Capítulo veintisiete.

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Los juegos del hambre—: “Resulta extraño estar tam cerca de forma física  de alguien que está mentalmente tan lejos”.

Evangeline Daxton.

Llegamos a casa envueltos en un silencio estruendoso, de esos que te comprimen los oídos y te causan ansiedad, de esos que quieres evitar pero que llegan con fuerza, esos silencios en los que sientes que tienes que decir algo pero que si no piensas bien, puede ser algo incorrecto. Phineas me abre la puerta, atraviado con sus acostumbrados auriculares y un gorro ocultando su cabello rubio. Nos hace pasar y el bullicio de los niños no se hace esperar. Hugo, Clara y Elise construyen un fuerte con almohadas, sábanas y cojines, por lo que ya sé donde van a dormir.

—Tengo entendido que en la sala de los libros hay un sofá cama ¿no? —pregunta Elliot.

—Así es —responde Phin, seco—. En cuanto oscurezca, arreglaremos todo.

—Te debo la habitación de invitados —bromeo un poco, tratando de aligerar el ambiente—. Está en remodelación.

Mi hermano se da media vuelta y se encierra en su habitación en el segundo piso, dispuesto a saltarse su obligación de cuidar a los pequeños. Suelto un suspiro, ya sabía yo que aquí lo menos que voy a hacer es descansar. Me dirijo hacia la cocina, con Elliot pisandome los talones, quien se está tomando en serio su trabajo de enfermero.

Preparo panqueques con jarabe de arce para cenar, con él mirando cada uno de mis movimientos, pero ahora yo voy en automático, dispuesta a llegar a mi habitación y dormir muchas horas seguidas. Pensar, pensar es lo que me arruina, pensar significa recordar, y recordar significa terminar destruida.

Con el paso del tiempo te acostumbras a la sensación intensa de vacío, aquella que te recuerda que estás roto, que todo va bien hasta que encuentras las grietas y caes en el profundo agujero negro que es tu alma, no hay forma de frenar la caída, arañas las paredes en busca de una salida pero lo único que encuentras es vacío, vacío y nada más que vacío.

Luego de un tiempo vagando entre las sombras, te acostumbras a los monstruos que viven en ellas.

Terminamos comiendo alrededor de la fortaleza, para estar al pendiente de los niños, y luego me ayuda a recoger lo que ensuciamos.

—No me gusta verte así —comenta, mientras seca un plato.

—¿Así como? —pregunto dándole la espalda.

—Opaca, sin alegría.

—En este momento no tengo motivos de sobra para ser feliz —murmuro de mal humor.

—Normalmente brillas como una estrella ¿sabes? —me dice y presto atención, curiosa.

—Papá siempre me dice lo mismo —menciono.

—Porque es cierto. La primera vez que vi el tragaluz en tu habitación pensé que era increíble, pero luego comprendí que me recordaba a tí, porque está tan lleno de luz, tan brillante, que te hace olvidar que los problemas existen.

—Para mí es como una ventana hacia otro sitio, un modo de escape —me sincero—. Cada estrella simboliza un viaje diferente, un sitio diferente que visitar, porque al concentrarme en ellas, pude salir muchas veces de la oscuridad.

—La chica de la ventana hacia las estrellas —ríe—. Es un concepto interesante, debo admitirlo. Pero lo que quiero que comprendas es que todos se sienten bien al verte brillar, al verte sonreír, porque extrañamente eres como el pegamento para mantenerlos unidos. Eres para ellos lo que las estrellas son para tí; un escape, una salida, una solución... Así que no dejes que la luz en tí se apague, o más de uno dejará de brillar.

La Chica de la ventana hacia las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora