𝖕𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊

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—Espero que se escuche y se vea bien.

En la penumbra del bosque, una adolescente daba toquecitos con el dedo a su cámara de vídeo, comprobando con un público imaginario que todo estuviera en orden.

—Bien. —Ivy comenzó a andar con la cámara sujeta en la mano derecha, grabando su rostro—. Los chicos del pueblo han dicho que la otra noche escucharon gritos en la vieja casa abandonada. Está a unos cinco minutos de aquí, así que no tardaremos en llegar.

Las ramas caídas de los árboles crujían bajo sus pies. El verano estaba llegando a su fin y las noches comenzaban a refrescar más que los días anteriores. Ivy quería aprovechar esos resquicios de las vacaciones antes de regresar a la escuela a la mañana siguiente.

—Mirad ese cartel de ahí. —La cámara enfocó un letrero de mármol sobre una piedra, donde se leía "Propiedad de Sra. LaLaurie. Prohibido el paso"—. No creo que le importe mucho, lleva más años muerta de los que vivió.

Detrás de una verja oxidada, un polvoriento jardín daba entrada a la casa abandonada donde Ivy se dirigía. Las enredaderas cubrían las ventanas, trepaban por encima del cristal y se adentraban en el interior de las habitaciones. La puerta de la verja ni siquiera estaba cerrada, por lo que Ivy no tuvo complicaciones en cruzarla sin dejar de apuntar con su cámara a cada detalle de la fachada. Sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo cuando se posicionó frente a la puerta, alta, negra e imponente.

No necesitó más que un leve empujón para que se deslizara unos centímetros, aunque sí se vio obligada a ejercer más fuerza para que se acabara de abrir sin dejar de rechinar.

El vestíbulo estaba decorado con cuadros excéntricos de personas que no reconocía, además de muebles caros y antiguos. Subió la gran escalera central al primer piso mientras notaba el frío contra sus brazos descubiertos, y un hedor a putrefacción comenzó a apoderarse de sus fosas nasales.

La segunda habitación a la izquierda tenía la puerta entreabierta, y cuanto más se aproximaba, mayor se hacía aquel olor. Tragó saliva al tocar el pomo y encontrarlo pegajoso, y al levantar los dedos distinguió un tono rojizo que los cubría.

—Qué extraño —musitó Ivy, apuntando con la cámara para ver mejor en la oscuridad y asegurarse que no eran imaginaciones suyas—. Juraría que...

En uno de los movimientos de la cámara, Ivy había captado algo anormal. Rotó el objetivo en esa dirección, casi escuchando su acelerado ritmo cardíaco, hasta que dio con la figura tendida en el suelo.

Dejó escapar un chillido y la cámara se le resbaló de las manos.

Un cadáver. Había un cadáver sobre la alfombra, teñida de sangre.

Ivy ya no era consciente de que estaba grabando todavía y sacó la varita del bolsillo. Poco importaba el Estatuto Internacional del Secreto Mágico si acababas muerta, como el cadáver que estaba delante de ella.

Iluminó la habitación y ahogó un grito al ver el cuerpo. Se notaba que llevaba ahí unos cuantos días, pero eso no lo hacía menos espeluznante, no cuando parecía que había muerto luchando. Tenía los ojos todavía abiertos y una expresión de terror que perseguiría a Ivy por el resto de sus días.

Ivy se alejó lentamente, esquivando el brazo que apuntaba hacia la puerta, uno que parecía gritar que saliera de allí corriendo cuanto antes, así que Ivy lo intentó. Tropezó con lo que pensaba y esperaba que fuera una alfombra o cualquier parte de la casa y cuando levantó la cabeza le vio.

Se suponía que la vieja casa estaba abandonada, que nadie vivía allí —¿acaso era posible con ese olor?—, pero el hombre que estaba bloqueando las escaleras definitivamente parecía saber lo que estaba haciendo. O, al menos, sabía de la magia porque no mostraba ningún signo de extrañeza ante la varita que seguía iluminando la estancia.

𝕸𝖆𝖌𝖓𝖎𝖋𝖎𝖈𝖊𝖓𝖙𝖑𝖞 𝕮𝖚𝖗𝖘𝖊𝖉 | Narcissa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora