Capítulo 4.

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Podía sentir todas las miradas clavadas en él. No es que hubiese mucha gente a esas horas en aquel sitio, aún así, podía sentir cómo le juzgaban. Tampoco era una zona por la que él solía moverse, ni un sitio al que entraría por voluntad propia de no ser porque había quedado allí con Raquel. Aunque se consideraba más parecido a su hermano en cuanto a gustos culturales, saber estar e intelecto, todo lo contrario a lo cafres que podían llegar a ser  Dani, Aníbal, Silene o Ágata, él seguía siendo un chico de barrio y ellos su familia. Él jamás juzgaría a nadie por su presencia como lo estaban haciendo aquellos clientes del Hanoi, el bar/restaurante donde le había citado la inspectora.

Comprobó la hora una vez más en la pantalla de su móvil, lo dejó sobre la mesa y en el momento exacto que marcaron las diez de la noche, Raquel cruzó la puerta del bar tal y como habían acordado el día anterior, después de despedirse en el parque acuático abandonado, concediéndole así un voto de confianza. Porque, a pesar de que Raquel no tenía su nombre, él sabía que le había dado suficiente información para encontrarle si decidía traicionar su confianza y no presentarse.

Mientras que los demás estaban cuchicheando y mirándole a él, Sergio no podía ni quería perder un sólo detalle referente a ella. Apenas saludándole con un leve movimiento de su mano derecha, Raquel se acercó hasta la barra dándole la espalda, y escuchó cómo pedía un café bien cargado con la confianza de una clienta habitual. Desde aquel lugar  privilegiado,  alejado del resto pero lo suficientemente cerca como para disfrutar de la fragancia de la inspectora que se metía sin piedad por sus fosas nasales y le excitaba como nadie había conseguido hacerlo, era capaz de disfrutar con tranquilidad bebiéndose un redbull, de la curva de su culo que se ceñía a sus vaqueros desgastados que incitaban al pecado mientras ella se inclinaba para recoger su pedido.

Estaba tan perdido en todo lo que le gustaría hacerle contra la barra de aquel bar, subida a uno de esos taburetes o sentándola en aquella mismísima mesa, que no fue consciente hasta que chasqueó los dedos frente a él, que Raquel se había sentado delante suyo.

La Inspectora Murillo dejó su bolso a un lado, acompañado de la chaqueta de cuero que acababa de quitarse sin apartar la mirada de su acompañante y fue en ese momento cuando el instinto de policía le hizo alertarse. Se giró comprobando que todo estaba bien y pudo advertir cómo los cuatro clientes que quedaban a aquella hora un miércoles laboral escabullían rápidamente la mirada de ellos.

Sergio apretó sus labios en una divertida mueca y se encogió de hombros, quitándose la chaqueta del chandal Adidas, esta vez de color azul eléctrico con las rayas a los laterales de los brazos en un blanco inmaculado. En un movimiento casi mecánico, se recogió el pelo en algo parecido a una coleta o un moño a la altura de su nuca.

—Sigues llamando la atención —Sonrió mientras jugaba con la cucharilla, dándole vueltas al líquido de su taza.

—Tampoco es un sitio tan exclusivo, los he visto mejores —Se quejó y se inclinó sobre la mesa, para bajar la voz— Helsinki.

—¿Cómo? —preguntó Raquel confundida, casi mareada por la cercanía de él y su perfume masculino, el cual había provocado un cosquilleo en su bajo vientre.

—El serbio que con un poco de suerte podría ayudarnos, trabaja para ellos, le llaman Helsinki... Es... amigo. Creo.

Raquel se llevó la taza caliente a sus labios a la vez que él se volvía a sentar cómodamente delante de ella. Llamó de nuevo la atención de todo el mundo mientras hacía un ruido espantoso ante la fricción de sus pantalones contra el sky del sofá en el que estaba sentado. No esperaba que él le diera información tan rápido, aunque a decir verdad, aquello no le decía nada.

𝐁𝐚𝐝 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝐀𝐔 | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora