Prueba 11: SESIÓN

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Dejar de ser, escoger y creer que vas ...

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Horacio se despertó tarde. Cuando lo hizo, lo llenó esa sensación satisfactoria de perderse un día de trabajo; de ignorar la alarma y seguir durmiendo. Era una concesión minúscula a raíz de que él sería quien llevaría a Gustabo a hacer todos los viajes, consultas y exámenes sobre su progreso.

Perfectamente podía delegar el trabajo a alguien, pero él quería ser quien llevase de la mano a su chico en ese paso de regresar al asilo por una evaluación. Gustabo nunca fue muy hablador sobre el hospital a excepción de bromas y evasivas, y por eso mismo Horacio sabía que debía ser incómodo o ya de plano, acojonante, volver ahí.

Palpó a un ladito para tratar de atrapar el cuerpo tibio del rubio contra su pecho, pero no lo encontró. Gruñó desagradado y se puso de pie. 

Bajó las escaleras haciéndose el cabello de su cresta para atrás. La parte que conectaba con la nuca estaba larga a un punto que era difícil mantenerla en su lugar sin gel o cera de por medio, así que optó por buscar tirada por ahí una liga y hacerse una coleta en el sobrante. Seguido de ello, buscó en todo el trayecto sin resultados, hasta que se acercó a la habitación de huéspedes que Gus había usado los primeros días y el ruido de un grifo le llamó la atención. Incluso la puerta del baño estaba entre abierta.

—¿Bebé? ¿Ya te estás alistando?

—¿Eh? Casi no te escucho —le respondió este desde el lavabo. Efectivamente, la caída del agua impedía entender las palabras.

Gustabo cerró la llave de la tina y se levantó de donde yacía arrodillado. Su ropa de dormir estaba empapada, se había arremangado la parte de arriba y tenía parches de residuos de espuma en lugares aleatorios sobre su abdomen. 

Apurado, acabó de abrir la puerta de par en par y asomó la mitad del cuerpo para sonreírle a Horacio. 

—¿Qué estás...?

—Ven, ayúdame —le interrumpió el rubio, regresando a su posición anterior—, tráeme la toalla que dejé en la cama.

El de cresta parpadeó extrañado pero así lo hizo, agarró la toalla e ingresó al baño. Adentro se podía ver como el mayor acababa de restregar con diligencia al pequeño gatito anaranjado que había adoptado, cuya figura a penas y se veía entre las paredes de la bañera. Este soltaba maullidos agudos que podían traducirse en miedo, desagrado, aversión al agua o todas las opciones en una.

—Aquí está —dijo extendiéndole la toalla.

—Gracias —Gustabo sacó a Camarón con una mano y le escurrió el exceso de agua de la cola esponjada. Luego lo enrolló en la tela y lo apretó en su regazo—. ¿Tienes alguna secadora de cabello?

『GUSTACIO +18』ESTOICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora