Capítulo veinticinco.

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Harry Potter—: “La felicidad puede encontrarse hasta en los tiempos más oscuros”.

Evangeline Daxton.

13 de septiembre del 2016.

Un mensaje diario, a la misma hora, diferentes números. Ya no sé que más hacer, ni siquiera las pastillas me ayudan a dormir y mi psiquiatra está pensando hasta en subir la dosis. Sabe lo de los mensajes, me pide que lo tome con calma, que trate de no enfocarme en ellos o volveré a tener un ataque de pánico. Mis padres no tienen idea de lo que sucede, sigo yendo a mis trabajos, aunque ya no puedo salir sin sentirme observada, la sensación de persecución está presente en cada uno de mis pasos. Hoy vendrá a recogerme mi padre, me ha quitado su auto para ir a buscar algo en la casa del lago, pero quedó en venir a tiempo para llevarme a casa. Hoy no tengo que trabajar en el restaurante, por lo que intentaré descansar un poco, o leer para distraer mi mente.

Hasta Elise ha notado que algo sucede, sin embargo, me he dispuesto a bloquearme y mantener lejos mi nube oscura de la niña. Juego con ella, vemos alguna que otra caricatura, le hago dulces para la merienda y le hacemos un pudín de chocolate a su padre para cuando llegue. Intento actuar normal, para que la preocupación no me ahogue, pero sé que algo va a ocurrir, lo sé.

Elliot tampoco sabe lo de las amenazas, no quiero que nadie lo sepa hasta saber el trasfondo, pero creo saber quien es el causante. ¿Está Thomas tan enfermo como para seguir haciéndome daño? ¿Qué quiere de mí? Sabía que una vez que estuviera libre no iba a dejarme en paz, conociéndolo como lo hago, ha de estar volviéndose loco por cada segundo que pasa lejos de mí.

No sé como las cosas se pudieron torcer tan rápido, hace una semana estaba tan feliz, riendo por alguna tontería que dijo Elliot, o por los juegos con mis hermanos, y ahora estoy en una cuerda floja esperando que los hilos de debiliten para caer en el vacío.

La señora Silver viene a quedarse con Elise, y me mira con su habitual expresión de desagrado. Ya no le presto atención, es tan arrogante que no se da cuenta de que no tiene razón, no me estoy aprovechando de su hijo. Sé que se preocupa por él, pero es tan extraña que no la comprendo. Escucho el claxon del auto de mi padre y voy a subirme, contenta de no tener que pasar más tiempo con la vieja bruja, como le dice Elise.

Hola, pequeña estrellita ¿como ha ido tu día? —pregunta mi padre sonriendo, al verme entrar.

Mal, papá. Un enfermo me está acosando, pero estoy feliz de poder verte de nuevo, no sabes cuanto.

—Excelente, ¿y a tí? —toma rumbo a casa, manejando a una velocidad prudente.

Enciendo la radio, y nuestra canción favorita de una banda en ascenso suena a volumen alto, ahogando mis pensamientos. Él y yo cantamos con emoción, aunque mi padre no despega la vista de la carretera.

“Y si el sol sale y ya no estás tú, mejor que no salga y me deje sumido en mi inquietud.

Volar, volar alto es lo que dicen que debo hacer, pero mis alas las tienes tú ¿qué voy a hacer? ”

Todo ocurre en cámara lenta. Hasta la canción y los ruidos se ralentizan, veo como ocurre todo en tan solo un par de segundos. Una camioneta de color verde se aproxima desde la otra calle a gran velocidad, incluso cuando un semáforo detiene su paso, y choca contra el lado del conductor, el lado donde está mi padre. El impacto es fuerte, mi frente golpea contra el cristal de la ventanilla, mis oídos pitan. Veo como mi padre pierde el conocimiento, mientras las últimas frases de la canción suenan escalofriantes ante la lentitud en la que mis oídos la captan.

“Y si ya no estás tú, no puedo seguir, entrégame el aire que necesito para vivir.

Vuelve a mí, porque volar sin alas ya no es posible...

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora