Prueba 2: MAQUILLAJE

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Me regalas la vida, que sin ti yo no valgo

『Me regalas la vida, que sin ti yo no valgo』

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El cargo de Horacio era ocupado. En cierta forma, le recordó a las diligencias que Conway tenía que hacer cuando todos eran policías con más libertad que perros del estado, siendo agentes del FBI. Las dos eran alternativas poco llamativas, pero una era abismalmente peor que la otra.

Sin embargo, como si el chico de cresta pensara que Gustabo era un espejismo en medio del desierto, que en un abrir y cerrar de ojos ya no estaría, quería trasladarlo a su casa de inmediato. Temía que, si lo dejaba solo un segundo, se escaparía, con su maldita tozudez, y no podría librarlo de los conflictos que eso causaría.

El problema era que no tenía tiempo, el mayor no dejaba de preguntarle a cada cinco minutos cuándo irían a su remolque y la noche ya había caído sobre la ciudad de Los Santos. El tiempo pasó volando, entre sus deberes, asistir a sus trabajadores y darle a Gus un recorrido por las instalaciones, mostrándole cosas nuevas, con la esperanza que algo de ahí le sorprendiese o llamase su atención, para sacarle alguna sonrisa. Esperaba que se interesara, que le preguntara, que no dejase de hablarle sobre cualquier cosa, él sólo quería escuchar. Extrañaba su voz y el como sus ojos brillaban con travesura.

Lástima que la burocracia fuera parte de su vida y hubiese interrumpido una sesión tan agradable.

—Creo que no va a ser posible que traslademos tus cosas hoy.

—Puedo trasladarme yo a mi remolque y dormir ahí. Mañana vengo y...

—No vas a regresar y lo sabes.

—¡Que sí voy a regresar! ¿Por qué piensas que no?

Horacio le dirigió una mirada que decía: "¿y todavía lo preguntas, idiota?"

—Perdona por desconfiar, la última vez no volviste. Se me permite tener mis reservas.

—Ah... Pero ya no lo voy a volver a hacer —se excusó. Cierto, ya se había pirado hace meses. Y la idea de irse de nuevo era una posibilidad que iba y venía dentro de su cabeza, la culpabilidad hacía que la alejase y que cobrara fuerza. Eran dos caras de la misma moneda—, ¿qué dices?

—Que no, Gustabo. No es negociable. Hoy te aguantas y te prometo que mañana vamos a traer lo que sea que te apure.

—Pero es que lo necesito, de verdad lo necesito.

El menor frunció el ceño, dejando a un lado el documento que leía hasta hace unos instantes. De todas formas, la algarabía de Gustabo, que llevaba como una hora, no le permitía concentrarse en las palabras. Leyó la misma página de pi a pa cinco veces seguidas y ni así su cerebro logró poner atención.

『GUSTACIO +18』ESTOICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora