Capítulo 21.

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Aquella mañana del primer día de Noviembre, más fría que las últimas, una sonrisa se instaló en el rostro de la Inspectora Murillo. Lo primero en lo que reparó, fue en la ausencia de su hija a su lado. Lo segundo que pasó por su mente, quizás incluso antes de estar completamente lúcida, fueron los besos que Sergio y ella habían compartido, en mitad de la noche, después de haber tenido uno de los polvos más intensos de su vida.

Por un instante, en aquel trance entre despertar o seguir durmiendo, dudó si todo lo que había sucedido horas atrás había pasado realmente. Entonces, su sonrisa se acentuó. Por supuesto que no había sido un sueño. Si se concentraba lo suficiente, todavía podía recordar los dedos del pizzero en su piel, erizándola mediante cada suave caricia, justo antes de entrar a la casa. No podían dejar de tocarse y tontear, tras descubrir un nuevo ámbito en su relación.



—¿Bien? —Raquel preguntó, dando una vuelta sobre sí misma.

Como pudo, se limpió el esperma que él había vaciado previamente en su muslo, utilizando una de las hojas secas del suelo que pisaban y había recolocado después su ropa, incluso sus medias, en su sitio.

—Perfecta —Sergio no pudo evitar besarla una vez más con deseo, atrayéndola a su cuerpo gracias al agarre en sus nalgas— Enloquecedora, preciosa, impresionante... ¿Soy un hombre con suerte? —Las comisuras de sus labios se curvaron más aún en una sonrisa deslumbrante una vez escuchó la risita coqueta de la inspectora contra su cuello.

—No lo sé... Dímelo tú, ¿lo eres? —Raquel se dejó acunar entre sus brazos, los mismos que la estrechaban contra su duro pecho ayudados de las palmas de sus manos, siendo una la que reposaba en sus lumbares y la otra trazaba un halo sobre su pómulo.

Estando ya ahí, lo acarició con el dorso del nudillo.

—No podría asegurarte si es cuestión de suerte lo que siento, porque sí que es cierto que ha sido la suerte del perdedor la que me ha llevado a ti... Pero solo sé que si dejase esto en manos del azar, sólo significa que hay una probabilidad de que se pueda ir igual de fácil que vino.

Raquel parpadeó, sumida en el familiar trance al que se adentraba a través de su tono de voz o por la manera en la que le miraba. Ese matiz de intensidad mezclado con cariño, con absoluta admiración. No recordaba a nadie en su vida que la hubiese mirado así, y eso le hacía quedarse sin palabras constantemente. En especial si él le transmitía ese miedo a perderla mediante sus particulares metáforas.

—Estoy aquí. —Le susurró ella, en un hilo de voz tan cercano a su rostro que Sergio se vio obligado a cerrar los ojos y respirar su aroma. Acto seguido, dejó que ella le besase los labios, lento. Primero el de arriba y después el de abajo, en caricias plenas de amor— Te lo he dicho antes y sigue siendo así.

Una de sus manos se perdió por su cuello hasta su nuca, enredando sus dedos en su pelo. Raquel apoyó su frente en el hombro de él a la par que sus manos reposaban en su ancha espalda.

—Me muero por dormir contigo, sabes... —susurró él y ella alzó su cara, separándose levemente.

Con algo de culpa se mordió el labio.

—Ah sí, ¿Eh?

El pizzero subió y bajó las cejas varias veces, haciendo una mueca divertida que también dejaba entrever un mensajito lascivo.

—Pero Paula...

Sergio asintió y con ambas manos ahora a cada lado de sus mejillas, acunando su cara, buscó sus labios, demasiado adicto a ellos.

𝐁𝐚𝐝 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝐀𝐔 | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora