Capítulo 17.

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El Parque de la Arboleda era, sin duda alguna, uno de sus lugares preferidos en Almazán. No sólo por su largura, ni porque el paisaje que formaba junto con el Duero fluyendo a un costado fuese un espectáculo natural digno de admirar, sino por la tranquilidad que manaba desde cada rincón. Por el olor a humedad, a tierra, a aire limpio... la armonía profesándose en los cantos de los ruiseñores o los mirlos, y en especial por el sonido de la corriente del río. Un lugar al que había acudido muchas veces en su vida para detener el tiempo, para gozar de su soledad. El sitio de encuentro para cualquier persona del pueblo y para los turistas, que seguramente no querían dejar Almazán sin poder echarle un vistazo.

Podría decirse que estaba dividido en secciones, y que contaba desde un área de instalaciones deportivas en la que gozaban desde un polideportivo, varias pistas de skate, patinaje e incluso un campo de fútbol, hasta piscinas climatizadas, y un pabellón de madera. Así como se planificaban distintas actividades al aire libre con las que todo el mundo pudiese sacar provecho a las infraestructuras.

Sino, siempre se podía optar por sencillos paseos por la ribera del Duero en los que admirar los chopos, álamos, fresnos o saucos, imperantes desde las alturas, y que en conjunto unos con otros creaban un eterno follaje en el aire. A Paula le encantaba alzar su cabecita en busca de las aves que no dejaban de lanzar sus cantos, volando de unas copas a otras, y pensó en la ilusión que le hubiese hecho tener unos prismáticos para admirarlos más de cerca.

Hacía rato que habían dejado atrás la zona infantil con los columpios y toboganes, pero Paula no se separaba ni un momento de la mano de Sergio. Ni él le quitaba ojo ni un segundo si decidía soltarse unos minutos para inspeccionar con curiosidad el tronco de los árboles, o tiraba de su brazo, emocionada, señalándole la corriente del río a su derecha. Estaba eufórica. Se notaba en su sonrisa, en que no paraba quieta, y eso le inundaba el pecho de un calor abrasante que empezaba a quemar cuando miraba al pizzero con ojitos brillantes.

Sergio seguro que le habría dicho: "pues como la madre", aunque fuese sólo por ver la reacción de esas palabras en su rostro, pero ella prefería disfrutar del espectáculo en silencio. Como todo lo bueno en la vida. De modo que no le había insinuado nada con tal de no tener que negar algo que era bastante evidente.

Aprovechó que se habían detenido junto a una fuente en la que Paula pudiese beber agua para repasarlo de arriba abajo, con disimulo, mientras fingía estar echando un vistazo al gentío yendo y viniendo. Unos suaves mechones, un tanto rizados, se mecían por la brisa bajo la línea de la gorra negra que estaba usando y que, a diferencia de las otras veces que lo había visto llevando una, ese día le sentaba como un guante. Aunque le costase más mirarle a los ojos porque solía llevar la visera un poco más baja hasta que se daba cuenta y la alzaba, sin pensarlo.

El borreguito del forro de la cazadora vaquera clara le protegía la parte trasera del cuello, pero a ella le dejaba unas vistas demasiado sexys del inicio de éste y su clavícula hasta que aparecía el borde de la camiseta ajustada y fina, que llevaba debajo de la cazadora. No la llevaba abrochada, sin embargo, estaba segura de que frío no estaba pasando.

Se mordió el labio inferior al encontrarse viajando desde su entrepierna hasta su culo, ceñidos por el pantalón vaquero negro y en la forma que tenía las manos metidas en los bolsillos. No se había fijado bien en la porte tan varonil y sexy con la que se balanceaba, inquieto, llevando su peso desde la punta de sus pies hasta dejarlo caer de nuevo sobre sus talones. Pero ahora no podía dejar de imaginárselo desnudo en su cama, mirándola como sólo él sabía.

Se mostraba serio, pegado a la niña, al mismo tiempo que escrutaba el cercado de ganado que tenían a escasos metros de distancia. Era en esa clase de situaciones dónde dejaba de ver al Sergio inmaduro para deleitarse con esa faceta suya más adulta, en la que sus ojos podían derretirla si se dirigían a los suyos cargados de intensidad, pero sin ninguna mueca más en el resto de sus facciones.

𝐁𝐚𝐝 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝐀𝐔 | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora