𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝟏𝟏- 𝖍𝖚𝖘𝖍

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Cuando Ivy y Badger estaban en primer año, solían escaparse al embarcadero del colegio para evadir a los demás. Era uno de esos lugares lo suficientemente húmedo y lúgubre como para no ser objeto de la curiosidad de los otros alumnos. Nadie en su sano juicio querría pasar mucho rato en aquel edificio medio abandonado con olor a humedad y agua estancada.

Sin embargo, para dos niños que es estaban acostumbrados a buscar un refugio de las miradas de los demás, aquel lugar era más que perfecto. Fue así como se hicieron amigos el hijo de una familia de sangre pura y la hija de unos muggles que fingía ser todo lo contrario para ganarse el respeto de los demás.

Se encontraron una tarde de octubre en el embarcadero. Ivy llevaba semanas observando a Badger hacer navegar un barquito de juguete que había construido con trozos de pergamino y corteza de árbol. Se asomaba desde el exterior y miraba al niño a través de uno de los cristales rotos de los ventanales, pensando en cómo podía hacer navegar mejor al barquito, ya que el de Badger casi siempre terminaba hundiéndose.

Fueron esas conversaciones sobre física y arte las que forjaron la amistad entre los dos e hicieron del embarcadero un lugar secreto. Ni siquiera Vanessa había estado allí, aunque sabía de su existencia.

Aquella tarde de séptimo, cuando Badger insistió en que Ivy debía seguirle, ella no tuvo más remedio que aceptar. Llevaba unos días decaída tras su desengaño amoroso con Narcissa y ya estaba dispuesta a hacer lo que fuera por abstraerse, puesto que dormir no era una opción y atiborrarse a pociones de sangre no parecía sentarle bien de todo.

—No venimos al embarcadero desde el año pasado, Badger —le recordó Ivy, encogiéndose por inercia ante una ráfaga de viento que se dirigía hacia ellos. No lo iba a sentir, por supuesto, pero su cuerpo seguía actuando de manera automática como lo haría de pertenecer a una humana.

—Por eso. ¿Y si dejamos de ir y de repente lo ocupan unos mocosos de primero? Preferiría morir.

—Nosotros éramos mocosos de primero.

—Nosotros éramos mocosos de primera calidad, Blestem.

Ivy sonrió apretando los dientes y atravesó el espacio en el que debería haber una puerta mirando a su alrededor. Ahora que sus sentidos estaban aumentados, el olor a agua estancada era todavía más insoportable.

Pero poco importó cuando vio lo que Badger había preparado sobre una de las barcas olvidadas. Habían reformado aquel bote en cuarto, pero nunca se habían atrevido a hacerlo navegar porque habría supuesto ser encontrados por los demás. En su interior, había una cesta de picnic y un ramillete de flores rojas.

—¡Badger!

—¡Tacháaaan! —anunció el joven, señalando la merienda—. ¡Sorpresa!

—¿Qué estamos celebrando?

—La ausencia de niños, por supuesto —contestó él con una sonrisa de lado.

Badger era así: hacía gestos grandes y cargados de generosidad y siempre les restaba la importancia que tenían. Si bien Ivy sabía que Badger tenía dinero de sobra, siempre se había sentido culpable por aceptar sus regalos porque sabía que ella no se los podía permitir.

Ahora se sentía culpable porque no sabía cómo fingir que se podía comer una magdalena de chocolate. Sin embargo, una vez se sentaron sobre la barca —que se movió violentamente hacia los lados por el peso y provocó que lloraran de la risa por lo torpe que era Badger—, la merienda terminó por quedar en segundo plano. La conversación era mucho más interesante.

Era reconfortante hablar con alguien que no tenía ni idea de que Ivy era vampira y estaba enamorada de Narcissa Black. Frente a Badger, podía permitirse tener problemas de mortal y enamoramientos sin demasiada importancia con desconocidos que no la correspondían. A Badger no le importaba la identidad de la persona que le había roto el corazón a Ivy, y eso le permitía poder inventar su historia tanto como quisiera.

𝕸𝖆𝖌𝖓𝖎𝖋𝖎𝖈𝖊𝖓𝖙𝖑𝖞 𝕮𝖚𝖗𝖘𝖊𝖉 | Narcissa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora