Capítulo cuarenta.

85 18 0
                                    

Paraíso perdido—: “La mente hace su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno, y un infierno del cielo”.

Evangeline Daxton.

15 de octubre del 2016.

Mi papá baja mi maleta de su auto frente al hospital Answorth, a diez mil millas de Liverpool. Me despedí de mi familia antes de venir, porque ellos no querían venir a ver como entro en la que será mi nueva prisión. Frederick, el chofer de los Silver, trajo a Elise para que se despidiera de mí; la niña lloró horriblemente pero me hizo prometer que dejaría que me visitase.

Elliot brilla por su ausencia.

Sé que quería que me quedara, me dolió dejarlo ir, pero primero voy yo y no hay dinero en el mundo que pueda hacer que yo me olvide de mi misma, ya no más. Elliot debe dejar de ser egoísta y pensar que mi salud es más importante que la distancia. No van a recluirme, se permiten las visitas una vez por semana, no iba a ser tampoco un distanciamiento excesivo.

Pero tengo que aprender a pensar en mí misma, a ser egoísta, porque ya le he dado demasiado al mundo y me he quedado con tan poco que ya casi no soy nadie. Intento ignorar a los fantasiosos Mackie y Mack que caminan frente a mí, espero que una vez dentro pueda deshacerme de ellos. Me da tristeza porque no supe que hacer en esa situación y por mi culpa murieron ambos, pero tampoco me sentía en la capacidad mental de escoger a alguno.

—Pequeña estrella —murmura mi padre, a cierta distancia—, estoy orgulloso de tí porque estás siendo fuerte y estás dispuesta a luchar contra tí misma, esa es la batalla más difícil. Deseo de corazón que puedas lograrlo. Te quiero.

—Yo igual, papá —quisiera abrazarlo, pero mi mente no me lo permite—. Espero verlos pronto.

—Hasta luego, mi niña.

Veo como sube a su auto y me encamino a mi hogar hasta nuevo aviso.

Espero y todo salga como deseo.

—•—•—•—

23 de octubre del 2016.

“Pasaremos a la señorita Daxton a una habitación de máxima seguridad, intentó tirarse del tejado. Nadie sabe como consiguió abrir la puerta. ”

—•—•—•—

25 de octubre del 2016.

“Cuidado con la paciente del 020, no te le acerques demasiado cuando vayas a darle su medicina, no soporta el contacto físico y la cercanía de las personas la pone nerviosa. ”

—•—•—•—

27 de octubre del 2016.

Camino por los pasillos junto a mi enfermera, la señora Enelda. Nos dirigimos al jardín de la institución después de tantos días, ya que me tenían recluida por un incidente hace unos días. Las ojeras bajo mis ojos se marcan más gracias al uniforme blanco que nos hacen llevar. Mi rostro está casi libre por completo de los moretones que Thomas me ocasionó, pero aun me sigue doliendo mi costado en donde me clavé la tijera y la nariz.

El sitio es verdaderamente hermoso, tranquilo y la verdad, me hace sentirme en calma y libre de preocupaciones. Eso es así hasta que aparecen de nuevo ambos chicos. Mi psiquiatra, el doctor Sebastian, ha estado trabajando conmigo acerca de cómo manejar la culpa, lo cual me ha ayudado muchísimo y ha disminuido las alucinaciones, pero aun tengo recaídas y es cuando todo se vuelve un agujero negro que absorbe mis avances.

Suelto un suspiro, tengo que evitar los malos pensamientos.

Por andar de distraída, choco contra alguien y me alejo rápidamente, por lo que caigo al suelo en un ruidoso estruendo. Tardo un par de segundos en recomponerme y alzar la vista, dispuesta a enfadarme con la persona que causó el accidente.

Mi corazón late fuerte al ver a la persona que se encuentra frente a mí. Pensaba que nunca más iba a volver a verlo, es una coincidencia tan grande, y la agradezco tanto, que sin pensarlo, corro y lo abrazo. En este momento no me importan las alarmas que suenan en mi mente, sé que él nunca me va a hacer daño.

El chico alto, de piel tostada, cabello castaño y ojos verdes me devuelve el abrazo, atónito. Ese chico compartió conmigo mis mejores momentos, creció a mi lado, soportó la mitad de mis ataques de ansiedad de aquel entonces, me acompañó a mi primera consulta con un psicólogo y también me enseñó a jugar básquet, a salir a divertirme y a dejar el miedo de lado. Ese chico fue como un hermano. Ese chico es mi mejor amigo.

—¡Te extrañé tanto, Jaren! —exclamo contra su pecho.

—¿Eres tú, Evanana? —pregunta abrazándome.

—Sí, soy yo, Evie.

Me despego de su abrazo y doy varios pasos hacia atrás, de repente recordando que yo no he abrazado a nadie desde lo que sucedió. Se siente extraño ver a una persona que tenía años sin ver, pero que sin saberlo, extrañaba demasiado. Lleva un uniforme de médico, y un bolso en su hombro; son tantas las emociones que me abarcan que mis ojos se llenan de lágrimas, y comienzo a sollozar en medio del pasillo.

—¿Qué te pasa, Evangeline? —inquiere, preocupado.

—Es una larga historia.

—•—•—•—

31 de octubre del 2016.

—¡Buenos días, Evanana! —exclama Jaren mientras entra en mi habitación.

Lleva en sus manos una tarta de calabaza, como en los viejos tiempos. Desde el regreso de Jaren, ha habido una mejora positiva en mí, tanto, que en devolvieron a mi antigua habitación. Mi psiquiatra dice que es porque la presencia de alguien que no estuvo presente durante los hechos traumáticos pero que tiene familiaridad conmigo me hizo bien, ya que no encuentro ninguna relación y por eso mi mente no evita el contacto físico.

Le he contado todo lo que sucedió a Jaren, absolutamente todo, y ahora me siento como si tuviera diez kilos menos. El es hijo de mis vecinos, por eso nos criamos juntos, estudiamos secundaria juntos y fuimos a la universidad juntos; fuimos mejores amigos casi desde el primer instante, puesto que él me defendió de otros niños en el kínder porque se burlaban de mis ojos de diferente color.

—Te traje un regalo —informa dejando la tarta a mi lado en la cama—. Saldré a buscarlo.

Tarda unos minutos afuera, y regresa cargando un caballete, varios lienzos, y una bolsa de color negro. Deja todo en una esquina de mi cuarto y me dice triunfante, aunque yo no entiendo nada.

—Jaren, yo no sé pintar —murmuro frunciendo el ceño.

—¡Lo sé! —chilla triunfante—Hay una interna de aquí que va a dar clases de pintura, y me pareció que sería fascinante que te inscribieras. Comienzas mañana a las 8:30 en el área del jardín.

—Tú y tus ideas.

—•—•—•—

05 de noviembre del 2016.

Tengo pintura por todas partes, en el piso, en las paredes, en mi rostro, cabello y manos, pero me siento increíble. Pintar me parece difícil, pero me estoy esforzando en aprender porque es algo que me gusta. No pensaba que iba a hacerlo, nunca me había llamado la atención los pinceles, pero ahora estoy tan fascinada que soy la primera en llegar a clase y la última en irse.

Le agradezco a Jaren por sus ocurrencias, es algo que a mí no se me hubiera ocurrido. Me doy una ducha para quitarme todos los restos de pintura y al salir observo fijamente mi obra de hoy.

Una ventana hacia las estrellas.

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora