Capítulo diesisiete.

93 25 0
                                    

Orgullo y prejuicio— “Creo que en todo individuo hay cierta tendencia a un determinado mal, a un defecto innato, que ni siquiera la mejor educación puede vencer”.

Evangeline Daxton.

Veo como su cerebro se niega a procesar la información, y bloqueo mi corazón poder concentrarme en la situación con mayor claridad. Verlo así, inquieto, desesperado por saber algo de su hija, hace que mi pecho duela, porque está sufriendo, y la preocupación por la pequeña lo está matando. Hace una hora recibió una llamada de parte de Maureen Quirel, informándole que Elise había ingerido una cantidad alta de zanahoria y que había tenido una reacción alérgica. Normalmente este tipo de cosas no son tan preocupantes, pero debido a que la madre no recordaba la alergia de la pequeña y mucho menos Elise, estuvo comiendo junto a ella tartas que contenían zanahoria en grandes proporciones, por lo que sus vías respiratorias comenzaron a cerrarse y una erupción llenó su cuerpo.

Afortunadamente, el restaurante donde estaban queda cerca del hospital privado en donde nos encontramos ahora, y llegaron a tiempo para estabilizarla como es debido. Aún no han dicho nada concreto los médicos, lo único que sabemos es que está estable y que debemos dejarla descansar.

Pero eso no hace que su padre se tranquilice, porque por muy estable que esté, no quita que haya terminado en una cama de hospital. Entiendo que somos seres humanos, cometemos errores, pero la irresponsabilidad de Maureen es más que evidente. Yo intento no juzgarla, porque no todos nacemos con la habilidad de ser madre, pero se me hace difícil no hacerlo puesto que Elise es importante para mí.

Observo como ella se acerca hacia Elliot, en un intento de enmendar la situación, a lo que él responde con un siseo bajo y molesto—: Estoy seguro, Maureen, de que no es el mejor momento para que me llenes la cabeza con excusas.

Se sienta ofuscado en uno de los sillones de la sala de espera, justo frente a mí, y frota su rostro con sus manos. La mujer camina hacia el sillón a su lado, y los zapatos de tacón suenan como balas contra el suelo de hormigón.

—Lo siento —en su voz hay sincero arrepentimiento, haciéndome ver que esta mujer no es mala del todo, solo no ha tomado buenas decisiones—. No tenía idea, y sé que es mi culpa por no estar al pendiente del historial médico de mi hija.

—Nuestra hija, Maureen —responde él, gélido—. Recuerda que tú solo la ves una vez al mes cuando mucho, y justo cuando la dejo a tu cargo, ocurre esto. Quería pensar que habías cambiado, que ya no te comportabas como una adolescente irresponsable, pero veo que aún no eres capaz de cuidar por tí misma a Elise.

Los ojos de la mujer se llenan de lágrimas, y considero que es momento de hacer algo—: Elliot —lo llamo y él me mira inmediatamente, lo que hace que Maureen me mire también—. Creo que debes calmarte un poco antes de hablar sobre el asunto, aún estás molesto por lo que acaba de pasar y puedes decir cosas que no dirías normalmente.

Si alguna vez pensé que Maureen Quirel iba a agradecerme la intromisión, estaba equivocada, porque después de terminar de hablar, su rostro volvió a su natural máscara de perfección e indiferencia. Y es ahí cuando me doy cuenta de que las personas, por muy afligidas que estén, no pueden dejar a un lado su orgullo y sentimiento de superioridad.

—Que confianza te tiene la empleada, Elliot —escupe—. No puedo creer que te hable con tal libertad.

—Señorita Quirel —respondo con tranquilidad, aunque realmente siento ganas de ahorcarla. Los años me han enseñado a controlarme de vez en cuando—. Comprendo que a usted mis palabras no les sean de agrado, pero la comunicación que exista entre Elliot y yo solo nos incumbe a nosotros.

Entrecierra sus ojos, con sospecha.

—¡Vaya! —ríe con frivolidad— Así que ella es tu nuevo entretenimiento. Te buscaste un juguete más llamativo esta vez.

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora