Capítulo veintidós.

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La chica de la ventana hacia las estrellas—: “Y el dolor estaba ahí, él nunca se iba, solo aguantaba en la oscuridad para salir en cuanto tuvieras menos fuerza”.

Evangeline Daxton.

Veo lo que hay en sus manos, y el terror me invade. No quería que lo vieran, se supone que yo estaba mejor, que nunca había necesitado de medicamentos para sobrellevar la situación. Pero eso fue solo una mentira; ellos pensaban que mi psiquiatra no tuvo que recurrir a los fármacos para mi mejoría, pero desde un inicio fue así, era imposible que lo hiciera sin ayuda. El bolso en sus manos contiene básicamente el motor de mi día a día: Risperdal para las alucinaciones, Loracepam para la ansiedad, Zolpidem para el insomnio y antidepresivos.

Al principio lo intenté sin ellos, pero las alucinaciones eran tan reales que no me dejaban dormir por las noches, y luego de casi dos años, el estrés postraumatico no me deja en paz. Tenía pensamientos suicidas tan seguido que estuve a punto de ir a un sanatorio, pero luego de terapias tras terapias mejoró casi en su totalidad (quiero pensar que no se debe a los fármacos sino a mi esfuerzo) pero aun sigo teniendo episodios depresivos.

Pero todo esto solo lo sabíamos mi psiquiatra y yo, porque no quería preocupar a mis padres. La sala está en oscuridad, la única luz viene del piso superior, quizás del baño, y el silencio cayó sobre nosotros. Elliot se tensa a mi lado, y yo respiro pensando en que hacer. No quiero tener esta conversación frente a Elliot, por más que las cosas vayan avanzando entre nosotros, no he hecho las paces con mi pasado para poder sacarlo a colación con facilidad.

—Es un bolso —mi voz suena áspera.

—¡Por supuesto que sé que es un bolso, Evangeline! —está molesta— Quiero que me expliques lo que hay dentro.

Doy un par de pasos hacia la luz y es cuando mi madre ve el estado en el que me encuentro. Deja caer el bolso y este cae escaleras abajo, mientras ella me alcanza y posa con delicadeza sus manos. Estas tiemblan, mientras me examinan, y su boca suelta un chillido.

—¿Quien te ha hecho esto? —pregunta y toca la herida en mi labio, suelto un quejido — ¿Qué ha pasado?

—La han asaltado, señora Daxton —responde Elliot acercándose.

—¡Dios mio! ¡Éstas calles están cada vez más peligrosas!

—Debo curarme las heridas para que no se me infectan, madre. Por favor quédate con Elliot, bajaré en unos minutos —informo mientras subo las escaleras.

A Elliot no le ha agradado la idea, pero lo que no sabe es que yo tengo experiencia haciendo estas cosas. Entro a mi habitación y saco de debajo de mi cama el botiquín de emergencia que siempre mantengo ahí gracias a una vieja costumbre. Voy al baño y enciendo la luz. Mi reflejo es horrible. Tengo un lado del rostro lleno de suciedad, uno de mis ojos un poco cerrado por la hinchazón, mi boca llena de sangre seca y mi cabello despeinado y húmedo. El abdomen me duele, pero ese es el menor de mis problemas. Mañana tendré un moretón gigante en el rostro, por lo que tendré que cubrirlo con maquillaje.

Lavo mi cara con agua fría y con un algodón con antiséptico, limpio la herida. El ardor es instantáneo, pero la sensación es tan familiar que ni siquiera arrugo el rostro. Luego de limpiarla, coloco una pequeña curita para que se mantengan juntos los bordes de la herida. Me reviso en busca de algún otro daño y veo un raspón en mi rodilla, así que procedo a limpiarlo también. Evito tomarme un analgésico, prefiero ponerme hielo y esperar que pase.

Recojo mi cabello en un moño, y vuelvo a la sala, antes pasando por la cocina para recoger una bolsa de hielo y un paño. Lo aprieto contra mi cara y veo a mi madre y a Elliot esperarme sentados en la sala, el bolso en la mesa frente a ellos. Trago grueso, espero que no me haga tener esta conversación frente a él. Pero al ver los cuatro frascos alineados en la mesa y la receta médica, entiendo que no hay nada que me salve.

Trataré de explicar la situación pero sin dar a entender mucho de lo que pasó, para que Elliot no se entere de nada.

—Ahora que ya te encuentras en condiciones, espero que me expliques esto —los señala.

Y hay que destacar que cuando mi madre desea saber algo, saca sus garras.

—¿Podemos tener esta conversación en otro momento? —murmuro entre dientes.

Elliot se remueve incomodo, pero no se levanta. Él también quiere saber que pasa, pero no me siento cómoda expresando todo.

—No. ¿Cuando pensabas decirme? —hace una mueca.

—La doctora Sasha llegó a la conclusión de que los necesitaba, no quería preocuparlos, y luego se me olvidó decirles —le resto importancia.

—¿Cuanto tiempo? —aprieta su mandíbula.

Mi jefe se mantiene atento, aunque dándonos nuestra distancia—: Luego del segundo mes, recurrimos a la medicación.

—¿Me estás diciendo que llevas un año y medio consumiendo estas cosas sin decirnos nada?

—Exactamente eso. Consideraba que debía decirlo en persona, madre, pero ya era algo tan normal que se me pasó decirles. Luego te explico con más detalles, cuando esté mi padre presente, para decirlo una sola vez —comento—. Lamento que hayas tenido que enterarte de esta forma, pero no encontraba el momento preciso.

Sé que es una estupidez, les mentí, estoy segura de que ellos hubieran querido saberlo desde un principio, pero yo deseaba huir, no quería quedarme con ellos en esta ciudad que solo me trae recuerdos tras recuerdos, y si hubieran sabido, no me hubieran permitido viajar durante tanto tiempo. No tengo porque sentirme mal ahora, desde hace mucho tiempo esa es mi realidad y a la única que le toca afrontarla es a mí.

Mi mamá sale de la habitación, molesta, pero respetando un poco que no es el momento de hablarlo. Guardo con rapidez las cosas en el bolso y lo cierro, bajo la atenta vista de Elliot. Veo en su rostro que tiene un montón de preguntas que hacerme, pero no conseguirá sacarme información porque son detalles de mi vida que no estoy dispuesta a compartir.

—Veo que pudiste curarte sola —dice después de un rato de tenso silencio.

—Soy independiente —respondo sin mirarlo—. Sé hacer muchas cosas sola.

—Por favor no tomes esa actitud conmigo —me pide serio—. Sé que estas molesta por lo de Maureen, y afectada por lo que está sucediendo, pero todo tiene una explicación.

—No te estoy exigiendo una explicación, es tu vida y puedes hacer lo que quieras —me encojo de hombros.

—Pero no es justo para tí, la persona con la que estoy saliendo, verme en un sitio con mi ex de una forma tan íntima —señala—. Entiendo que tú no me pidas una explicación, pero quiero dartela porque creo que debes saberlo.

—Bien.

—Maureen quiere mudarse a la ciudad para estar más cerca de Elise. Le dije que ella lo era responsable, que luego de lo que pasó con Elise no quería que ella se separara de mí. Así que llegamos a un acuerdo. Ella la vería dos veces por semana en mi presencia.

Vaya, esto si que es una novedad. Mi pequeña luego del incidente ha estado un poco decaída, pero no ha querido hablar de su madre para nada, por lo que eso nos ha tenido en alerta. El hecho de que le permita ver a Elise es sorprendente puesto que estaba pensando en demandarla para quitarle la custodia, sin embargo, mi hermano le dijo que no había suficientes pruebas y que el jurado no iba a fallar a su favor.

—¿Eso quiere decir que veré a Maureen más seguido? —pregunto.

—Tristemente, así será.

Por la forma en la que lo dice, sé que no será algo bueno.

No dura mucho, se despide de mi, me pide que tenga cuidado y que se estará comunicando con mi madre por el teléfono de la casa para saber como estoy. Me desvisto y me acuesto de golpe en mi cama, mirando el tragaluz en el techo. Esta es una manía, un modo de escape que tengo, puesto que los brillantes puntos de luz en el cielo son para mi ventanas a incontables universos, un modo de escape de la realidad.

Cuando tuve mi primer ataque de ansiedad, conté las estrellas que me mostraba la ventana en aquel entonces, una por una, sincronizando mi respiración con ellas. Ha sido el modo más efectivo de calmarme, de tranquilizar mis nervios. Y hasta ahora me ha funcionado.

Solo espero que aquel escape, aquella ventana hacia las estrellas, no se cierre nunca.

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora