Capítulo ocho.

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Club de los paraguas rotos— “La mente es como un coche sin frenos. Puedes intentar guiarla por las calles menos frecuentadas, pero tarde o temprano atropellará lo que quería evitar. O a quien quería evitar”.

Evangeline Daxton.

02 de agosto del 2016.

Me despierto asustada por una pesadilla, sudando frío y con pálidas lágrimas corriendo por mi rostro. La garganta me duele, y sé que he gritado, pero no creo haberlo hecho muy fuerte porque sino estuviera cualquiera de mis hermanos molestándome. Limpio mi rostro con un pañuelo y me levanto para ir corriendo a la cocina por un vaso de agua. La vista de mi ojo izquierdo es limitada, veo muy borroso por ese ojo, pero mi cabeza está tan nublada por la pesadilla que olvido ponerme el lente de contacto y bajo las escaleras de mano.

Cuando llego a las escaleras que dan hacia la sala, tropiezo con algo que no había logrado ver, y caigo por ellas. Doy vueltas, e intento desesperadamente agarrarme de la baranda, pero continúo bajando y golpeándome por el impacto. Caigo en el suelo del corredor, con las costillas adoloridas y el tobillo latiendo por el dolor. La vista se me nubla completamente y comienzo a gritar por ayuda.

—¡Dios santo, Evangeline! —grita mi madre— ¡HENRICK! ¡EVAN! ¡Clara, llama a una ambulancia!

Escucho el llanto de mi hermana pequeña, sin embargo el dolor no me ayuda a concentrarme, pero gracias al golpe, recuerdo una cosa—: Mamá —digo con la voz roca—, mi lentilla, tráela. No voy a ir al hospital sin ella.

Sube corriendo las escaleras y oigo una discusión entre mi hermano mellizo y mi padre, pero lo dejo pasar y me encojo un poco más en el suelo.

—No te muevas, Evie. Sé que te duele, pero debes esperar a que los paramédicos te levanten de allí para que no te lastimes más.

Cierro los ojos y reprimo la ansiedad que siento en ese momento, no puedo dejarla salir. Mi madre llega y coloca en mi ojo el lente de contacto, y mi vista mejora casi a la par de mi ojo derecho. Recuerdo la causa de esto, y el aire comienza a fallarme. Me duele todo, y estoy inestable, y el sonido de las sirenas de la ambulancia y el movimiento de los paramédicos me devuelven al pasado.

No estás ahí, estás en Liverpool, en la calle 4, casa numero 26 de una pequeña urbanización, con tu familia. Es agosto del 2016, no marzo del 2015.

“Eres una porquería, basura”

No respiro, el pecho me arde.

Estoy a salvo, no ocurre nada.

“¡No vas a largarte de aquí, eres mía!”

Comienzo a toser, y a llorar, y los paramédicos debaten entre ponerme un sedante o no, pero mi padre, les dice que lo hagan porque estoy apunto de hacerme daño. En mi mente, estoy devuelta en mi casa en Estados Unidos, atada en el sótano y gritando por ayuda, adolorida por todos los golpes y heridas en mí. Siento un pinchazo en mi brazo, y segundos más tarde, la oscuridad me nubla por completo.

—•—•—

El sonido constante de un monitor me despierta, y cierro mis ojos ante la segadora luz. El dolor en mi tobillo es menos intenso, y el de mis costillas prácticamente desapareció, pero esto se debe a los analgésicos, lo sé. Intento mover mi mano derecha, pero ésta se encuentra llena de vías intravenosas. Mi otro brazo, esta inmovilizado por la cabeza de mi hermano mellizo, que se encuentra dormido. Su cabello está revuelto y su ropa arrugada, por lo que no lo despierto, ha de estar cansado.

Observo la austera habitación de hospital y arrugo la nariz ante el olor característico de estos lugares. Me muevo un poco para acomodarme en la camilla y me quejo porque la molestia en mis costillas vuelve. Eso despierta a mi mellizo, que se sobresalta al verme y toca un botón en la pared.

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora