vidas pasadas

I MISS YOU SERGEANT

El castaño frente a ella la veía con una encantadora sonrisa, se habían conocido años atrás pero sin embargo se estimaban con la misma intensidad.

Druig era un Eterno que fue enviado a la Tierra junto a otros para defender a los humanos de los desviantes por siglos hasta que el grupo se disolvió, debido a que Druig perdió la fe en la humanidad por matarse entre ellos. Pero volvió a tenerla cuando conoció a Emma, aunque ella no era una humana como tal, su crianza por los humanos, hicieron que ella fuera el ser más bondadoso, valiente y fuerte que el había conocido. Quedó flechado por ella, pero cuando la guerra inició no tuvo de otra que marcharse para no interferir en conflictos humanos.

Mentiria si dijera que no la extrañó, por lo que su visita no era solamente algo por lo que debía pasar desapercibida. Venía a confesar su eterno amor hacia ella.

–Te fuiste– acusó la pelinegra mientras se llevaba la pajilla de su malteada a la boca.

El eterno asintió y suspiró.

–Pero he regresado– pronunció extendiendo su mano para tomar el dorso de la de ella.

–¿A qué?– interrogó mirando fijamente el contacto.

–A quedarme.

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Habían pasado unos meses desde que James había regresado al cuartel, la pelinegra solo recibía cartas de el, avisándole sobre como iban las cosas, como salian victoriosos de cada misión y como la extrañaba. Druig le hacia compañía y como era de esperarse, no había confesado nada.

Sus días solo constaban en salir por las mañanas a la florería más cercana, abrir el bar y preparar sus comidas. Este primero se había vuelto un hábito de la pelinegra ya que compraba las flores que el sargento le regalo la primera vez que salieron como se debía. Sus días se habían vuelto aburridos sin la presencia del castaño. Era increíble como en unos días, puede llegar una persona a cambiar tu vida y adueñarse de ella en tan poco tiempo. Su compañía era lo que más anhelaba y con suerte llegaría pronto.

Druig no sabia la relación exacta que la princesa mantenia con el sargento, pero eso no evitaba que muriera de celos cada vez que ella recibía una carta o menciona a dicho hombre.

Salieron de casa, Emma con una vieja camiseta de vestir blanca abotonada y una falda larga de tirantes negra y Druigcon una camiseta negra y unos pantalones del mismo color. Eran las seis de la tarde y las calles de Brooklyn estaban siendo iluminadas por la luz naranja pintada en el cielo. Era un viernes por la tarde y las calles del barrio cercano al club estaban repletas de gente, una manera perfecta de hacer dinero un viernes por la tarde. El padre de Emma, Stalin, le había enseñado cada cosa que sabia de los negocios, una de las cosas más importantes e indispensables que el hombre le había dejado, además de su goteante fortuna.

Al llegar lo primero que hizo fue acomodar las sillas, las mesas y limpiar la barra de tragos con ayuda del eterno. Estaban solos, ya que los empleados llegarían en media hora y los guardaespaldas estaban en la puerta del establecimiento tomando un descanso.

Druig la miraba en pequeños lapsos y sonreia al verla tan concentrada, se veía adorable, pero en la mente de Emma no lo era.

Su mente divagaba, había algo que no la había dejado dormir la última semana. Había estado teniendo pesadillas sobre la muerte de su padre y ella saliendo del establecimiento con la sangre de todos los responsables de su muerte. Solo tenia "veinte años" y su vida se había terminado en una noche, le costó mucho volver a ser la de antes, confiar en las personas y sobre todo a volver a sonreír. Howard Stark fue el hombre que la sacó de dicho oscuro lugar, la hizo sonreír y la animo a seguir su vida.  El era básicamente su mejor amigo y aunque al principio no pareciera que tendrían una simple amistad, el castaño de barba de candado se había convertido en una parte importante de su vida. Al poco tiempo llegó Druig, ahora ella era la que había enseñado a vivir, demostrándole al eterno que los humanos no eran malos o decepcionantes, simplemente cometían errores pero no todos eran malos.