Capítulo treinta y siete.

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Enrique VI—: “Luchar hasta el último aliento”.

Evangeline Daxton.

01 de octubre del 2016.

Hora: 17:15

—Policía, ¿cual es su emergencia? —pregunta el hombre al otro lado de la línea.

La sangre no deja de salir de la herida en mi costado, tengo miedo de que todos mis esfuerzos hayan sido en vano. Las manos me tiemblan y el carmesí en ellas me hace querer vomitar.

No puedo creer que lo haya hecho.

—Soy Evangeline... Daxton —murmuro con costo.

—¿Es usted la señorita que está desaparecida? —preguntan al otro lado.

—¡Sí, esa misma! —respondo con efusividad— Le he robado a mi captor su celular, por favor ayúdeme.

—¿Tiene alguna idea de donde se encuentra?

—Sí —digo mirando la nota que me entregó el chico—. Norris Green, calle 4, casa número 15.

—¡Vamos en camino!

Cuelgan la línea y siento que puedo respirar en paz, sin embargo, no ha acabado, Thomas aun está vivo y debo aprovechar los minutos de su inconsciencia para intentar escapar. Siento como entierran algo en mi muslo, y grito incontrolable por el dolor. Bajo la mirada aterrada y encuentro un destornillador clavado en ella, y alguien parado frente a mí. Se lleva sus manos a la herida en su abdomen y sonríe de lado, como si no le afectase el dolor.

—No cantes victoria tan rápido, Evangeline —dice y golpea mi rostro, haciendo que se me nuble la vista.

—•—•—•—

01 de octubre del 2016.

Poco tiempo antes de los sucesos previos.

Despierto por el sonido de varias voces a mi alrededor, y me sobresalto por ello, es la primera vez que ocurre en los siete días que llevo en cautiverio. Evito moverme mucho gracias a que las heridas en mi cuerpo han aumentado considerablemente gracias a los castigos infligidos. Siento mi rostro tan hinchado que considero que ha de estar irreconocible.

—Abre los ojos, Evangeline, tenemos visita —ordena Thomas, y los abro simplemente porque la curiosidad me gana.

Thomas está al otro lado de la habitación, y junto a él, hay un chico y una chica, ambos un poco más jóvenes que yo, bastante intranquilos. Veo que tienen en sus manos un botiquín de primeros auxilios y un balde con agua. Intento ocultar mi rostro con mi cabello, pero las puntas de él hacen cosquillas en mis mejillas, recordándome que Thomas lo cortó a la fuerza en un arranque de ira. Eso sí me dolió, amaba tanto mi cabello que durante todos estos años lo he estado cuidando demasiado y evitando cortarlo, y ahora está disparejo y muy corto.

—Ellos son Mark y Mackie —me los presenta, ambos asienten cuando los señala—. Ellos van a encargarse de tus heridas, no quiero que mueras tan rápido.

Ellos se acercan hacia mí, y dejan sus cosas en una mesita que hay a mi lado. Thomas sube las escaleras y cierra la puerta tras de sí, dejándome con ambos chicos en la habitación. Intento impedir que curen mis heridas, pero ellos encuentran la forma de limpiar cada una de ellas. El antiséptico arde en mi piel, pero muerdo mis labios con fuerza para evitar quejarme, no soy ninguna débil.

—Tienes un par de cortes que necesitan puntos —me informa la chica, Mackie.

Niego con la cabeza, pero Mack me sostiene la cabeza con fiereza y ella comienza a suturar una herida en mi hombro. No puedo moverme, no puedo hacerles algo para evitar que Mackie entierre la aguja en mi piel sin ningún tipo de adormecimiento. El sabor metálico invade mi boca, y es cuando me doy cuenta de que estoy mordiendo demasiado fuerte mi labio. Son varias las que termina saturando y para ese momento yo quiero arrancarle la cabeza o aplastarle los ovarios.

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora