Capítulo uno

2.1K 254 146
                                    

Ranpo jugó con las hebras violáceas del escritor. Antes de darse cuenta, sus dedos se enredaron en aquellos cabellos y se molestó. Con un puchero en su rostro, intentaba liberarse sin delicadeza alguna.

¡A-Ah! ¡Ranpo-kun, eso duele! ─reclamó el mayor, sintiendo como su cuero cabelludo era maltratado. Edogawa no hizo caso omiso a palabras ajenas hasta que su cometido se cumplió, resoplando con orgullo.

Estando antes recostado en el regazo de Ranpo, Poe se sentó en el espacio restante del sofá acariciando su propia cabeza, sintiendo un dolor evidente. Sin siquiera poder decir algo, la atención del menor volvió a caer en él. Poe temió por su vida.

Edgar reaccionó tardíamente, lo que dio lugar a un entusiasmado Ranpo ubicando unas hebillas en forma de fresas en el cabello oscuro adverso, dejando ver sus purpúreos orbes al completar su acción. 

Como me desazona verte así, tomé medidas inmediatas para combatir tu ceguera de mechones. ─dijo Ranpo, cruzándose de brazos, hinchando las mejillas─. Eso salió de mi bolsillo. Si los botas, me enteraré. ─sonrió como si no estuviera amenazándolo. Por supuesto, Poe lo aceptó, pese a disgustarle el exhibir sus ojos.

Allan balbuceó en un intento de agradecer el gesto, no obstante, ninguna palabra pudo formular. El aclamado detective suspiró, dando palmadas en la cabeza ajena.

Te ves bien. ─confesó, provocando la linda reacción avergonzada del escritor y las próximas risas tiernas del más pequeño.

Desearía haberle agradecido por el obsequio aquella vez.

(...)

Poe sostuvo una de las hebillas en sus manos. Acurrucado en su cama, la almohada se humedeció en desoladas y perdurables lágrimas aperladas. Llevaba alrededor de una semana cubierto por mantas, sollozando y sin energías, incapaz de borrar el recuerdo de lo sucedido.

Tampoco tenía una idea de cómo arreglar la situación. Extrañaba a su novio, inclusive luego de las nocivas palabras que este le dedicó, creía firmemente que las merecía. Todo fue su culpa, aún si Edgar no tuvo nada que ver con el deslice y posterior caída en el suelo de los anteojos impropios.

Todo sucedió tan casual y repentinamente que, cuando se enteró, perdió a su pareja por la rotura de algo que cualquiera consideraría banal.

Pero Poe no. Poe sabe lo importante que eran esos lentes para el detective. Ya sea por quién se lo otorgó, para qué los utilizaba o la antigüedad que poseían; no importaba, representaban un valor evidente para Edogawa.

Y a pesar de saberlo, él cometió un error que nunca sería perdonado.

Se sintió como pisotear los sentimientos del hombre que ama.

¿No es acaso Edgar Allan Poe una persona horrible?

Total y absolutamente despreciable.

(...)

Ranpo caminó cabizbajo en dirección del despacho más acudido de la agencia: la oficina donde residía el presidente de la entidad.

Presionó el picaporte, ejerciendo una fuerza nula, sintiendo el temblor acrecentar. Pese a la incertidumbre, accedió tras llamar a la puerta, recibiendo un permiso de entrada.

¿Qué pasa, Ranpo? ─la gruesa voz del director resonó en toda la habitación, aquella que lograba generar docilidad en el nombrado. El menor cerró sus manos, convirtiéndolas en puños, sin alzar la mirada. No podía verle a la cara.

Fukuzawa se extrañó. Eventualmente, se puso de pie, justo delante de quien solía ser un niño que el mismo solitario espadachín terminó de criar.

Ranpo.

Edogawa apretó el borde de su larga camisa blanca.

Lo... ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento tanto! ─la débil voz del joven por fin salió, rompiendo en llanto poco después. Han pasado años desde que ha llorado, se ha desahogado, de tal forma; a dicha magnitud de gravedad. Con tanta intensidad, miedo e impotencia.

Hace tiempo no se sumergía en esa sensación de pánico, la que empezaba una inundación en sus pulmones carentes de oxígeno.

¿Cómo pudo permitir tal escenario?

El antes guardaespaldas le observó en silencio. Autorizó un acercamiento más íntimo, posando su brazo en la espalda de Ranpo. El susodicho se aferró al longevo, liberando más y más lágrimas.

Se sumió en la calidez contraria, su único actual consuelo.

RemordimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora