Capítulo seis.

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Vendida— “Ser dueña de tu vida implica que no necesitas un hombre para continuar con ella”.

Evangeline Daxton.

Decir que no, me pone en una situación complicada con los Silver, puesto que el padre hará todo lo posible por complacer a su hija y la pequeña siempre obtiene lo que quiere. No quiero entristecer su corazón, tiene razón al decir que se aburrirá, además es mi trabajo, por lo que, acepto con timidez. Me comentan que me pasarán buscando en su auto, para que vayamos todos juntos, y que esté lista a las ocho. Estoy nerviosa, no me gustan para nada los sitios lujosos, me causan ansiedad, pero debo luchar contra las malas sensaciones, y cumplir con mi trabajo.

Siento que ya di un gran paso en cuanto a lo del señor Silver, pero tan rápido ya me encuentro ante otro escalón y este es muy empinado. Las cosas lujosas, los regalos costosos, los sitios caros, el derroche de dinero, no me gusta, aunque crecí con algunas carencias económicas, nunca me hizo fata ropa de marca o tecnología de primera, para mí lo único importante es mi familia.

Pero los Silver no, ellos viven rodeados de lujos, joyas y dinero, pero en la familia hay tanta amargura que ni siquiera con todo su dinero podrán quitarsela de encima. El día pasa y mi padre viene por mí a la hora indicada, tengo cuatro horas para decidir que hacer con mi vida. Entro a mi habitación ofuscada, molesta por no haber dicho que no, pero ya es muy tarde y debo cumplir con mi palabra. Busco entre toda mi ropa, pero nada es acorde con lo que necesito, excepto la ropa que tengo guardada en el fondo del clóset y que había jurado no volver a usar, pero hago acopio de mi fuerza y saco todos los vestidos y los coloco sobre mi cama.

Son diez en total, diez vestidos que me saben a odio, rencor y rabia, pero no me deshice de ellos sabiendo que llegaría el momento en que tendría que usarlos, aunque así no lo quisiera. Son vestidos de marca, de alta costura, y la mayoría ronda los dos mil dólares, todos regalos de él. En un momento de mi vida adoraba que me llenaran de regalos finos, cenas en sitios exquisitos; pero todo ello dejó de gustarme cuando se convirtieron en tablas de salvación en vez de detalles para agradar.

Con indecisión, tomo mi celular y le escribo un mensaje al Señor Silver.

•Buenas tardes, señor Silver, disculpe que lo moleste con mis preguntas, pero quisiera saber si debo llevar un vestido largo o algo menos formal.

Le doy enviar, y mientras espero la respuesta, busco un par de zapatos de tacón que combinan perfectamente con la mayoría. Organizo mi maquillaje en el tocador para hacer tiempo. Mi teléfono suena con una notificación y lo tomo con rapidez.

•Buenas tardes para usted también, Evangeline. De preferencia, largo; mi madre es un poco estricta acerca de la etiqueta.

Respondo de inmediato.

•Gracias, señor Silver.

Viendo la hora, corro a bañarme apresurada, dándome cuenta que ya pasaron dos horas entre la llegada a mi casa, jugar con mis hermanos, y la búsqueda de vestuario. Salgo oliendo a jabón de vainilla y sándalo, y llamo a gritos a mi madre para que me ayude a arreglarme. Ella entra en mi habitación con Elena en brazos, a quien deja en el suelo jugando con sus muñecos.

—Tu padre ya me contó lo de la fiesta, es excelente que puedas ir, debes salir más amenudo —dice sonriente—. ¿Qué vas a ponerte?

Miro los tres vestidos largos que separé de las otras opciones y le digo—: Decide tú, si me pongo a pensar demasiado, me inventaré una excusa y no iré.

Mi madre frunce el ceño y me mira de forma reprobatoria. Se acerca a mi cama y contempla uno a uno con ojo crítico, y chilla cuando se decide por uno—: ¡Ojo de loca no se equivoca! ¡Éste es el indicado!

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora