadas poesías, quizá. Quizá eso me enredó el corazón, eso me hizo andar sollozando por los rincones. Perdí el eje, las ganas de vivir, vivir no más se volvió un lastre. El corazón se me convirtió en una piedra que...