Capítulo 12.

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Raquel le devolvió el móvil a Alicia y evitó la mirada de ella, sintiendo su presión arterial creciendo por momentos. ¿Qué mierda significaba aquello? ¿Sergio conocía a Alberto? ¿Y quién coño era el tipo con el que hablaba y que tanto le incomodaba?

—¿Qué vas a hacer? —Le susurró la pelirroja, a la vez que se mordisqueaba el lado de la uña sin llegar a romperla.

En el silencio de aquella cocina apenas se escuchaban sus murmullos en contraste con la fuerza de la lluvia salpicando los cristales de los ventanales. Y, a veces, algún trueno rugía sobre sus cabezas, pero no era nada comparable a la tormenta que estaba nublándole la razón a la Inspectora Murillo.

—Todavía no lo sé... —Respondió, en el mismo tono de voz— Ese que está en la foto es Sergio, no hay duda de ello. Pero Sergio nunca ha visto una foto de Alberto, y tampoco sabemos ni quién es ese otro tío ni la relación que mantenían. —Se pasó las manos por el pelo, maquinando— Tengo que revisar los archivos sobre la misión, recapitular pasos que nos hayamos podido dejar atrás en referencia a ese sitio.

—¿Y qué hacemos con Sergio? ¿Estamos seguras de que no hemos metido al lobo en nuestra cueva, Raquel? —Alicia se quedó en silencio al instante tras comprender el doble sentido de lo que acababa de decir, y se fue por la tangente una vez encontró la mirada apurada de su mejor amiga. —¿Estás cien por cien segura de que no ha visto ninguna foto de Alberto mientras ha estado solo por aquí? —Alicia agudizó el tono de voz al repetirle esto último, incluso con una mirada demasiado expresiva, esperando a que fuese consciente de lo que quería decirle.

Sin embargo, la aludida tenía la mente perdida en el tapete blanco, de ganchillo, que ornamentaba la mesa de madera. En su cabeza iban reproduciéndose mil imágenes, miles de situaciones distintas, preguntas sin respuestas, y la sospecha de que Alberto callaba más de lo que le hubiese gustado nunca.

—Quité muchas de las fotos porque al principio no podía verlas... —repuso, masajeándose las sienes.

Alicia se pegó una palmada en la cara, producto de la frustración y la sorpresa de saber que Raquel estaba pensando con todo menos con la cabeza. Se acercó a la pared descubierta, la única que no contaba con ningún electrodoméstico y que estaba decorada por un calendario, varias postales de distintos lugares y diversas estanterías cargadas de botecitos de especias para cocinar.

Agarró el marco de cartón pintado con los dedos de su sobrina, de diversos colores y en la que rezaba una frase hecha de purpurina: "Mi familia feliz". Seguramente debía de ser alguna manualidad de cuando iba a preescolar, a juzgar por los trazos irregulares y el cartón mal recortado, pero sin duda, la foto que albergaba dentro expresaba la felicidad de una niña de esa edad. La de una familia estructurada rebosante de amor.

—Aquí mismo hemos tenido todo el tiempo una puta foto de Alberto, Raquel. —La dejó caer sobre el semi muro— ¿En qué estás pensando? ¿Dónde está mi mejor amiga a la que no se le escapa nada?

Raquel acarició el cordón blanco que se adhería a las esquinas de aquel marco infantil, sintiendo que una emoción abstracta le bloqueaba el acceso del oxígeno a los pulmones. Quizá era la tromba de lágrimas que deseaban salir y que tanto se estaba esforzando por ahuyentar. Pasó los dedos por su propio rostro desencajado por una pura carcajada.

Alberto había hablado mientras hacían la foto, pidiéndole a Paula que dijese "patata", a lo que su hija de dos años, en sus brazos mientras su padre las abrazaba a ambas, había respondido con la mayor dulzura del mundo, un balbuceo parecido a "atata" a la vez que levantaba un dedo al cielo, emocionada.

𝐁𝐚𝐝 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝐀𝐔 | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora