Capítulo 10.

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Se amasó el pelo con las dos manos tras haber dado un sonoro portazo. No tenía otra manera de desatar la frustración y el cabreo que llevaba dentro, y así además enfatizaba la rabia por no ser capaz de coger la situación por las riendas, en lugar de dejarse llevar, que es lo que había estado haciendo hacía escasas horas.

Lo peor de toda aquella situación no era que se viesen obligadas a llevarse a Sergio al pueblo, ni que allí estuviese su familia, y ahora se vieran en el deber de estudiar una nueva vida que ni de cerca había compartido con Alicia; sino que en lugar de alegrarse porque hacía demasiado que no veía a su hija y que esta era su oportunidad de desconectar junto a ella, estaba como una leona enjaulada, deambulando por la habitación sin ton ni son, en lugar de estar dando saltos de alegría.

En un intento de mantener su mente ocupada con algo que no fuera las ganas de asesinar a Alicia, se acercó hasta una de las esquinas de su habitación y recogió unos de los pantalones cortos entre la ropa planchada que llevaba días queriendo colocar en los cajones y una camiseta de Coca-Cola antigua, más bien de propaganda, que usaba para estar por casa.

Con la ansiedad recorriendo su cuerpo, empezó a desnudarse lanzando las prendas al suelo, queriendo deshacerse de la pesadez que se cernía sobre ella. No sólo por llevar todo el día con la misma ropa... Sino porque el olor de él se había impregnado en ella. Lo mejor que podía hacer era meterse en la ducha. Sin embargo, su cuerpo moviéndose por inercia traicionó a sus deseos y en lugar de encaminarse hacia el baño, se puso la cómoda ropa y se dejó caer sobre su cama, agotada física y mentalmente.

El techo de su habitación se le antojó la mar de interesante. Incluso aquella mancha de humedad, culpa de una gotera que Alberto prometió tapar con pintura y nunca llegó a hacerlo. Se mordió el labio notando como sus pulsaciones disminuían notablemente, aunque insuficiente para no dejar de dar vueltas sobre el colchón, bufando, intentando dejar su mente en blanco antes de tener que regresar a la realidad que se presentaba en la planta baja de su casa.

Pero todos sus problemas se acumulaban en su cabeza, siendo imposible pensar con claridad. Lo último que necesitaba en aquel momento era recordar a Alberto cuando Sergio estaba abajo... Ni aunque fuera por una puñetera mancha en el techo.

Cerró los ojos prohibiendo a las lágrimas que se amontonaban en ellos escapar, y se giró acostándose ladeada, de espaldas a la puerta, siéndole imposible ver quién se había atrevido abrirla segundos después. No obstante, conocía demasiado bien a su amiga como para saber de quién se trataba incluso con los ojos cerrados, a través de su olor, su forma de moverse al colocarse detrás suyo, a la vez que se tumbaba a su lado. Lo mismo que había hecho tantas otras veces, conteniéndola, consolándola; acariciando su pelo en silencio y finalmente al sentirse capaz de hablar.

—Lo siento —murmuró casi ineludiblemente y Raquel notó sus dedos sobre su cabeza. Le sorprendió la culpabilidad de su amiga, pidiendo perdón, sin embargo no tardó en retractarse como siempre— Pero si no te hubieras olvidado del móvil por estar fornicando un sábado a la hora de la siesta...

Una buena hora, a decir verdad —Pensó Raquel.

Aunque decidió callárselo y mucho menos preguntar en qué se basaba para dar por hecho que habían estado haciéndolo. Quizá tenía una bola de cristal y a estas alturas aún no se había enterado de sus poderes místicos. Además de que se moría de verdadera curiosidad. ¿Tanto se le notaba? ¿Existía realmente ese halo de luz después de haber tenido una grata sesión de buen sexo? ¿Cara de bienfollada?

—Paulita no habría llamado aquí y yo no habría hablado con ella —Terminó, añadiendo a esto un gesto de sus dedos apartando con delicadeza uno de sus mechones pelirrojos de sus ojos.

𝐁𝐚𝐝 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝐀𝐔 | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora