Capítulo 30.

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HUDSON MCMURRAY

Como todas las mañanas, bajo a desayunar y me encuentro con todos mis hijos, excepto uno. Apenas llevo tres malditos minutos despierto y ya estoy hasta la mierda de toda esta situación.

Miro a mi esposa, al parecer mi expresión lo dice todo pues suspira negando con su cabeza.

—No seas tan duro con él—me pide agotada pues todas las mañanas sucede lo mismo. —Hudson, no tiene un buen sentido del humor últimamente y en serio quiere estar solo pero...

—¿Estar solo?—inquiero con una ceja en alto—Está oculto en su baticueva desde hace mucho y no voy a seguir tolerándolo.

—Papá, acaba de perder a su esposa—se entromete Hope siendo como siempre la voz que se alza por encima de las demás.—No seas duro, debemos darle su espacio o se irá a Nueva York y sabes que ahí si estará solo porque yo trabajo y no puedo hacer de niñera.

Ruedo los ojos.

—No necesita una niñera, ya pasaron tres meses y no puede ni siquiera mirarnos a la cara—reniego recordando cuándo fue la última vez que le vi la cara. —No come, no sale, no le ha dado el maldito sol en estas semanas así que ya va siendo tiempo de que al menos baje a desayunar ¿no creen?

—Eso no te lo puedo negar—admite la mayor de mis hijas estando de acuerdo conmigo por primera vez en relación a su hermano.

—¿Desayunarás primero o vas a torturar a nuestro hijo?—pregunta Lia con una ceja en alto.

La ignoro totalmente, si por ella fuese lo dejaría quedarse en esa maldita habitación para siempre pero ya pasó mucho tiempo. Mientras subo las escaleras recuerdo que la última vez que le vi la cara fue cuando regresamos del funeral de su esposa hace semanas y desde ahí no ha bajado las escaleras ni una sola vez.

El teléfono de casa suena al menos tres veces al día con llamadas de su trabajo, de sus suegros, de sus amigos, todos preguntando dónde está, qué es de su vida pues abandonó todo en Nueva York donde estaba a nada de convertirse en socio de la firma donde solía trabajar.

Comprendo su dolor, lo he acompañado lo más que nos ha permitido pero esto de dejarnos por fuera me enceguece porque se está dando por vencido y no estoy listo para ver a mi hijo deteriorado. Los crié fuertes, para que no cayeran ante cualquier situación y sé que esto no es cualquier cosa pero no estoy listo para perder a mi hijo.

Termino en la primera planta, cruzo el pasillo y no pido permiso antes de entrar porque siempre que golpeo me dice que no. Abro la puerta, todo se encuentra a oscuras y no puedo dar dos malditos pasos pues mis pies se enredan con algo que me hace terminar en el suelo.

—Maldición—mascullo poniéndome de pie. Busco a tientas las cortinas de la habitación jalándolas a un lado dejando que la luz ilumine el lugar, enseñando toda la porquería donde mi hijo ha estado viviendo. —Liam... ¡Liam!

—Cierra todo y lárgate—gruñe volteándose al otro lado de la cama donde el sol todavía no ha llegado.

Tiene ropa por todo el suelo, envolturas de comida chatarra traídas por su madre o sus hermanas pero todo está hecho una maldita mugre. Enfurecido camino hacia su cama y jalo las sábanas encontrándolo con solo un boxer puesto.

—¡Dije que me dejaras en paz!—me grita tratando de volver a taparse. —Lárgate, cierra las cortinas y déjame solo.

—Levanta y desayuna conmigo.

Trato de sonar amable, de tratarlo bien pero es que simplemente no colabora volteándose.

—No vuelvas a entrar sin tocar—amenaza.

Entre Joy y Nueva York (AQS #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora