Mucho después

2.4K 60 6
                                    

No, no volvimos con Iván. Quería verme, estaba confundido. Me bastó verlo y saber que algo estaba roto para siempre, que no quería estar con nadie confundido. Miento, me confundió también. Hasta nos dimos unos besos. Luego me dolió el pecho y le dije que tenía que ser de a poco. Fue raro, enredado y tonto. No, le dije después, no sigamos juntos. Por favor no me llames. Tomé aliento y le dije más cosas: si eres bien hombre no llames tampoco a mi hermana. Dalia misma me lo dijo: nunca me perdonarás lo de Iván. Las hermanas nos hacemos esas cosas, le dije. No sé si estoy resentida. Si es por eso siempre lo he estado. Ahora me cansa preocuparme de competir con ella. Haremos las pruebas para la universidad. Ella será la mejor y yo veré qué hago. Me duele el alma pero quisiera estudiar más de la mente o quizá arte o quizá literatura. Leo siempre y al releer los poetas que no pudieron dejar de levantar la mano sobre sí mismos, me duele por ellos, los entiendo más. Salgo con mi padre cada vez que puedo y lo miro pintar. Ahora escribo menos porque pinto con él. Me deja lienzos, acrílicos, me enseña la técnica del óleo. Es muy distinto lo mío, menos feroz, más amable. Estoy menos mal herida que él. Mi madre me habla bastante. Al comienzo celosa de mi padre, ahora mejor, incluso me lleva a la calle Santa Isabel y yo le muestro el letrero y una vez hasta sonrió. Entendió el chiste o el poema que es la vida. Hasta la muerte es un poema. Una vez a la semana voy a un taller literario donde una escritora que me encanta. Se llama Laura y no fuma ni deja fumar durante las clases. Poco a poco vamos corrigiendo cuentos y poemas. Ahí conocí a Enrique, es un poco mayor que yo y estudia derecho pero me dan lo mismo todos sus antecedentes. He salido con él, películas, conversaciones. Salimos con Irina que parece que se gustan con Ricardo, el hermano de Verónica. Ella también está preparándose para la universidad y quiere estudiar arquitectura o diseño. Tiene un computador donde hace fotos y copia pinturas que recorta y pega. Como yo con mis poemas, no sabe de quiénes son. Son míos ahora, me dice. Como mis versos. Me quedan muy pocas páginas de este cuaderno. Me alcanza para un poema de Juan Gelman que me leyó mi padre tras repetirme una vez más que sigamos tomando los remedios, que hay que cuidarse, que el talento no se pierde y que la locura es más enemiga de la inspiración que buena compañera. Yo no escribí ese libro en todo caso, dice Gelman, me golpeaban, me sufrían, me sacaban palabras, yo no escribí ese libro, entiéndanlo. Hay que dormirme el corazón, el dulce no da más, bestias de amor que me lo comen, yo nunca escribí libros. Eso es todo. No sé si soy feliz, pero creo que puedo serlo. Y eso es lo mejor que me ha pasado. Y se me acabó el cuaderno.

El cuaderno de MayraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora