Capítulo XXII

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Eleanor se aguantó el dolor del brazo que había sido rozado por la bala, para no gritar y delatar de esta manera, aún más su posición. Buscó en varias cajas pero no encontraba las municiones necesarias para sus pistolas, mientras los disparos que llegaban al interior del triángulo morado, no cesaban ni por un solo minuto.

Una gotita de sudor le recorrió a Eleanor la frente cuando se percató de que no había una sola caja que contuviera municiones para sus armas. Las municiones eran demasiado antiguas.

No tenía nada que hacer, se encontraba atrapada. Por un momento, maldijo a las personas que diseñaron el cuarto de armas: no tenía una salida de escape y las municiones se encontraban en el lado derecho del cuarto (donde Eleanor se encontraba) y también en la parte media, mientras que las armas que allí se guardaban se encontraban en el lado izquierdo del cuarto. Además no se habían molestado en traer armas nuevas, aunque esto en parte lo entendía, debido al secretismo del cuarto.

Si Eleanor quería ir a tomar un arma para cargarla con municiones, acabaría hecha un colador.

El corazón le comenzó a palpitar fuerte cuando escuchó que los hachazos esta vez iban dirigidos a una de las esquinas de la parte derecha del cuarto, quizá tendría unos minutos más si se agachaba pero... No sería demasiado; además no serviría golpear los brazos de los hombres que los ingresaran  porque entonces delataría dónde estaba y los otros tratarían de dispararle.

Eleanor trataba de pensar en alguna salida, pero se encontraba atrapada. Entonces, cuando estaba escuchando que daban los hachazos finales a esa parte de la pared, se agachó sin saber qué más hacer, para resistir un momento más.

Si entraban a por su majestad, ella lucharía cuerpo a cuerpo, lo que pudiese, hasta ya no resistir. Era su deber y lo sabía.

Además tampoco tenía muchas opciones, no había manera de huir y si no había salvación, prefería terminar como una heroína a una cobarde.

Después de un rato de escuchar múltiples disparos. Los balazos del lado izquierdo cesaron un momento.

Y Eleanor sabía que esto no podía ser nada bueno. Piensa mal y acertarás dicen los mayores. En este caso, Eleanor acertó. Comenzó a escuchar como daban hachazos a la parte inferior de la zona derecha, ya no había a dónde escapar tanto en la zona del medio como en la de la izquierda, los agujeros estaban ya realizados en la zona inferior, y de vez en cuando, los hombres disparaban por los mismos.

Iban a disparar en todas las zonas inferiores o probablemente ya ni si quiera se iban a tomar esa molestia e iban a tratar de derribar las zonas de pared que quedaban.

Eleanor no recordaba haberse encontrado nunca en una situación semejante, se había enfrentado a múltiples vándalos.

Pero nunca había estado tan próxima a la muerte.

En ese momento pensó en su bebé y pensó en Antoine.

Quiso pedirle disculpas a su hijo por no poder protegerle de esta situación y por no haber pensado antes en una mejor solución y haber tomado por hecho las municiones. Quizá no saldrían vivos de esta.

Y pensó en Antoine, ella no sabía si él sentía lo mismo que ella. Ese fuerte sentimiento que no le causaba otra cosa que felicidad cuando estaba con él (aunque de vez en cuando la hiciera enojar). Y le dolió dentro del corazón no poder pasar más tiempo con él, no poder haberlo abrazado más tiempo, o besado, o tomado de la mano, o haberle hecho el amor.

Pero más que nada, le dolió no haberle podido contar sobre el hijo que ella llevaba en su vientre. Aunque de una manera pensó que fue lo mejor, así si ella moría y él le tenía algún aprecio por lo menos sufriría un poco menos.

A penas entonces se dio cuenta. Sabía que no había estado todo el tiempo que hubiese deseado con Antoine, pero cada minuto que había pasado con él, había valido la pena.

Se dio cuenta que lo amaba. Pero ya era muy tarde. Vio como el último pedazo de pared de la zona inferior izquierda de la pared cayó y a través del agujero apenas alcanzó a visibilizar unos ojos rojos y una sonrisa torcida.

Eleanor cerró los ojos. Sabía cuando había perdido una guerra, como lo supo tiempo atrás cuando tuvo que casarse con el marqués.

Y cuando pensó en Antoine, se imaginó estando junto a él y junto a su pequeño bebé, en el jardín de Bristol Mansion. Mientras ambos tomaban el té.

Eleanor sonrió imaginando esta escena cuando el cañón de un arma atravesó la pared. Pero ella no lo vio, en su lugar vio la bella sonrisa de Antoine mientras la tomaba de la mano en el jardín.

El marquésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora