Capítulo XXVI

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Al despertarse, Antoine se sentía débil, más débil que nunca, con su visión, aún borrosa, pudo darse cuenta de que tenía unos trozos de tela amarrados por el torso y los brazos a manera de vendas. Se sentía tan mal, pero cuando vio a Eleanor inconsciente, acostada en el suelo de esa habitación, que él no era capaz de reconocer, con su uniforme manchado de sangre en la zona de su ingle, no pudo evitar, con las pocas fuerzas que tenía dirigirse a dónde se encontraba su esposa para tomarla en brazos a pesar del dolor, y llorar como un niño encima de su pecho. Lloró como nunca antes en su vida había llorado, dejando ver, por primera vez su lado más débil. Aunque rogaba a Dios que no fuera así, sabía que con la cantidad de sangre que Eleanor había perdido, era prácticamente imposible que el pequeñito de ambos siguiese con vida dentro del vientre de su madre.

-Vaya, vaya el mayor don Juan de Londres, llorando como un crío por una mocosa. El amor puede destruirnos ¿no lo cree, Hervey? -dijo Hamilton ingresando en la habitación, con una sonrisa dibujada en el rostro- ¿sabe? me hace gracia verle así, porque... justo en este momento acabo de recordar la primera vez que le vi, cuando tuvo que ir a comunicar un asunto en la cámara de los regulares, usted fue a la cámara con aires de duque, y esos aires eran tan fuertes, que casi, por un segundo me lo creí -dijo él con una sonrisa burlona- vaya, el hombre que miraba a todos por encima del hombro, se encuentra derrotado, pálido, medio muerto; ahora más que el aspecto de un duque tiene el aspecto de una rata moribunda

El marqués, incluso desde la posición en la que se encontraba, le dirigió una mirada aristocrática completa, aunque enrojecida, a Hamilton, pero éste no se intimidó y más bien le dijo:

-Ahora mismo estoy pensando que hacer con usted, es que en efecto ya no estoy tan seguro de que un medio cadáver le sea de utilidad a mis planes. Yo necesito hacer las cosas con prontitud y usted en ese estado, no le servirá de mucho a mi causa. Rayos... Es sinceramente una lástima, no lo digo por usted -dijo el hombre negando con ambas manos mientras reía- lo digo por mí, ya que sin duda Lord Hervey, usted me hubiera facilitado un poco más las cosas. ¿Qué haremos? -dijo Hamilton reflexionando- ay, demonios, es que aún en su estado deplorable, sigue siendo ministro de defensa, pero por otro lado, ¿qué puede hacer por mí en este momento?. No, ya lo he decidido, ya no me sirve -dijo con una sonrisa, sacando una pistola de uno de los bolsillos internos- ¿sabe, milord? lo lindo de esto, es que su esposa y usted, sin duda serán los protagonistas de una gran historia de amor, al estilo de Romeo y Julieta por supuesto -dijo con una sonrisa- puede despedirse, para que vea que no soy tan cruel como aparento

-No le haga nada a mi esposa -dijo el marqués respirando dificultosamente- por favor...

-Ay Hervey, sin duda es conmovedor, ya no diga más que está a punto de convencerme -dijo Hamilton con fingida voz lastimera llevándose una mano al pecho.

-Se lo ruego -dijo el marqués, poniéndose de rodillas ante un hombre, por primera en su vida- escuche sé que yo ya no le sirvo, y si su deseo es deshacerse de mí, está bien. Pero déjela ir, por amor a lo que sea que usted le tenga aprecio. Yo... yo... -dijo Hervey a la desesperada viendo que Hamilton negaba desde su puesto con una sonrisa en el rostro- le firmaré en este momento un testamento, en el que le cederé la mitad de mis bienes, puede matarme si así lo desea después

-Vaya -dijo Hamilton con una sonrisa burlona- creí que la marquesa por lo menos valía todas sus posesiones, Lord Hervey

-Ella vale muchísimo más que todo lo que yo pueda poseer. No le ofrezco todo lo que tengo porque no puedo dejar a mi esposa y madre desprotegidas

-Lo entiendo... Ay pero es una lástima, esta escena es tan hermosa. Sin embargo, yo ya no puedo perder más el tiempo, su dinero, así fuera en su totalidad, no me sirve Hervey, yo ya tengo todo el dinero que pueda necesitar. Y aunque, por obra y gracia del Espíritu Santo se me ablandara momentáneamente el corazón, aún así, no podría dejar a su querida esposa viva, es que, usted entenderá, no le encuentro el sentido a dejar un enemigo vivo. Como se dará cuenta si dejo a su esposita viva ella hará todo lo que esté en su mano para encontrarme y arruinarme los planes, no me puedo quedar con semejante piedra en el zapato. Pero fue una bonita escena para presenciar, se lo agradezco, es la primera vez que veo a Píramo y Tisbe de carne y hueso -Entonces Hamilton apuntó su arma a Eleanor- primero nos desharemos de ella, esto lo hago por su bien, ya sabe, para que cuando llegue al infierno, ella le esté esperando en las puert... 

El marquésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora