𝖊𝖕𝖎𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊

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Astoria Greengrass no recordaba a su madre.

Su padre siempre le hablaba de una mujer especial, que la había protegido y querido durante el poco tiempo que habían pasado juntas. Ivy Greengrass hubiera sido la madre perfecta por lo que su padre contaba, y a Astoria le enfadaba no haberla conocido y, sobre todo, no recordarla.

Siempre había tenido a su padre al lado y, de alguna forma que siendo pequeña no había llegado a comprender, también a Cissy y a Draco. Ellos tres y Dove eran lo que Astoria entendía como su familia, quienes estaban cada vez que enfermaba, quienes siempre seguirían allí, sin importar lo que pasara.

A la primera persona que le dijo que estaba enfadada con su madre fue a Draco. Estaban en su primer año en Hogwarts, Cissy había mandado un montón de galletas caseras a Draco —que tenía que compartir con Astoria— y ella se levantó de la mesa, enfadada. Ella también quería galletas de su madre, también quería que fuera a verla cada vez que enfermaba, de repente mucho más rápido que antes. Cuando Draco estaba en la enfermería, aunque fuera por un simple constipado, Cissy iba a verle.

Y no es que su padre no fuera suficiente, siempre lo sería, siempre sería el mejor padre del mundo. Astoria no podía imaginar a nadie mejor que él como padre, pero siempre tendría la espina clavada de cómo podría haber sido su vida si hubiera tenido a su madre al lado.

Pero tenía a Draco y, quizá, si su madre estuviera, no lo tendría.

Era su mejor amigo, su confidente, la única persona de todo el castillo que era capaz de cuidar de ella cada vez que enfermaba y tenía que pasar días en la enfermería. Se sentaba en la silla, junto al cabecero de la cama, esperando a que Madame Pomfrey se fuera para subir a al colchón y abrazar a Astoria hasta que ella se quedaba dormida. Era quien mandaba una lechuza a Badger cada vez que ella caía enferma y hacía que su padre fuera hasta Hogwarts para verla y poder abrazarle. Era quien avisaba a Cissy si su padre no podía ir y ella venía a sostenerla como si fuera su madre. Era quien llamaba a Dove y ella venía, corriendo, porque sin importar que no fuera su hija, la quería como a una.

Astoria no sabía cuándo sus sentimientos por Draco empezaron a cambiar. Quizá fue en su quinto curso, cuando todos empezaron a crecer y le vio un día hablando con Harry, los dos riendo, pero con Harry ligeramente inclinado hacia Draco. Las corbatas de ambos estaban tan cerca que Astoria se acercó, bromeando, y las ató. Los celos estaban allí, al ver como el Gryffindor aprovechaba la situación que ella misma había creado y el Slytherin no se apartaba y los dos reían y bromeaban con la situación. "Menudo escándalo, una serpiente y un león" pensó, sin querer admitir lo que pasaba en realidad.

Durante aquel verano lo acabó admitiendo, en el mes de agosto, mientras miraban las Perseidas. Buscó la mano de Draco, tumbados sobre la hiedra y los narcisos que crecían en el jardín de la casa de Astoria.

—¿Has pedido algún deseo ya? —preguntó Draco al sentir la mano de Astoria sobre la suya. La chica se giró para mirarle.

—Unos cuantos, el primero ha sido que dejes de ser tan molesto —le contestó, acercándose a él hasta usar su hombro para apoyarse.

Draco la acercó más y aprovechó el brazo libre para usarlo al hablar de sus deseos. Que Slytherin ganara el partido de quidditch de ese año, que las clases de sexto no fueran tan difíciles, que Potter no le robara los deberes de nuevo. Fue la mención de ese apellido el que hizo resurgir los celos de Astoria. Admitió por fin que lo quería como a algo más que un amigo.

El primer beso no llegó hasta esas Navidades, días antes de volver a casa por las vacaciones, cuando salieron tarde de la biblioteca por estar estudiando y el muérdago apareció sobre sus cabezas cuando estaban a punto de entrar a la sala común.

𝕸𝖆𝖌𝖓𝖎𝖋𝖎𝖈𝖊𝖓𝖙𝖑𝖞 𝕮𝖚𝖗𝖘𝖊𝖉 | Narcissa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora