Capítulo veintiocho.

82 18 1
                                    

Divergente—: “Ser valiente no es el punto. Eso es imposible. Se trata de aprender a controlar tu miedo, y como ser libre de él”.

Evangeline Daxton.

17 de septiembre del 2016.

—Más a la izquierda —ordeno.

—¡Está bien ahí! —se queja Evan.

—Solo un poco, flojo —lo regaño.

Mi hermano termina de colgar el cartel y se baja de la escalera, enfurruñado. La casa es un hervidero de actividad, queremos que todo salga perfecto. Papá tuvo su primera sesión de quimioterapia y lo van a dar de alta hoy, por lo que todos estamos trabajando para darle una buena bienvenida. En la cocina están Elliot y mi tía Henrietta, la hermana menor de mi padre. Casi nunca la vemos, vive al otro lado del país, pero quiso venir a ver a su hermano. Mientras ellos se encargan de la comida, nosotros nos encargamos de que la decoración esté perfecta y que los niños estén limpios y no hagan desastres.

Phin está con mi madre en el hospital, esperando para traer a mi padre. Las cosas están tensas entre nosotros, por más que no quiera admitirlo; estaré aquí para cuando él quiera hablar, por lo que no voy a presionarlo para que se desahogue sí aún no está preparado.

Damos los últimos retoques, y a la hora acordada, entra el resto de mi familia por la puerta. Felicidad pura es la que estoy experimentando, porque a pesar de que las cosas no estén bien, mi padre está caminando y está en casa. Soy la primera en abrazarlo, en darle la bienvenida, y me paso la tarde atendiendo cada uno de sus pedidos. Me siento culpable de su estado, sin embargo, continúo mostrándoles una sonrisa para que todo esté bien, para que nadie centre su atención en mí.

Está agotado, por lo que a las cuatro de la tarde, nos pide disculpas y se retira a su habitación. Elliot se sienta a mi lado en el sofá, y de forma tímida, le doy la mano. Él sonríe, y se centra en mi tía Henrietta, quien me acaba de hacer una pregunta.

—¿Como dice, tía?

—¿Cuanto tiempo tienes con este agradable muchacho, Evie? —sonríe.

Miro a Elliot, y él me mira a mí, y respondo con sinceridad—: Estamos saliendo, tía, no somos pareja.

—¡Que pesar! —chilla— Sí son tan lindos juntos, parece que se conocen de toda la vida.

—Así parece —le da la razón mi madre—. Elliot es un excelente hombre.

Veo como él se ruboriza, y agacha la cabeza, un poco avergonzado. Tomo las riendas de la situación y nos llevo a ambos al patio trasero, bajo la atenta mirada de mi familia. Voy directamente a sentarme en uno de los bancos de piedra, y él se sienta a mi lado, en silencio.

—¿Sabes una cosa, Elliot? —pregunto sin pensar.

—¿Qué? —su voz es un suave susurro.

—Que te conozco desde hace poco, pero siento como si te conociera desde siempre. Que el día que te conocí pensé que eras todo lo que yo debía evitar, pero ahora admito que eres todo lo que necesito. Que eres un motivo para sonreír, que eres una estrella de mi ventana, que me haces feliz —suelto sin darle lógica, solo escuchando a mi corazón—. Que deseo que nunca te vayas porque si lo hicieras, cerraría para siempre la ventana que vez allá en mi techo y más nunca viajaría entre universos, porque si no estas tú, no tiene sentido volar. Que tú y tu pequeña se han convertido en algo tan importante para mí, que no puedo imaginar tenerlos lejos. Que creo que te quiero.

Mis palabras lo dejan impactado. Abre sus ojos oscuros y me mira fijamente, buscando algun rastro de broma o duda en mí, pero no va a encontrar nada porque estoy segura de lo que acabo de decir, a pesar de que no lo tenía planeado.

Existen dos tipos de amor. El primero es igual a los fuegos artificiales, a las explosiones y a los huracanes, desarma y destruye todo a su paso. El segundo es paz, es un río de suave cause que arrastra piedras cristalinas y las junta todas, uniendolas en armonía. Solemos cometer la equivocación de anhelar un romance desgarrador, caucásico y llamativo, pero lo que en realidad necesitamos, lo que de verdad deberíamos anhelar, es la calma de quien recoge contigo tus pedazos y te ayuda a unirlos.

Su mano aprieta la mía, haciendome saber que está conmigo, y saca de su bolsillo algo que me deja impactada. Es el collar de estrellas que me intentó dar aquella vez en su empresa, y que rechacé de forma tonta.

—Yo también siento que te quiero, estrella —responde y mi corazón se acelera brutalmente—. He llevado esto todo este tiempo conmigo esperando a que algún día vieras que desde un principio iluminaste mi vida, aun cuando no tenía idea de que te gustaban las estrellas; el tiempo pasa volando, pero lo que queda es lo que vives en él, y aunque tú dices que no ha pasado mucho tiempo, para mí se ha sentido una vida entera, porque tú haces que el paso del tiempo no fluya igual, haces que todo lo que significa estar con alguien, cambie a ser con alguien. Porque nunca quisiste cambiarme, nunca pediste nada de mí, y al mismo tiempo, me entregaste todo de tí.

Con manos temblorosas, coloca el collar alrededor de mi cuello, y las mías van a su rostro, libre de barba, para acariciar sus mejillas. Sus ojos me absorben, me leen y me reconstruyen, y con suavidad, poso mis labios sobre los suyos.

Es increíble como al permitirte confiar en alguien puedes cambiar muchas cosas de tí mismo. Es increíble que en un principio yo haya pensado que este hombre iba a hacerme daño, y que ahora le esté permitiendo que explore mis miedos, y que me ayude a superarlos.

Son caricias suaves, inocentes y curiosas de un par de almas inconclusas, que buscan la aceptación y la seguridad. Quiero hacer una toma de este momento, y guardarlo en mi memoria por siempre, porque la felicidad es efímera, los sentimientos cambian, pero los recuerdos siempre quedan. Nos separamos y nos miramos fijamente, él para creer que esto es real y yo para nunca más soltarlo.

—¿Es posible confiar en alguien tan rápido? —inquiero sin dejar de mirarlo.

—Ha de serlo, porque confío en tí —responde sonriente.

—¿Confías en mí aun sabiendo que te oculto algo importante?

—No puedo obligarte a confiar en mí. Si aun no eres capaz de soltarlo, llegará el momento en donde sí puedas y yo estaré para escucharte.

—¿No tienes miedo de lo que viene, de lo que representa estar conmigo?

—Te dije que no iba a soltarte, que iba a ayudarte a hacer desaparecer cualquier monstruo que te atormente, que voy a luchar para que nada ni nadie te haga daño.

—¿Incluso tú mismo? ¿Y si tú me haces daño?

—Rogaré por tu perdón, pero te daré espacio si ya no deseas verme. ¿Por qué me preguntas todas estas cosas?

—Porque quiero creer, quiero soñar, quiero poder confiar ciegamente en alguien y saber que no van a lastimarme.

—No te prometo que seré perfecto, no te prometo que no habrán problemas, pero te prometo que intentaré solucionarlos junto a tí, y que no me marcharé a menos de que tu lo quieras.

—No quiero que te vayas.

—Yo no quiero irme.

Cae la noche con nosotros bajo ella, mirando el cielo estrellado que Liverpool raras veces ofrece. Apoyo mi cabeza sobre su hombro, relajada ante la tranquilidad de la noche. Vemos como una estrella fugaz atraviesa el cielo, y Elliot dice en voz alta, mientras me observa.

—Deseo que seas mi novia.

Mis latidos se aceleran, las palmas de mis manos sudan, mi respiración es un asco...

Ya sabes la respuesta, no tienes porqué negarte el ser feliz...

Deseo concedido —respondo abrazándolo.

Y las estrellas sí traen felicidad, sí traen historias, y sobretodo... Sí lo trajeron a él, porque mi brillo lo cautivó, pero él no sabe que las personas rotas reconocemos a nuestros iguales, por lo que su corazón puro iluminó mi oscuridad y comenzó a reparar grietas que estaban olvidadas.

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora