Capítulo 18.

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Con el canto del gallo (el de la alarma que Sergio le había programado en su móvil, no el animal en sí) y el motivo por el que lo iba a asesinar, Alicia se despertó bostezando y molesta, vistiéndose a oscuras con unos leggins y una sudadera cualquiera que había metido en la maleta para salir a pasear por el campo. Desganada, se recogió su melena pelirroja en una coleta alta.

Cuando salió de su habitación, toda la casa estaba en silencio y maldijo en arameo a Sergio, que descansaba en su camita tranquilamente. Para cuando hubo llegado al exterior de la casa, refunfuñando en sus pensamientos; el sol apenas había salido.

Lo último que quería hacer en ese momento era ir a casa de la puñetera Trini a por huevos y leche. Encima a esas horas, que a saber si no la echaba de ahí tirándole un barreño de agua bendita, mínimo. Pero cuando llegó a la entrada de la finca y reconoció el Mercedes de David (uno de los hermanos mayores de Candelita y, también, su rollete habitual años atrás cuando aparecía allí con Raquel en verano) aparcado; su actitud cambió notablemente.

Fue como si se hubiera despertado de golpe, el mismo efecto que habría tenido un vaso de agua salpicándole en la cara, lo que le llevó a pensar en que incluso hecha un cuadro con aquella ropa... Tenía demasiada confianza en sí misma como para que una sudadera roñosa le impidiera ligar con aquel hombre. Además, con el culito que le marcaban los leggins, tenía suficiente.

El resto de protagonismo se lo llevaría su rostro lavado, desmaquillado y ahora suavecito similar a la piel de un bebé después de haberse puesto sus cremas la noche anterior. Alicia Sierra era guapa, llamativa y explosiva. En cuanto al espectacular físico que se gastaba, o gracias a sus rasgos exóticos, a su mirada abierta azul e increíblemente sexy que ahora estaba enmarcada por sus gafas de vista de moldura fina, muchos hombres se giraban para mirarla. Luego también estaba la forma irregular de su nariz pero redonda por el centro, bastante fina. O lo delineados que tenía los labios y lo bien que se veían cuando sonreía.

Un rostro singular, pero cautivador.

Tocó al timbre, con las manos bien metidas en el bolsillo delantero de esa sudadera gris, y esperó unos segundos mordiéndose el lateral de la uña sin llegar a romperlo. Unos pasos resonaron en el interior, acercándose cada vez más a la puerta, y ella se preparó mentalmente para aguantar muy bien su paciencia antes de perderla.

—Hola, Tr... —Se quedó a media frase al ser consciente de que el hombre que le devolvía la mirada al otro lado de la puerta, no era precisamente la de una mujer mayor y entrometida. Para nada— ¿David? —Tuvo que carraspear al ser consciente de la incredulidad que había expresado su voz. Y no porque no hubiese cabido en su cabeza la posibilidad de que le abriese él, sino por su aspecto.

Esos pocos años que llevaban sin verse parecían haberle sentado como un guante. Joder, estaba segura de que debía estar rondando los cuarenta y cinco, pero lo veía más atractivo que nunca. El pelo degradado, aunque canoso, enmarcaba una frente ancha carente de arrugas más que las de los signos de expresión, y a su vez, acompañado de una barba incipiente con el mismo moteado gris delimitaba una firme y dura mandíbula. Los ojos verdes, grandes, que al sonreír formaban unas arruguitas adorables a su alrededor y un cuerpo... Tan trabajado como el de Suarez.

O eso adivinaba en la manera que sus músculos se marcaban contra ese uniforme de Agente Forestal en tonalidades marrones caqui y verdes suaves.

Parpadeó considerablemente.

—Vaya, dichosos los ojos... —Éste le dedicó una sonrisa de dientes perfectos acompañada de una carcajada ronca, varonil— Hacía mucho que cierta pelirroja no pasaba por aquí.

Alicia, perdida en su submundo sexual dónde ya había empezado a crear fantasías con papel y boli en mano, regresó al presente dedicándole una sonrisa de lo más pícara, al mismo tiempo que se dejaba caer contra el marco de la puerta, muy cerca de él.

𝐁𝐚𝐝 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝐀𝐔 | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora