Capítulo 31

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Descendió los escalones uno a uno, de puntillas, e intentando que nada de lo que hiciese provocase el mínimo ruido en la casa. De una de sus manos colgaban su bolso y las botas que estaba a punto de ponerse conforme pudiese sentarse en el último tramo, mientras que con la otra se ayudaba apoyándola en la pared para ir bajando a ciegas. Apenas eran las siete de la mañana, por lo que la poca claridad que se colaba por los cristales opacos que tenía a los lados de la puerta principal, no eran suficientes para escalerecerle el camino a la perfección.

Además, si utilizaba la linterna del móvil se arriesgaba a que algo se le cayera de las manos y despertase a alguien al intentar cogerlo. La típica cadena de sucesos que uno no quiere que ocurra en el instante más idóneo. En su caso, que la sorprendieran saliendo de casa a esa hora para encontrarse con Sergio. Como quien se enamora por primera vez y no puede pasar un día sin ver a su amado, escapando en mitad de la noche en un ataque de rebeldía, desafiando la prohibición de una relación que sobre el papel, resultaba imposible.

Los Romeo y Julieta del Siglo XXI.

Pero, por el momento, parecía que el resto de los nuevos habitantes continuaban en un sueño profundo y no iba a ser ella quién lo interrumpiera.

El último día que lo había visto había sido cuatro atrás, en Año Nuevo, a pesar de que estuvo poco tiempo con ellos a la hora de la comida y el café. Por no hablar de que ni siquiera habían podido gozar ni un minuto de intimidad desde entonces, apenas unos besitos al despedirlo y teniendo siempre un extremo cuidado de que Paula no se aventurase a espiarlos por la puerta. Y después estaban los roces distraídos en medio de todos, los nervios latentes, la manera en la que la repasaba de reojo cada vez que podía. Habían tratado de cortar las miradas, eso sí. Sin embargo, no lo decía solo por él, ella a veces también se olvidaba de que su niña era más avispada de lo que creía.

Estaba deseando que llegase el momento de poder soltar  todas las cosas que reprimía muy dentro, pero que necesitaba exteriorizar antes de que la consumiesen. Por ejemplo, besar sus labios hasta desgastarlos, escucharle hablar sin la interrupción de nadie. Poder estar admirando cada parte de su rostro de cerca, el cambio de sus expresiones o la luminosidad de su sonrisa cuando reía segundos antes de que volviese a ahogarlo entre sus besos.

Aunque eso significase poder pasar unas pocas horas a su lado, a solas.

—¡Tú! ¡Hija de puta! ¿A dónde vas? —masculló una sombra que apareció de la nada, frente a ella.

El ruido seco de una de sus botas cayendo al suelo fue similar al último latido de su corazón antes de dejar de bombear, culpa del infarto que Alicia le acababa de provocar.

—Joder —Raquel se llevó una mano al pecho— ¿Y tú? ¿Qué haces despierta a las seis y media de la mañana?

—Yo he preguntado primero —Alicia arqueó su ceja.

Las dos se desafiaron con la mirada, manteniéndola fija en la otra, sin querer dar su brazo a torcer. Porque si algo les caracterizaba como iguales era el orgullo que compartían. Sus ganas de tener la razón y regodearse en ello.

—Voy a comprar —Fue lo primero que se le ocurrió.

La peor excusa jamás encontrada en el menor tiempo posible.

—El Mercadona no abre hasta las nueve —Una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios—. A ver si aprendemos a improvisar, Raquelita.

La Inspectora Murillo lanzó un sarcástico "já" a la vez que se estiraba hasta recoger la bota que se le había caído y se sentaba en el último escalón para ponérselas.

—¿Con que esas tenemos? —Al volver a mirarla, sus mechones un tanto más lisos se interpusieron en sus ojos y los apartó con el índice—. Sorpréndeme tú con tus dotes de improvisación. ¿Dónde vas? —Reparó en el paquete de Donetes abierto, siendo uno medio mordisqueado el que daba paso al resto— Ah claro, no me acordaba que los antojos empezaban tan rápido.

𝐁𝐚𝐝 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝐀𝐔 | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora