Ocho, será

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La Bernardita está loca. Me ha dicho que me están haciendo electroshocks. Yo le digo que es mentira. No dejarían que me hicieran electroshocks. Me ha hecho llorar. Me dice que a ella le han hecho y se olvidan las cosas, se muere el cerebro. Yo no siento muerta mi mente. Le digo que me siento mejor. Que me cuesta escribir. Que no puedo creer que mi mamá o mi papá hayan dicho que sí. Que el doctor Simone no es un infeliz. Pero me pregunta si puedo escribir y sé que no puedo escribir bien. Y me pregunta si me acuerdo del libro que me sacó y me lee páginas que dice que me leyó y no me acuerdo, no me acuerdo, no me acuerdo. Tengo la cabeza vacía. Es una cura de sueño, le digo. Verónica me lo dijo. Yo me quería matar. Quería morir. Le digo, ahora me acuerdo de tantas cosas y entiendo que estaba loca y le leo los poemas de la Alejandra Pizarnik y ella me dice: te están haciendo electroshocks. Te vas a quedar loca para siempre. Para siempre, canta, mientras Verónica pedalea en la máquina de coser un mantel para su madre. A ella la vienen a ver todos y la abrazan y veo a su padre que es algo así como un doctor, un abogado, que se sienta con ella bajo unos naranjos y le dice cosas suaves y su madre le toma la mano a su padre y no sé entonces por qué está acá encerrada si es tan buena pero tan buena. A Bernardita la odio, la odio. Salté sobre ella y le tiré el pelo. Vino la Olga, era casi de noche, y vino su guardiana, la Elvira, y nos separaron. Le tiraba el pelo. Y ella gritaba: te olvidarás de todo, te están haciendo electroshocks, a mí me hicieron electroshocks. Te cuentan un cuento, puras mentiras. Y gritamos en el pasillo y a ella le pusieron una inyección y a mí otra y mientras lloraba tendida en mi cama, la enfermera me puso algo en la nalga'y le pregunté si era cierto. ¿Qué cosa?, me dijo. Lo de los electroshocks. No sé, me dijo. A veces los doctores tienen que hacerlo y es lo que hay que hacer. Pregúntaselo a tu doctor. Yo sabía que me estaba mintiendo. Sabía. Ella podía leer la ficha, las indicaciones, pero ella me conoce poco. A Bernardita es la tercera vez que la hospitalizan. Una vez corrió desnuda por Providencia, otra vez creyó que era la Virgen María y santiguaba a los pobres allá abajo, en Estación Central. Oye voces, habla en alto, araña a sus cuidadoras. Nunca ha tratado de matarse. ¿Ella está más loca que yo? Le dije eso a la enfermera. No sé, me volvió a contestar. No sé, no sé, no sé. Demasiada gente que no sabe nada. Eso me ha enfermado. Y es verdad que olvido las cosas y pensar me cuesta. No sé dónde se fueron mis ganas de morirme. Estoy en una especie de lago oscuro, atravieso sobre las espaldas de un monstruo estas cavernas de tiempo. ¿Cuántos días? ¿Cuántos? Mañana debo hablar con el doctor. Apenas puedo dibujar. Mi cuerpo dibujo, atravesado por las máquinas de corriente. Si me han sacado este deseo de morir, me han limpiado por dentro. No quiero correr desnuda, no quiero soñarme con un hacha hundida en el pecho ni arrancando el cuero cabelludo de mis profesores. No quiero sufrir por dentro como he sufrido. Qué ganas de abrazar a mi mamá. Qué ganas de abrazarla, que ella me abrace. Olga, llamo, Olga, venga. Ella entra y entiende. Es fría, no es la Mary, pero le digo que necesito tomarle la mano a alguien. Me dice: ya te va a hacer efecto el calmante. A lo lejos aún escucho chillar a Bernardita. Me doy cuenta que está más quebrada que yo. Lo que sea que tiene dentro, no han podido extraerlo. ¿Me han hecho electroshocks?, pregunto. No, me dice Olga. Y no le creo pero no importa. Tiene la mano gorda y callosa pero aprieta la mía que es pequeña y flaca. Si estuviera en casa, iría al refrigerador y comería hasta hartarme y vomitar igual como grita Bernardita. No, no, acá me basta la mano de Olga porque empiezo a dormirme y le estoy dictando y por eso los errores de ortografía y la nota: tengo que acordarme de preguntarle al doctor Simone. Tengo que acordarme que tengo que acordarme. Estoy menos triste. Estoy menos muerta. Olga me pasa la mano por el pelo. Anota eso, Olga: me pasas la mano por el pelo. Anótalo, es bonito. Y no quiero olvidarlo. Mañana hablo con el doctor, viene Anastasia, viene alguien más de mi familia y quiero que sepa Iván. Anótalo, Olga. Y no me sueltes la mano hasta dormirme.

El cuaderno de MayraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora