Dieciséis y diecisiete

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Quiero dejar de sentirme culpable si quiero a mi padre frente a mamá. Quiero dejar de sentirme mal con papá si quiero a mi madre. Me ha destruido sentirme siempre mala. La hija mala de mamá era la hija buena de papá. Nunca más, no, nunca. Quiero el cariño de Dalia. Hoy me vino a ver y me contó que el próximo fin de semana salgo, que si quiero ella me ayuda en cualquier cosa, que si quiero llama a algunas amigas. ¿Quieres ver a Irina? Está en Grecia con sus papás. Dalia está vestida de uniforme en mi recuerdo. Escribo en la noche cuando se van las visitas. Estoy cansada. Me cuesta concentrarme al escribir. Me dice el doctor que debo contar lo pasado solamente a mis mejores amigas. Me dice que es triste pero también es verdad que no todo el mundo entiende que esto es una enfermedad del cuerpo. Hay gente que supo que me enfermé y les contaron que era un tifus, algo así, que se complicó. Ninguna sabe que estoy en una clínica psiquiátrica. El doctor me dice que es bueno que escriba. Yo le digo que por suerte lo hago. Le pregunté si le podía leer lo que había hecho. Mi cuaderno lleno de dibujos, de recortes de diarios, de flores, de hojas. Canciones y versos robados. «Todo sobre Mayra», le puse. Le leí unas páginas y me dijo que escribía bonito. No quiero escribir bonito, quiero vivir tranquila, le dije. Ya no quiero tener alas, quiero solamente caminar primero. Después veré. No me pregunten si prepararé el ingreso a la universidad. ¿Estudiar? Eso queda tan lejos. Mi madre ya no me persigue dándome instrucciones cada vez que viene. Antes me decía que no debía perder el año, que podía conseguirse las tareas con compañeras, que me podían poner un profesor particular. Llegó a preguntarle al doctor si podían venir a la clínica a estudiar conmigo. Mi madre es buena pero apura las cosas. Siempre las apura. Quería que mi papá nunca tuviese caídas, pérdidas de ánimo, las visitas de la muerte que ahora yo entiendo. Sí, yo tengo a alguien en la familia que me entiende. Mamá no. El doctor le explica cosas, le presta libros. Delante mío le dijo que tengo una depresión y que esto es de una vida, una manera de ser y algo que hay que cuidar. Yo sentí la molestia de mi madre pero no la odié. Otras veces me daban ganas de matarla, como con Dalia. Y sus ojos eran los ojos más oscuros que he visto. Ya no. Con una cierta mansedumbre aprendida viene a verme y se saluda con mi padre que aparece en las horas más raras. No le dice nada, se saludan. Me duele verlos amables y siempre me dolerá. Que me perdone Gonzalo y su cariño. Yo quería a mis papás juntos y eso no lo puedo cambiar. Anastasia dice que hay cosas que no puedo renunciar, que me cuesta perder batallas y que eso me hace la vida muy dura. Tengo que aprender a perder para poder ganar. Mi orgullo será, mi tozudez, la porfía. En eso me parezco a mamá. Yo quiero a mi padre como se quiere a un ángel enorme y desgarbado. Lo quiero con su fragilidad, con su mal aliento, con sus dientes cariados. Lo quiero mal vestido, desaseado. Debe ser terrible ser su pareja. Es más fácil quererlo como hija pero si alguien escuchó de verdad mi mensaje fue él. El más sordo de todos, el más distante. Sumergido en la trementina y el aguarrás, pegado a sus lienzos claveteados en los muros donde tensa la tela para hundir el brochazo, con su cuadernillo y su lápiz de grafito en los bolsillos de su casaca. Me dibuja y lo dibujo. El lo hace mucho mejor y sus retratos los guardo en mi cuaderno más privado. Lo que no apareció en «Todo sobre Mayra», mi lado B. Sonrío por primera vez en todo este tiempo. Una risa de verdad, que me viene de adentro. Puedo reírme con él. Me dice que soy bonita a pesar de parecerme a él y eso me hace gracia. Mi padre siempre hará chistes malos. Cuando pueda me llevará a su taller. Me dice que lo sucedido lo ha puesto a pintar mucho. Me has hecho pintar más que nunca, dice. Hoy llegó con el pelo cortado y la cara limpia. Hasta se había bañado. Estaba contento de verme mejor. Estás mejor, me dijo. Yo le contesté que no sabía. Ya no quieres matarte, me dijo. Me tranquilizó que lo dijera. No, ya no quiero matarme, le dije. Yo también he querido matarme muchas veces, me dijo. No te mates, le pedí. No lo sabía. Me salió de adentro. Por favor, papá, te necesito mucho. Lloró un poco. Un poco, solo un poco, una nube de lágrimas en sus ojos oscuros de árabe. Tal vez no haya querido nunca tanto a nadie como a ustedes, dijo. Mis hijas, las dos. Las echo tanto de menos a veces, en París una vez miré largamente el río, el metro de Madrid lo miré tantas veces, acá bebí toda la noche tantas veces. Era mi padre el que hablaba desde su dolor. Decidí ir al médico en serio, me dijo. No tomo más, dijo después, pero no me pidas que deje de fumar. Eso no puedo todavía. No quiero hacerme más mal. Le he contado todo, todo. Mis cortes, mi sangre, lo de Iván no, eso no se le cuenta a un padre, pero sabe cómo buscaba yo con qué enfermarme para no ir a clases, cómo le tenía pánico al colegio, como me encerraba en el baño en los recreos porque no soportaba la mirada del resto. Me sentí gorda o fea o extraña. Nada me era suficiente. Las notas de Dalia o los coqueteos de los compañeros, nada me calmaba. Le ganaba a mi hermana y en lugar de alegrarme me angustiaba. Siempre, siempre. Despertaba, papá, y era como sentir el cuchillo sobre mis huesos arrancándome la piel. Y después los meses fríos, del alma helada, cuando me corté. ¿Sigues enamorada de Iván? No, le digo. No sé. Ese no era el problema. No me separaré nunca de ti, me dice. Y sé que son palabras de hombre, los hombres escriben sus juramentos en el agua, nunca sabré si creerlas. Te quiero mucho, papá, le digo. Se lo dije tan pocas veces. Temor a la molestia de mamá. Sentir que mamá no se lo decía. Los escuché reír tanto tantas veces. ¿Quién cambió? Yo, ella también, dice. A lo mejor la enfermedad que te regalé. Le cuento que una psiquiatra nos escribió un libro que se llama Tocados por el fuego. No sé si sería más feliz con una vida común y corriente, se ríe, a lo mejor sí. Traté de ser Picasso pintando de noche, muerto de frío, con la sangre empapada en whisky. Se puede pintar igual bien sin quebrarse tanto. Muchos mueren en el intento. Siempre me dio miedo tratarme con un psiquiatra, temía perder la inspiración. Ahora solo me importa estar bien para que tú estés bien. Anoto todo lo que me dijo. Es el primer día después de tratar de matarme que puedo decir que quiero a alguien y puedo sentir algo al decirlo. Y eso es casi ser feliz. Casi estar viva.

El cuaderno de MayraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora