Capítulo IV La oficina del Dr. Engelhart

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Al día siguiente, Max conoció el campus de la universidad; también pudo conocer mejor a su nuevo amigo Seren, quien tiene una personalidad agradable y le resulta casi imposible no mantener una sonrisa mientras platica. Caminaron por todas las facultades y descansaron un rato junto a un pequeño lago, donde Seren intentó convencerle de que estudiara informática para que estuvieran juntos en las clases, pero la informática no era algo que le entusiasmara mucho, en cambio se sentía intrigado por el tema de los poderes de los chicos en Épsilon Psi, y pensó que estudiar neurología sería interesante. Pero no le gustaba la medicina. «No te preocupes – le dijo Seren para consolarlo – el primer trimestre solo serán asignaturas comunes a todas las carreras. Matemáticas, filosofía, historia... así que tienes algunos meses por si cambias de opinión».

En la noche se prepararon para la cena que tendrían en la fraternidad. Bajaron al comedor, decorado con tulipanes azules y velas altas y delgadas. El profesor Engelhart había cocinado él mismo para los muchachos, quienes le reprocharon porque hacía meses no probaban de su deliciosa comida. Max quedó sorprendido por la cena y Engelhart le pareció digno de admirar, un hombre que, a sus cuarenta y dos años, con apenas tres canas en la barba, era subdirector de una universidad tan importante, con varias maestrías y un doctorado, dueño de un carisma magnético y que, además, podía cocinar tan bien. Se notaba el cariño y el aprecio que sentían los estudiantes hacia él, por lo que se sintieron un poco tristes cuando les dijo que ese trimestre no podría pasar tanto tiempo con ellos por sus responsabilidades como subdirector y que tendría que irse varias veces de viaje. Hans Ivanov, quien también los acompañaba, se mostraba en cambio más reservado. Con su copa de vino, se limitaba a comentar sólo en los momentos en que alguien mencionaba un tema más serio, momentos que, en realidad, fueron escasos. Antes de que la cena terminara, Engelhart le comentó a Max sobre su interés de conocer más sobre sus poderes, así que quedaron de acuerdo en que se verían en su oficina el próximo domingo.

La primera semana en la universidad transcurrió tan rápido como Max quería. Aquel lugar le encantaba, pero sentía la inmensa curiosidad de por fin reunirse con Engelhart y entender lo que pasaba dentro de su propio cerebro. Mientras corrían los días, fue conociendo sus nuevos profesores de la universidad, los estudiantes (todos aburridos y sin superpoderes, pero simpáticos), las aulas espaciosas y modernas (a pesar de que las facultades tenían un estilo antiguo), las clases las disfrutaba más que en su antigua escuela, pero nada de aquello se comparaba con las noches en la fraternidad. Se asombraba de cómo Seren recitaba de memoria capítulos completos de libros clásicos que le gustaba leer. Una noche se reunieron con Dach Lange, retándole a que usara su Amnepatía Temporal en Seren, pero aquello no funcionó. Aunque sí hizo efecto en Max, quien, con una expresión de terror, preguntaba angustiado: «¿Quiénes son ustedes? ¿Qué es este lugar?». El efecto duró unos pocos minutos, pero los suficientes para que Seren y Dach tuvieran que correr tras Max para evitar que éste, asustado, saliera de la facultad. Cuando recuperó la memoria no pudieron contener las carcajadas.

El sábado todos los chicos se reunieron para jugar un juego que se le había ocurrido a Seren. Adah Boysen utilizaría sus poderes para conectar las mentes de Max, Seren, Abigail, Dach, Eisell y Levi, de manera que intercambiaría lo que cada uno veía y ellos intentarían atraparla. El juego era increíblemente difícil, pero divertido. Max sentía como si sus ojos estuvieran en otro lugar, por lo que debía andar a tientas para no chocar. Por un momento vio a Adah frente a él y se lanzó sobre ella gritando «¡Te tengo!», pero calló sobre uno de los muebles del salón principal. Había olvidado que lo que estaba viendo no provenía de sus ojos, sino de los ojos de alguien más y que alguna otra persona debía estar viendo a través de los suyos.

Todos estuvieron intentando atrapar a Adah durante al menos treinta minutos sin ningún éxito, hasta que a Levi se le ocurrió un plan: Los reunió a todos, tarea que no fue sencilla, pero que lograron al guiarse por su voz; una vez juntos en una ronda, les ordenó cerrar los ojos. Sólo él quedó con los ojos abiertos y preguntó cuál de ellos podía ver algo, Abigail dijo que ella seguía viendo a pesar de tener los ojos cerrados. «¡Bien! – gritó Levi con una sonrisa de entusiasmo – Ahora yo cerraré mis ojos y tú los abrirás para saber quién tiene los tuyos, una vez que descubramos quién tiene la visión de quién nos dividiremos en dos grupos de forma estratégica y atraparemos a Adah». Con la estrategia de Levi sólo les tomó diez minutos más poder atraparla. Dach, quien sabía que tenía "los ojos" de Max, vio a Adah pasar una vez más con una mueca burlona frente a él y gritó: «¡Max! ¡Está frente a ti!». Al instante Max se lanzó sobre ella a pesar de que lo único que veía era un estante lleno de libros, pero sintió cuando cayó sobre Adah: «¡Por fin te tengo!». Todos terminaron exhaustos, pero les pareció un juego tan divertido que pretendieron volver a jugar otra ronda, y lo hubieran hecho si el profesor Ivanov no hubiera llegado a la fraternidad en ese momento: «¿Qué están haciendo? ¿Piensan romper toda la estantería?». Aquél había sido el día más divertido en la vida de Max, y apenas llevaba una semana en la fraternidad.

***

Había transcurrido la primera semana y, el domingo en la tarde, Max se dirigía hacia la oficina del profesor Engelhart, tal y como habían acordado durante la cena. La oficina se encontraba en el tercer piso de la fraternidad, era acogedora, con cientos de libros y recortes de periódicos y revistas enmarcados y colgados en la pared (junto con un montón de títulos y reconocimientos por sus trabajos sobre la estructura de la personalidad). Tenía un escritorio enorme de roble macizo, con unos ventanales detrás desde donde se podían ver los tulipanes azules de enfrente. A un lado estaba un cómodo diván en el cual el profesor le pidió a Max que se recostara:

- ¿Qué tal tu primera semana en la universidad? – Preguntó Engelhart –

- Estuvo muy bien – comentó Max tímidamente –

- ¿Y la fraternidad? ¿Te gusta?

- La fraternidad me encanta. No pensé que sería tan interesante y divertida.

- Me alegra escuchar eso Max... Hablemos sobre tus poderes. ¿Desde cuando eres consciente o al menos sospechas de ellos?

- Bueno, a decir verdad, desde el día en que usted y el señor Ivanov fueron a mi casa. Hace dos meses. Ni siquiera sé cuáles son mis poderes.

- Sospecho que podría ser telequinesis, ya sabes, la capacidad de mover objetos con el pensamiento.

- Eso es... increíble.

- Sí que lo es... ¿Entonces la primera vez que tus poderes se manifestaron fue en aquella fiesta? ¿Nunca sospechaste que podías hacer aquellas cosas?

- Sí, creo... No sé, no lo recuerdo bien y no me gusta ver el video que grabaron esa noche.

- ¿Te sentiste angustiado?

Max tardó un poco más para responder aquella pregunta. Respiró profundo y sólo respondió: «Demasiado. También sentía una ira incontrolable».

- Vi el video varias veces, Max, y te estuve observando toda la semana, pero ahora que te conozco mejor pareces una persona completamente diferente, como si aquello se debiera a un – Engelhart hizo una breve pausa y un sutil gesto con las manos – trastorno explosivo intermitente. Nos equivocamos contigo, esa es la razón por la que fuimos tan directos el día en que estuvimos en tu casa... Ahora me gustaría que me contaras un poco de cómo fue tu niñez.

- ¿Mi niñez? – respondió Max como si nunca le habían hecho esa pregunta – No recuerdo mucho mi niñez. Mis padres murieron cuando tenía siete y desde entonces vivo con mi única hermana. Casi no hablamos de ellos y tampoco los recuerdo mucho.

Engelhart quedó un poco asombrado por aquella confesión. Se reclinó hacia atrás y se tomó unos segundos de silencio. Remangó la camisa blanca que tenía (sólo el brazo derecho) y le dijo:

- Bien Max, mi Capacidad Mental Especial es la de poder entrar al subconsciente de las personas y, digámoslo así, leerlos. – Colocó su mano derecha sobre la frente de Max y continuó –, me ha resultado muy útil para llegar lejos en la psicología. En un instante podré saber cosas sobre ti de las que posiblemente tú no tengas idea. Relájate.

Max seguía recostado sobre el diván y cerró los ojos. Así estuvo durante unos largos segundos hasta que, por curiosidad, volvió a abrirlos. Pudo ver la expresión en la cara de Engelhart, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo tratando de mover algún objeto muy pesado. Cerró los ojos una vez más y pudo escuchar el suspiro del profesor Engelhart mientras retiraba rápidamente la mano de su frente:

- ¿Pasa algo, profesor?

- Es algo muy extraño – contestó con un gesto de preocupación –, pareciera que tu mente estuviera encerrada en una caja, reprimiendo tus recuerdos y... tus poderes. El profesor Ivanov te está esperando en el laboratorio, necesito que vayas ahora.

Max no entendía nadade lo que estaba pasando y se sintió un poco asustado por la preocupación quemostró el profesor Engelhart. No hizo ninguna otra pregunta. Se incorporó ysalió de aquella oficina dirigiéndose hacia el laboratorio del profesor Ivanov,donde, quizá, obtendría más respuestas.

Max Fallen y la fraternidad de Épsilon PSIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora